Se desvanecieron mis palabras;
ya no las tengo.
Se extraviaron en el piélago neblinoso
del sin sentido.
De la soleada pizarra en la que dibujábamos
los arabescos de pláticas interminables,
ésas con olor a mar calmo,
ésas con sabor a instante dulzón y eterno,
se borraron de cansancio.
Quién sabe por qué razón, se perdieron
en una incierta telaraña de confusiones.
Fueron devoradas por un monstruoso silencio
junto a las risas, las miradas, los soles,
las tardes de canciones azules…
Si hoy me dijeras «Hablemos»
te pediría que, por favor, me ayudaras
a comprender cómo podría hacerlo
con palabras ya ausentes.
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