Con el día de hoy completo muchos años preguntándome por qué soy este tipo de persona y porqué me comporto de esta forma contigo si tú eres la mujer más maravillosa que conozco; por qué no puedo entablar una simple conversación sin sentirme agredido por tu punto de vista; por qué no puedo disfrutar de tu compañía si eres la amiga más sincera que me regaló este planeta mucho antes de mi nacimiento. Me arde el alma, y aunque pueda parecer una alegoría de la filosofía o una metáfora de alguna telenovela, es verdad que me duele el corazón, y no solo el corazón, porque también me duele la vida por culpa de esta bendita incapacidad para expresar lo que guardo en el pecho.
¡Cuántas veces he querido decirte que te amo!; que para mí eres la persona más importante del mundo, el ser humano que más admiro sobre esta tierra y quien me ha dado los ejemplos más poderosos para vivir. ¡Cuántas veces he querido decirte que no te equivocas!; que tus palabras son certeras y tu sabiduría una luz que observo en silencio. Estoy tan agradecido contigo, regalo divino, madre del corazón.
No es tu culpa que sobre mi boca repose un candado y no pueda dedicarte un te quiero mamá. No es tu culpa que mis brazos se avergüencen de la naturalidad de un abrazo, cuando un abrazo es todo lo que necesita una mujer para sentirse querida; es el amor sin palabras. Y temo que nunca sabré en qué momento me convertí en un alma fría y desanimada, cabizbaja y sin ánimos de sonreírte a ti, quien me entrega de sus sonrisas las más sinceras. Nunca lo sabré, pero si los inescrutables laberintos del tiempo ofrecieran una oportunidad para regresar al momento exacto donde mi corazón empuñó la indiferencia, me opondría con todo el rigor de mi alma a esa descabellada maniobra.
Quiero pedirte perdón, pero de qué sirve que te pida perdón por mi actitud indolente, cuando un fantasma enfermizo no me da opciones y cada día retiene aquello que tanto quiero ofrecerte, como un beso en la mejilla o una mirada expresiva y directa a tus ojos de madre entregada.
No busquemos la brecha en el camino ni la mano que sin mesuras abrió hendiduras en este corazón. No culpemos al destino ni a la vida, porque los designios de nuestro Dios son tan misteriosos que algún día moriremos, y quizá, sin saber para qué hemos venido al mundo, o cuál fue la razón de nuestras conductas en la vida. No culpemos lo que por fuera nos distingue de los demás; no me culpes, no me juzgues porque no es la forma, y de esta forma jamás nadie podrá comprender lo que ocurre dentro un ser humano.
Madre de mi vida, qué orgullo puede existir cuando tu fruto se entrega al sedentarismo por pura incapacidad para la concentración, o para realizar las tareas más simples que nos obliga la vida cotidiana; qué dicha puede haber en tu pecho cuando tu pasión y tu lucha por levantar un conquistador de reinos materiales se ve frustrada por un camino ajeno y diferente, el más incierto y temeroso de la vida por ser el único que no encaja en el sistema; qué felicidad puede hallarse en tus labios cuando noche y día observas a tu hijo consumirse en los sequedales de la depresión. Pero tan grande es el amor por tu deber que por encima del dolor y la desgracia eres una madre orgullosa, dichosa y feliz por causa de tu hijo.
Por favor, madre, no me señales con tu razonamiento propio y la jurisdicción de tus años, que el peso de mi tristeza no es algo que cargue con altives y mucho menos algo que pueda manejar a mi antojo. No me digas que me quite este luto de afecto porque ni siquiera sé en qué momento de la vida lo puse sobre mi piel, y tampoco sé de donde viene. ¿De dónde viene esta secuela maligna? Te lo pregunto a ti que me viste nacer. Te lo pregunto a ti porque para mí no es una opción, no es un capricho que pueda desechar; es una marca en mi ADN, como lo es el color de mis ojos y los rasgos de mi cara. Qué lástima que en mi niñez y en mi juventud no tuve un discernimiento claro para entender lo que tramaba mi mente.
No me reproches si no puedo querer a nadie, ya que un corazón triste está incapacitado para dar amor, está incapacitado para los sentimientos físicos porque concibe el amor como una idealización y no como un instrumento del alma. Tampoco te pido que te pongas en mi lugar, porque el poco amor que hay en mi pecho me impide gravar pensamientos de venganza y castigo en contra de quienes me aman, además, este peso inmensurable no ha sido preparado para todo tipo de persona.
Las fuerzas que requiere un ser humano para llevar a cabo la tarea de vivir se encuentran en la felicidad que nos da el amor, y aunque no carezco de estas fuerzas, no las encuentro en la felicidad, sino en el barro de la tristeza consecuencia del amor. Pero tal vez sea esta tristeza quien me surte del ingenio para ver la vida desde otra dimensión del entendimiento, porque tal vez la felicidad es la fuerza más potente que nos venda los ojos y nos permite vivir sin interés por la ciencia y la sabiduría, y sin querer escudriñar aquello que nos hace humanos. Tú dices que ser bella cuesta sacrificio y dolor, y yo digo que la inteligencia nos cuesta el amor. Y la consecuencia de todo esto es que no soy una persona normal y no puedo vivir una vida normal; no poseo una mente ordinaria y no puedo deambular por los días de una forma ordinaria; trata de entender este ser humano tímido y retraído que por el saber sacrifica la cualidad más bonita de Dios.
No puedo imaginar que tenga que lamentarme, o que tenga que darle la razón al dicho común; nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. No puedo imaginar qué hubiera sido de mi vida sin ti; corazón de oro, madre especial. Absolutamente todo te lo debo a ti, y nadie más en este mundo es tan culpable del puesto donde me ponga Dios que tú, determinante corazón, mujer de espíritu invencible.
No condenes a tu hijo si puso los ojos en un cielo distinto al tuyo. No lo machaques aunque tengas la razón; siempre la has tenido, pero como puedes observar, en la vida hay cosas más importantes que tener la razón, por ejemplo, tener comprensión, y tu comprensión es lo que ha buscado mi alma como una hoja sedienta que busca una fuente para refrescarse. Tampoco condenes mi indeseable indiferencia, ni mi olvido perverso que suele confundirse con el más nulo agradecimiento, porque ambos son un resultado de un amor frío y callado que aprendí a sentir cuando renuncié al aprendizaje que me entregabas. ¿Recuerdas mi incesante acusación a los remordimientos, y aquel abismo denso de culpabilidad que me hostigaba? Ahora sé que no son más que un camino de mi conciencia para esconder los míseros campos de mi tristeza.
Hay ocasiones en que la vida parece tan complicada que se me parte el pecho en lágrimas por no saber vivirla, pero también hay momentos donde los soplos de la inspiración me obsequian clarividencias y sé, porque así Dios lo quiere, que la vida es más simple de lo que parece, y es de esta simpleza de la que me aferro para desprenderme de la vida en su totalidad sistemática. Es allí donde nace mi incapacidad para hablar y gritar las cosas que mi corazón me pide, y donde nace el escrutinio y el talento para decirte y explicarte el mundo por medio de unas letras y un papel.
No te pido que entiendas la locura que dicta mi bohemio corazón, solo te pido que renuncies a tu propio juicio y puedas rozar los demonios que se han encubado en mi mente. No te pido que perdones mis ofensas y las incontables veces que he despreciado la guía de tu mano, solo te pido un poco de paciencia para comprobar si mis talentos son verdaderamente un objetivo de nuestro creador. Y no te pido que pagues las consecuencias de mi depresión buscada y tampoco que soportes el golpe de mis malas decisiones.
Al final de cada día no me queda más remedio que revolcarme en esta bendita soledad con la que se identifica la nostalgia de mi alma. Al final de cada día no me queda más remedio que esperar un vuelco de la voluntad divina, y que yo, como persona, pueda expresarte que te amo sin complejos ni vergüenzas, madre de mi vida, ángel de los reinos del amor.
OPINIONES Y COMENTARIOS