»Ecos de Amor en las montañas»

»Ecos de Amor en las montañas»

Enmanuel Colón

22/07/2024

En el corazón de las majestuosas montañas, donde los picos nevados se alzan como guardianes eternos y los valles verdes se extienden como un manto esmeralda, vivían dos jóvenes parejas cuyos destinos estaban trágicamente entrelazados.

Primero, estaba Elena, una joven de ojos brillantes y sonrisa radiante, cuya poesía era conocida en todo el valle. Elena estaba enamorada de Miguel, un músico talentoso que podía hacer llorar a los oyentes con su guitarra. Sus encuentros secretos en el claro de la montaña eran el alma de su amor. Bajo el cielo estrellado, Elena recitaba versos a la luna mientras Miguel tocaba melodías que parecían susurrar promesas eternas.

Sin embargo, el padre de Elena, un hombre severo y de rígidas tradiciones, despreciaba a Miguel por considerarlo un simple trovador sin futuro. “Un poeta necesita más que palabras para vivir,” repetía constantemente. La madre de Miguel, viuda y sobreprotectora, temía perder a su único hijo a manos de una vida bohemia y sin garantías. Ambos padres prohibieron la unión, y los amantes, con corazones quebrados, tuvieron que conformarse con la distancia que sus familias imponían.

Por otro lado, estaba Sofía, una florista cuyo arte consistía en arreglos florales tan hermosos como sus propios sentimientos. Sofía estaba enamorada de Andrés, un joven granjero que cultivaba las tierras fértiles del valle con dedicación. Juntos, soñaban con una vida simple pero plena, donde el amor sería el centro de su existencia. En las tardes, Andrés le regalaba a Sofía las flores más hermosas que encontraba en sus campos, y ella las transformaba en poesías visuales que decoraban su pequeña cabaña.

La madre de Sofía, una mujer ambiciosa, veía en Andrés a un hombre sencillo, insuficiente para las altas aspiraciones que tenía para su hija. El padre de Andrés, hombre pragmático, consideraba que el amor no podía ser el único fundamento de una vida próspera y estable. Ambos progenitores, con corazones endurecidos por sus propias experiencias y temores, condenaron la relación. Así, Sofía y Andrés se encontraban separados por un abismo insalvable, sus sueños de amor desvaneciéndose como niebla al amanecer.

Una noche, cuando la luna llena iluminaba las montañas con su resplandor plateado, Elena y Sofía se encontraron en el claro, cada una con su dolor y poesía. Mientras compartían sus historias, sus lágrimas se mezclaban con la brisa fresca de la montaña. Decidieron unir fuerzas y dejar que sus corazones hablaran a través de las palabras. Juntas, escribieron un poema que encapsulaba la esencia de sus amores imposibles, un lamento por lo que podría haber sido.

“En estas montañas, nuestro amor encontró su voz,
Dos almas separadas por barreras que no elegimos.
Versos que fluyen como ríos, melodías que el viento lleva,
Flores que se marchitan sin haber florecido plenamente.
Nuestros corazones, en cadenas invisibles, laten con dolor,
Esperando un amanecer donde el amor sea libre.
Hasta entonces, nuestras almas vagan, perdidas en poesías,
Esperando el día en que el amor conquiste el miedo.”

El poema, escrito en un pergamino envejecido, fue guardado en una pequeña caja de madera que enterraron bajo un árbol en el claro. Era su manera de sellar una promesa: algún día, si no ellas, sus descendientes vivirían en un mundo donde el amor no conociera barreras impuestas por los miedos y prejuicios de los demás.

Los años pasaron, y aunque sus vidas siguieron caminos separados, el poema se convirtió en una leyenda entre los jóvenes del valle. Era un recordatorio eterno de que el amor verdadero, aunque a veces no pueda florecer en el presente, siempre encuentra una manera de perdurar a través del tiempo, inspirando a las generaciones futuras a luchar por su propia felicidad.

Y así, en las montañas, donde los picos nevados siguen siendo testigos de innumerables historias, el amor de Elena y Miguel, Sofía y Andrés, perdura en la poesía, un eco eterno de corazones que se negaron a ser olvidados.

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