El sonido del móvil me despierta. ¡Qué raro! Juraría que lo había silenciado para que no me molestasen con cualquier chorrada en alguno de los miles de grupos de wasapp en los que estoy metida. Saco el brazo para coger el móvil que descansa sobre mi mesita y comprobar si he recibido algún mensaje. ¡Qué frío hace, cojones! No hay notificaciones; solo la hora: las 7:16. Lo dejo de nuevo en su sitio y devuelvo mi brazo bajo el cobijo de las mantas al tiempo que me giro buscando el calor del cuerpo de Toni. Sin embargo, me topo con su lado de la cama vacío. Vacío y frío.

El murmullo de la ducha llega a mis oídos. ¿Será eso lo que me ha despertado? Hoy Toni tiene guardia y yo no trabajo. ¡Aleluya! Podré seguir vagueando en la cama todo el tiempo que quiera. Por fin tengo una mañana libre y toda para mí. No pienso levantarme hasta las doce del mediodía como pronto. Suspiro de satisfacción y me hago un ovillo bajo las mantas cuando una lucecita sobre la mesita de noche de Toni llama mi atención. ¡Eso debe de ser lo que me ha despertado! El sonido provenía de su móvil, no del mío. ¡Le he dicho cien mil veces que baje el volumen para que su dichoso teléfono no me despierte!

Vuelvo a sacar el brazo de debajo de las mantas con la intención de bajar el volumen a su móvil cuando observo en la pantalla parte de un mensaje recibido y no puedo evitar leerlo: “Cariño, te he echado de menos esta noche en mi cama...” ¡¿Pero de quién coño es este mensaje?! Me incorporo del todo en la cama con su móvil en mi mano y, de pronto, ya no siento frío. Una ola de calor ha invadido mi cuerpo. El mensaje ha provocado una deflagración y ahora parezco una hoguera en la noche de San Juan.

Aguzo el oído para asegurarme de que Toni todavía está dentro de la ducha: el sonido del agua sobre el plato persiste. Observo entonces mi mano. Estoy agarrando su móvil con tanta fuerza que creo que podría romperlo en mil pedazos. Me planteo, tan solo durante unas brevísimas décimas de segundo, si lo que voy a hacer es lo correcto. Sin embargo, la curiosidad y la rabia que me corroen por dentro pueden más que el hecho de invadir su codiciada intimidad. Por lo que parece, él ha invadido más de una intimidad últimamente así que, por mi parte, no me voy a andar con remilgos a la hora de descubrir qué coño está pasando aquí.

Deslizo su patrón por la pantalla mientras agradezco al cielo mi memoria fotográfica y me perdono el defectillo de estar pendiente de cosas, a priori sin importancia, que luego me han servido de mucho en esta vida. Su preciosa cara con gorro de cirujano luciendo una perfecta sonrisa ilumina la pantalla. ¡Pero qué guapo eres, cabrón! El corazón me late tan rápido y fuerte que apenas puedo escuchar el agua caer en la ducha del baño para asegurarme de que mi pequeña falta no será descubierta. Abro los mensajes de su móvil y acabo de leer por completo el que me había dejado a medias: “Cariño, te he echado de menos esta noche en mi cama y cuando me he despertado en lo único que podía pensar era en tu polla dentro de mí. ¿Cuándo vamos a repetirlo?

¡Joder! Lanzo su móvil como si quemara aunque la que arde por dentro soy yo. ¡Cabrón de mierda! ¡¿A quién coño te estás tirando, malnacido hijo de puta?! ¡Ahora mismo iría ahí dentro y te metería el puto móvil por el culo! Te estiraría de ese precioso pelo negro del que tanto presumes y del que tan orgulloso te sientes hasta dejarte como una bola de billar. ¡Maldito cabrón! ¡Voy a arrancarte la piel a tiras, hijo de puta!

Tengo los dientes apretados y el corazón me bombea en las sienes. El aire pasa tan rápido a través de mi nariz que parece el bufido de un toro. Cierro los ojos e intento controlar los pensamientos asesinos que ahora mismo se adueñan de mi mente. Aunque me muero por entrar en el baño y encararme con ese pedazo de mierda, no me parece que eso sea lo más inteligente. Tengo que encontrar la manera de manejar la situación con calma. No voy a darle el gusto a ese cabrón de montarle una escenita de celos en la que él salga victorioso. No, yo no soy así. Lo siento, pero ese capullo no tiene ni idea de con quién se la está jugando.

El móvil todavía parpadea en la cama. ¿De quién coño será el mensaje? Me apodero del teléfono de nuevo para averiguar quién es la vulgar zorra que se está tirando ese cabrón de mierda a mis espaldas. Susana. ¿Susana? ¿Y quién coño es Susana? Rebusco en mi memoria pero, ahora mismo, y en el estado de nervios en que me encuentro, no sabría ni decir mi propio nombre, de modo que dejo el móvil de nuevo sobre la mesita y me tapo enfurecida con las mantas. No creas que te vas a ir de rositas. ¡Ni hablar! ¡Ya me has arruinado la mañana libre! El pijama empapado en sudor se pega a mi cuerpo y me provoca escalofríos. Tengo que calmarme. Manejaré esta situación como lo hago con todo: me tranquilizaré y encontraré la mejor manera…

El sonido de la puerta del baño al abrirse y los pasos de Toni a mi espalda me arrancan de mi ensimismamiento. ¡Que no me toque, por Dios! ¡Que no me toque o soy capaz de arrancarle los ojos!

El colchón desciende unos centímetros y, mentalmente, intento alargar la distancia que nos separa. Pido al cielo que no me roce ya que tengo miedo de mi propia reacción. Ahora mismo siento tanta rabia dentro de mí que no sé lo que sería capaz de hacer. Después de todo lo que he pasado… Después de… ¡Será hijo de puta!.

Su olor llega hasta mí. Esa fragancia a sándalo y canela tan suya que siempre me ha vuelto loca ahora me provoca nauseas. Casi puedo verlo a mi espalda con su rutina de siempre. Intuyo como se coloca la alianza y la hace girar un par de veces sobre su dedo anular, como se alisa después el pelo húmedo y con gomina hacia atrás y como vuelve a rodar la maldita alianza en su dedo para después volverse a mirarme y sonreír.

¡No te acerques a mí, cabrón! ¡¡Ni se te ocurra tocarme!!

El colchón asciende de nuevo. Le escucho ponerse los pantalones y coger de la mesita de noche el precioso y caro lotus deportivo con correa de cuero azul que yo le regalé hace tres años y ajustárselo a la muñeca.

Su mirada agujerea mi espalda.

¡Por Dios, lárgate de aquí! ¡Coge todas tus mierdas y vete! ¡No quiero verte más! ¡No quiero saber nada más de ti! ¡¡Solo quiero que te largues, maldito cabrón!!

Sin embargo, él no escucha mis ruegos. Coloca una rodilla sobre la cama y apoya una de sus manos sobre mi cadera. Y esa mano, que apenas puedo sentir bajo el peso de las mantas, me abrasa. El estómago se me revuelve por dentro y casi chillo de dolor cuando el calor de su aliento susurra en mi oido:

—¿Uno rapidito antes de mi guardia?

Al ver que yo no contesto, continúa, meloso:

—Ya sabes, para darme fuerzas en el día que me espera.

¡El día que te espera, puto cabrón de mierda! ¡Si por mí fuera, tu día se acababa ahora mismo!, pienso llena de resentimiento. No obstante, consigo serenarme lo suficiente para simular un estado de somnolencia bastante creíble.

—Cariño, lo siento. La verdad es que estoy muy cansada. Hablamos luego, ¿vale? Ahora solo quiero dormir.

—Pues tú te lo pierdes —contesta con cierta decepción.

¡Encima se sentirá ofendido el muy cerdo! ¡Vete a follar con la Susana esa de los cojones, hijo de puta! ¡¡Maldito cerdo mentiroso mal nacido!!

Sus pasos salen de la habitación y se encaminan hacia la puerta de casa que cierra de un portazo y yo me siento sola. Sola con mi desgracia. Sola con la inesperada bomba que me ha caído en las manos y con la que no sé cómo actuar.

Ríos de lágrimas discurren por mis mejillas. Sus cauces, ya secos durante largo tiempo, fluyen ahora con asombrosa rapidez. ¡Qué estúpida soy! ¿Cómo he podido dejarme engañar de esta manera?

El torrente continúa su curso y yo hundo la cara en mi almohada en un vano intento por hacer desaparecer sus aguas. No obstante, sé que no podré hacerlo; ahora que se ha producido el deshielo, el agua se deslizará ladera abajo sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. Ya solo me quedan fuerzas para permanecer agarrada a una tabla a la espera de que algún flotador caído del cielo devuelva a la superficie mi maltrecho corazón.

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