Durante mucho tiempo de mi vida pasé a lugares aislados, fríos y cerrados. Era común para mi encontrarme sin ningún acompañante a mi lado, al principio no me molestaba o no le tomaba la importancia, pero cuando creces y tu mente madura un poco, encuentras más de mil razones sobre el por qué del aislamiento social. Quizás porque sentía que en ningún lugar encajaba o me hacía sentir bienvenido; es difícil para personas como yo encontrarse en el mundo y convivir con personas que llegan a tu vida; no me mal interpreten, no es que era un niño o joven tímido, sino que me costaba confiar o en caerle bien a las personas. Mucha gente que he conocido dicen que tengo una cara de pocos amigos, que parece que siempre estoy enojado, pero bueno, creo que es parte de mi (y eso no se puede cambiar).
Desde muy niño conviví con la soledad, mis padres tenían que trabajar y me tenían que dejar encargado con niñeras; así que me acostumbré a su ausencia. Cuando crecí un poco más, y que ya podía hacer mínimas cosas por mi mismo, llegaba a casa y encontraba la soledad inerte en todo el ambiente. Mi rutina era llegar de la escuela, descansar un poco, hacer la tarea y después comer. Y todo eso lo hacía solo, recuerdo tener la mesa vacía y servirme la comida que había dejado mi madre, era poca, porque solamente comía yo. Me sentaba y empezaba a comer, sin las anécdotas del trabajo de tu padre o las preguntas de tu madre sobre cómo había ido tu día. No culpo a mis padres por aquellos momentos que pasé solo, ellos tenían su responsabilidad, su papel de padres, hicieron lo mejor y lo que pudieron. Simplemente estaba yo ahí, preguntándome qué era lo que me pasaba, el por qué de la ausencia. Era momentáneo, aún estaba muy pequeño, pero siempre lo sentí, ese sentimiento vacío y alejado de mi realidad, aquella realidad que perdí cuando sentí mi propia soledad.
Era simultaneo el sentimiento de soledad a una edad tan pequeña, las cosas ya iban mal con mis padres en su matrimonio, fue bastante duro, aunque hoy en día es bastante común (es el pan de cada día en las sociedades del mundo). Después de un tiempo, mi padre tomó la decisión de abandonar a su familia e irse con otra. Recuerdo aún más esa etapa dura para mi y para mi madre, ella no sabía qué hacer, díganme, ¿cómo superas un matrimonio de 22 años? Es difícil. ¿Cierto? Pero aunque sea muy común, aprendí que nada es para siempre, que durante 22 años dos personas se amaron y tuvieran dos hijos, y de repente ya no existe, una familia con valores, principios y amor se esfumó, así de la nada; increíble, así son estas cosas.
Ahí fue otro momento más con la soledad, veía a mi madre llorando y yo me tenía que hacerme el fuerte para que ella no pudiera sentir que yo también estaba sufriendo. Entonces, experimenté dos tipos de soledad la de mi madre y la mía. Una me hacía sentir responsable y otra me hacía sentir vacío. Y con el pasar de los años, seguía solo, tenía a mi madre conmigo, yo sabía que de esa forma no estaba solo, pero estaba solo de mente, de alma, de sentimientos. No me explicaba qué tan profundo podía ser la soledad, hasta que tocas fondo y no hay cómo regresar, no ves la luz de la superficie; y es ahí en donde todo lo ves perdido.
Después de varías noches en mi soledad, encontré a un acompañante que se ha quedado conmigo hasta la fecha, el insomnio. Descubres que a los quince años de edad no hay nada que te pueda hacer dormir, y necesitas de medicación, algo que me trajo muchos problemas de salud. Y es que durante gran etapa de mi vida conviví con pastillas, gotas, antidepresivos, benzodiacepinas. Recuerdo que cuando las ingería me sentía aún más solo, era desgastador y triste que un adolescente tomara un tratamiento así. Intenté de todo, cambiar mi alimentación, hacer ejercicio, meditación y nada de eso funcionaba.
Con la soledad también se me desarrolló la «bendita» ansiedad, fue peor que el propio insomnio. No me dejaba en paz, erra concurrente y exploró todos mis miedos posibles, hasta que caí y no me pude levantar un buen tiempo. Así que seguía solo, con mis problemas, siendo un dolor de cabeza para mi pobre madre que ni siquiera entendía lo que me pasaba y no sabía cómo ayudarme. Después de un tiempo quise dejar las pastillas, pero no pude porque me volví dependiente a ellas, quizás eso sea lo que me trajo a escribir sobre mi soledad, si, me trajo muchos problemas y efectos secundarios, y bueno, tal vez podría decir que perdí mi mente, pero aprendí que la soledad trae consigo a sus amigos, aquellos pensamientos recurrentes que no te dejan en paz, aquellas inseguridades y miedos profundos que no te dejan ser tú, pero que te hacen crecer y ser más valiente, aguerrirse a aquello con lo que estás luchando.
No quiero que este escrito sea para algo triste, busco una reflexión cuando sobre pasas los límites de la soledad. Está bien querer su espacio y sentirse solo en alguna etapa de nuestra vida, pero así como todo en exceso es malo, también la soledad llega a endulzarte y hacerte adicto a ella. Creo que es de cada persona, hay personas como yo que no sabemos el límite de pasar encerrados en nuestra casa sin ningún vínculo social, sin convivir con nadie más, sin abrazar o platicar de cómo te sientes. Al final de cuenta somos seres humanos y todos tenemos días muy malos, porque no todos deben de ser buenos. Todos pasamos por diferentes adversidades de las cuales nos enfrentamos día a día, y a que seguimos, luchando la guerra que se llama vida. Yo he luchado con la soledad y sus demonios, y créanme que he pagado con creces. Si te haces amigo de la soledad te hará sentir, al principio con mucha paz y tranquilidad, pero es traicionera, porque si sigues confiando en ella te dará la espalda y te mostrará su verdadera cara. Depende de ti si la sigues llamando tu amiga o llamarle tu peor enemiga, entonces dime ¿a qué le llamas soledad?
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