El impostor.

Por Elisa Juárez Popoca

“Responde al nombre de Capi, es un perro grande muy bueno, color negro azabache, su pelaje es abundante y brilloso, tiene el hocico afilado, se perdió cerca de la plaza del pueblo el 5 de noviembre de este año, favor de informar en la casa de Don Beto o en la tienda de Doña Juanita”.

Este era el anuncio que puso Felicia en la calle principal del pueblo, ante la tristeza que le embargaba a Don Beto, su padre, por la pérdida de su mejor animal de compañía que ya hacía tres años vivía en su casa.

Como cada vacaciones la casa de Don Beto y Doña Tote su esposa, quienes vivían con su hija Felicia, estaba llena, los nietos iban llegando paulatinamente, si se pasara un poco en cámara rápida imaginemos una foto de Don Beto y Doña Tote con dos de sus nietos, luego ya eran seis con la llegada de otro de sus hijos con familia, posteriormente eran once, y a pesar que no llegaron todos los hijos con los nietos a visitarlo, en la casa se llegaron a juntar dieciséis nietos.

Victoria, la nieta más callada, reservada, sólo se la pasaba con Capi, su perro, era muy juguetón, su brillante pelo negro lo caracterizaba, no había cosa o persona que se moviera donde él no volteara, gran olfateador con vocación de detective, y seguía a quien caminara cerca de él aunque fuera alguien desconocido.

La mente de Victoria ocupaba gran parte las producciones de Ánime y literatura relacionadas con historias japonesas, no se perdía las películas de Hayao Miyazaki, sobre todo donde los personajes eran animales, parecía conocerlos muy bien desde hace un buen tiempo. Sólo se la pasaba con su perro, pero fue una contradicción cuando expresó su deseo de que Capi, de apenas tres meses, se quedara a vivir en la casa del abuelo Beto y sin decir cuál era el motivo. Sus tíos y primos desconcertados, le pedían una razón del por qué deseaba eso, y ella nada más se agachaba. La reacción de Don Beto fue de desacuerdo.

—Ni lo pienses, yo bastante tengo con los animales de la granja —lo dijo con expresión seria, dejando con ello ver en su rostro más marcadas las líneas que se le formaban en la frente que con la edad, cada vez se veían más profundas.

Durante los días que pasó Victoria con sus abuelos y demás familia que llegó de visita, no fue capaz de dar argumento sobre su idea de dejar a Capi, ni porque era el único con el que estaba durante su estancia en ese verano puesto que poco se juntaba con los demás.

Curiosamente Capi, al que más se le acercaba era a Don Beto, pero éste se alejaba, decía que no tenía tiempo para jugar con él, tomaba el sombrero, se levantaba y caminaba hacia donde tenía una granja de puercos y él lo seguía, y así a donde fuera, al campo, lugar de la cosecha de frijol y lenteja… ahí estaba. Don Beto se fue acostumbrando a la compañía de Capi, fue cuando Victoria, al fin le contó sobre la vida que llevaba Capi sin espacio y sin libertad en la ciudad en el departamento con ella y Ángela su mamá.

—Es que abuelo, al ver el campo y la forma como Capi, alegre corre y se siente bien, no sé cómo explicar mi egoísmo de tenerlo conmigo y no poder atenderlo, podría hacerlo infeliz —lo expresó la adolescente Victoria moviendo la cabeza hacia los lados y cerrando los ojos al final para luego centrar la mirada en Don Beto y ver qué respondía.

Se acabaron las vacaciones, los visitantes se fueron, y al final, don Beto se convenció y aceptó a Capi, mismo que en las mañanas era el que lo acompañaba en la mayoría de las veces al campo en cuanto amanecía. Don Beto recibía visita con más frecuencia de uno de sus hijos, Talí, que vivía en un pueblo cercano llamado “Cortijo Viejo”, caminando se podía llegar, y se llevaba también a su perro llamado Sultán, éste siempre jugaba con Capi, así que se les veía muy contentos a los dos perros también en ese lugar, cada día de visita. Don Beto pronto se encariñó con Capi, lo consideró un gran compañero.

Un triste día desapareció; esto sucedió en una ocasión que salieron a la plaza del pueblo, cuando él volteó hacia atrás seguro de ver a Capi ¡no estaba! Se regresó a buscar y preguntar con quien se encontraba, en las calles aledañas, en la tienda de Doña Juanita que era un lugar muy concurrido, afuera de la iglesia, todo para ver si alguien lo había visto; por más que lo buscaba entre los campos y la casa, no lo encontró. Esto empezó a generarle tristeza y preocupación. Cuando regresaba del campo caminando Doña Tote lo esperaba y nada más con ver su rostro, ya sabía que la respuesta era que no aparecía Capi.

Don Beto, en las mañanas no se levantaba con entusiasmo, en cuanto recordaba lo que había pasado, se ponía muy triste, sentía movimientos raros nerviosos en el abdomen, todo le parecía que estaba mal, quería estar encerrado, su salud se estaba deteriorando, fueron a la cabecera municipal con el doctor Antonio, pues ya era demasiado el malestar que sentía en todo el cuerpo.

—No es suficiente la medicina para la presión que le estoy recetando, necesita un bienestar emocional, pues esto le está perjudicando —dijo con firmeza el doctor al mismo tiempo que volteaba a ver a Doña Tote, que lo acompañaba. La tristeza era evidente pues no quería hablar con nadie, y cuando se reunían a comer con Tote y Felicia, estaba en silencio con una mirada fija.

Felicia junto con los demás hermanos y sobrinos que iban de visita, decidieron hacer una campaña de búsqueda, hicieron varios carteles con su foto que decía: “Responde al nombre de Capi, es un perro grande muy bueno, color negro azabache, su pelaje es abundante y brilloso, tiene el hocico afilado, se perdió cerca de la plaza del pueblo el 5 de noviembre de este año, favor de informar en la casa de Don Beto o en la tienda de Doña Juanita”, lo pegaron en varios puntos de la calle principal, en la plaza, en las tiendas y en la escuela del pueblo donde Felicia era una de las maestras que laboraban ahí. Decidieron también hacer volantes, para que la gente que venía de fuera diera información, pensando incluso que Capi, anduviera en alguno de los pueblos aledaños.

Pasaron seis semanas cuando a la puerta de la casa le toca Doña Juanita la señora de la tienda, y le dice a Doña Tote que afuera andaba Capi. Doña Juanita era una persona muy querida por la gente, cualquier situación o información necesaria, ya sabían que con ella se podría encontrar apoyo.

—¡Beto! ¡Dice Juanita que afuera anda el Capi! ¡Ve por él antes de que se vaya!— Lo dijo Doña Tote con emoción.

Fue grato el recibimiento que Don Beto le dio al perro, pero al mismo tiempo aflicción. Se veía todo flaco, triste, mal pasado, sucio, no cabía duda que el perro que tanto extrañaba, la había pasado muy mal.

—Si tan solo nos pudiera decir lo que pasó— dijo Doña Tote con su cabeza en el hombro de don Beto cuando todavía estaban en el portal de la casa.

El perro entró contento a la casa, en unos minutos recorrió toda la casa, como recordando cada rincón, el cuarto de Don Beto, su sillón, la silla donde siempre se sentaba, olfateó el sombrero que tenía arriba de un banco, igual como lo hacía Capi, esto invadió de felicidad a don Beto, pues confirmaba que era en realidad su querido Capi. Más gusto y emoción generó al ver la forma como lo seguía a donde quiera que se dirigía, pero ahora con más ímpetu, no cabía duda que era el Capi, no se separaba ni un segundo, pero ahora parecía muy exagerado como una especie de síndrome que se le pudiera llamar el “El síndrome del inseparable” pues antes era sólo a ratos que lo acompañaba, tal vez quería reponer el tiempo en que no había estado junto con Don Beto y había estado igual de triste que él, pensó Don Beto.

A partir de entonces se le compensó con baños especiales, tratamientos para su pelo, vacunas, y una buena alimentación para recuperar al perro que un día se había alejado de casa. Don Beto sacó sus ahorros para llevarlo a una de las mejores veterinarias y estéticas de la cabecera municipal, nada más faltaba que lo llevara a un spa, pues regresó muy repuesto, y con la alimentación que le sugirieron en la consulta con nutrientes especiales, más pronto recuperó el peso. Al mismo tiempo que se reponía el Capi, Don Beto estaba mejorando su salud, su estado de ánimo era diferente, sonreía y empezó nuevamente a contar anécdotas a la hora de la comida, de las que hacía reír a quien estuviera en ese momento.

Tres meses después llegó el verano y nuevamente la casa se llenó, los nietos estaban jubilosos con ganas de ver al querido Capi, que ya también se habían enterado de lo que había pasado y más curiosidad les daba por verlo. De igual forma llegó Talí con Sultán, a sumarse a la alegría al ver a su padre más animado por encontrar a Capi.

El Sultán, en cuanto vio a Capi, empezó a ladrar, tuvo comportamientos muy extraños. Talí y Felicia lo detuvieron al querer atacarlo. Talí, se acercó, lo vio más de cerca, le extrañó mucho, pues si los dos perros se llevaban bien, algo raro sentía, agarró sus patas delanteras de una por una y lo observó bien.

—¡Es un impostor! Éste no es Capi, lo reconozco por su pata derecha y su mirada, no es él — y todos empezaron a ver más detalles que no concordaban con Capi.

Al siguiente día llegó Victoria con su mamá, esperaban que diera su opinión, pues era quien había estado muy cercana al Capi desde que era un cachorro. Lo miró a los ojos, el perro le correspondió rozando su cabeza en sus tobillos como un saludo cariñoso.

—¡Es Capi!— Afirmó Victoria con una expresión pensativa, como si estuviera leyendo el guion de una obra de teatro y luego baja la mirada nuevamente al perro y lo abraza con ternura cerrando los ojos. Lo menos que deseaba es que fueran a ignorar o abandonar al perro por no estar seguros de su identidad.

Las dudas persistieron y en ratos se dejaba el tema de lado para tratar asuntos de la familia no se diga a la hora de la comida que eran los momentos cruciales para ponerse al corriente de los grandes sucesos que había que contar durante los días que se habían separado de Doña Tote y Don Beto a quienes les gustaba que platicaran cómo iban las cosas en cada uno de sus hogares.

En esos días que tenían la visita, Azucena, una vecina que llegó a comprar leche a Don Beto, comentó que había visto al Capi en el pueblo llamado Bellas Fuentes, estando presentes todavía algunos de sus hijos se quedaron sorprendidos intercambiando miradas entre sí. De manera inmediata, en una camioneta fue Felicia a buscarlo, y a la primera persona conocida, Don Eusebio, un viejo amigo de don Beto se le acercó para preguntar si había visto un perro con tales y tales señas.

—¿Cómo supiste que yo encontré al perro?— Felicia nunca se imaginó que era la persona indicada, una sensación de fuerza superior la sacudió, pues no se explicaba, por qué sin más ni más se había dirigido a don Eusebio.

A diferencia del perro que se creía era el Capi y lo habían recibido, el Capi, no estaba mal pasado, tenía buen peso y no se veía triste como el que llegó meses atrás cuya imagen se traducía en alguien que buscaba un hogar Felicia rápidamente lo reconoció, regresó con el verdadero Capi, y tras su llegada se empezó a dar una permanente pelea entre los dos perros cuya rivalidad estaba manifiesta, principalmente al querer acercarse a Don Beto, alguno de ellos era amenazado. Don Beto estaba cansado de esta pugna convirtiéndose en la manzana de la discordia.

En el momento que se alistaban para su regreso a sus casas, los hijos de don Beto, le propusieron llevar al que ya lo llamaban Impostor a Bellas Fuentes donde había estado el Capi. Don Beto, doña Tote y Felicia aceptan pensando en que podían estar así tranquilos los dos perros.

Al día siguiente Felicia y Don Beto dejan a Impostor con Don Eusebio, el cual lo recibió sin problema. Impostor sólo volteaba a ver para dónde habían caminado, era imposible verlos, se empezó a sentir solo y triste, sabía que no podía pasar por las espinas de un maguey de la parte de atrás de la casa de don Eusebio donde se podía asomar. Con mucho trabajo logró brincar, pero ya no estaban ahí, vio que en el maguey salía un hilo que al olfatearlo se dio cuenta que era de una ropa de Don Beto, olía a él, era inconfundible, siguió el hilo hasta donde pudo, cuando éste terminó, continuó caminando en la misma dirección, después de cinco horas, ya muy tarde en la noche llegó a la casa.

Don Beto como un día cualquiera se levantó, y al abrir la puerta de su cuarto, cuál fue la sorpresa de que Impostor ya estaba ahí. Por un momento sintió felicidad, tuvo que aceptar que en el fondo no quería abandonarlo, ya no quiso pensar en eso. Como los días de rutina, se dispuso don Beto a ir al campo; Impostor, lo siguió sin despegarse, el Capi, no se asomó en esa ocasión. Los caminos mágicamente se transformaban en pasajes en cada paso que daba don Beto con Impostor a un lado, camino que lo hacía sentir el personaje importante que era, que con sus manos también poderosas podía hacer del campo un gran productor de lo que sería parte de la vida de la gente, brindando energía y existencia en el día a día. En esa pasarela confortable, al caminar volteó a mirar a lo alto y lo que tenía mucho tiempo que no sucedía, vio el vuelo lento de un águila real que lo fascinó. Sintiendo el aire sobre su rostro, disfrutando al máximo como espectáculo viendo al cóndor la forma cómo también estaba en contacto con el aire a lo máximo, de repente don Beto se deslizó en una zanja muy profunda donde cayó golpeándose la cabeza quedando momentáneamente inconsciente. Impostor, que era incapaz de despegarse de Don Beto no sabía qué hacer y brincó a la zanja y se acomodó a un lado de él para acompañarlo, como si fuera hora de dormir.

Fueron unos minutos de silencio, el rostro de Impostor era diferente miraba alrededor como si estuviera escaneando para estudiar el escenario y con eso saber qué hacer. Don Beto despertó, recordó lo sucedido, no podía salir, era un lugar un poco profundo y además tenía la pierna lesionada, y donde no pasaba gente, ni gritando lo iban a escuchar. Se dirigió a Impostor por esta ocasión mirándole directamente a los ojos.

—Impostor, ve a pedir ayuda ¡Órale!— Impostor movía la cabeza a todos lados y terminaba nuevamente mirando a Don Beto, quien entendió que era imposible lo que pedía, pues un rasgo de este animal de compañía en cuestión era el no despegarse de él, por lo del síndrome que lo caracterizaba.

Don Beto empezó a alzar la voz, al momento retumbó e hizo eco dentro de la zanja y en cuanto gritó “ve con Felicia”, la palabra “Felicia» retumbó nuevamente con el eco. Impostor levantó la cabeza y corrió, salió de la zanja y fue directamente a donde estaba Felicia.

—¿Qué pasa Impostor? ¿Dónde está Beto?— Le preguntó exaltada Felicia quien al ver que Impostor venía solo, salió rápidamente para ir al encuentro de su padre, y en esta ocasión también con cara de buscador sorprendido se sumó Capi. Impostor los condujo en dirección a donde estaba Don Beto. Felicia comenzó a dudar del camino, pues ya era demasiado lejos y comenzaba a oscurecer, ella bien sabía que a esa hora esa zona se convertía en un bosque de naturaleza hostil, se escuchaban ruidos extraños, comenzaron a aparecer ojos brillantes de los gatos, y de otros animales que subían a los árboles de alrededor. Felicia en medio, escoltada por Impostor y Capi, se armó de valor, hasta que Impostor empezó a ladrar, conduciendo a donde estaba Don Beto. Fue la primera vez que no se pelearon los perros por acercarse al mismo tiempo a don Beto, miraron con atención cómo Felicia buscaba la forma de ayudar a Don Beto a levantarse y apoyarse en ella con su pierna lesionada.

De regreso Impostor y Capi escoltaban en cada extremo, ya no se miraron los ojos brillantes que en un principio acechaban y por fin llegaron a casa. Desde ese momento, Impostor al separarse de Don Beto para pedir ayuda, parecía que había resuelto el síndrome que padecía, motivo por lo que Capi dejó de pelearse con él y Don Beto jamás volvió a pensar en abandonarlo, recordó que era la segunda ocasión que le salvaba la vida y a partir de entonces dejaron de llamarle Impostor.

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