La muerte estaba aburrida. Había visto tantas cosas en su larga existencia que ya nada le sorprendía. Un día, decidió visitar a un escritor de humor que estaba a punto de morir. Quería ver si podía hacerla reír con sus últimas palabras.
Entró en la habitación del hospital donde el escritor yacía conectado a varios aparatos. La habitación estaba en penumbra, con el sonido constante de los monitores cardíacos llenando el aire. Se acercó a su oído y le susurró:
—Hola, soy la muerte. He venido a buscarte.
El escritor abrió los ojos lentamente y, tras unos segundos de incredulidad, la miró con una sonrisa irónica.
—¿En serio? ¿Y no podías haber venido antes? Llevo años esperándote.
La muerte se quedó perpleja. No era la respuesta que esperaba. Aunque no era la primera vez que encontraba a alguien que fingía no temer la muerte, siempre podía percibir el miedo en el interior de sus víctimas. Sin embargo, en este caso, el escritor parecía genuinamente relajado, como si realmente hubiera estado aguardando ese momento.
—¿Cómo que esperándome? ¿No tienes miedo de morir? —gritó la muerte con un tono intimidante, casi como si su voz fuese un eco infernal, intentaba asustarlo.
El escritor no mostró ningún signo de temor. La muerte se dio cuenta de que su voz intimidante no había surtido efecto, lo que la intrigó aún más.
—¿Miedo? Para nada. Al contrario, estoy deseando morir. Así podré escapar de este mundo tan aburrido y cruel. Además, podré conocer a todos esos personajes que he creado en mis cuentos. Seguro que son más divertidos que la gente real.
La muerte se sintió ofendida. ¿Acaso el escritor se estaba burlando de ella? A su alrededor, las máquinas emitían pitidos rítmicos que parecían sincronizados con su creciente curiosidad.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿No te das cuenta de que yo soy la única realidad? ¿No te importa dejar atrás a tu familia, a tus amigos, a tus lectores?
El escritor soltó una risa débil, como si hubiera escuchado la mejor broma de su vida.
—No, no te preocupes por ellos. Mi familia me abandonó hace tiempo, mis amigos son unos falsos y mis lectores no entienden mi humor. Lo único que me importa es mi obra. Y tú eres parte de ella.
—¿Yo soy parte de tu obra?
—Claro. Eres el personaje principal de mi último cuento. Un cuento de humor sobre la muerte.
La muerte sintió una punzada de intriga. De nuevo, no podía creer lo que oía.
—¿Qué estás diciendo? ¿Esto es un cuento? ¿Tú me has inventado?
—Así es. Y ahora que te he conocido, puedo terminarlo. Solo me faltaba el final.
El escritor cogió un lapiz y un papel que tenía en la mesita adornada con flores, y escribió unas cuantas líneas de prisa. En cuanto terminó, le entregó el papel a la muerte con una sonrisa astuta.
—Aquí lo tienes. Lee el final y dime si te gusta.
La muerte cogió el papel y leyó:
“Y entonces, la muerte se echó a reír. Se dio cuenta de que el escritor le había gastado una broma genial. Le había hecho creer que era un personaje de ficción, cuando en realidad era ella la que lo había creado a él. Era su forma de despedirse con humor. La muerte admiró el ingenio del escritor y le dio las gracias por hacerla reír por primera vez en su vida. Luego, lo tomó de la mano y se lo llevó con ella al más allá, donde siguieron riendo juntos por toda la eternidad.”
La muerte soltó el papel y miró al escritor con una mezcla de asombro y admiración. Se tomó unos segundos para procesarlo, pero finalmente le causó gracia.
—Es… es… ¡es genial! —exclamó—. Me has hecho reír de verdad. Eres un genio.
El escritor sonrió satisfecho.
—Gracias. Para mí también es divertido, nunca pensé ver a un esqueleto sonreír. —carcajeó—. Ahora, estimada amiga, ya es hora de partir, ¿verdad?
—Sí, nos vamos—contestó la muerte—. Pero antes, déjame decirte una cosa.
—¿Qué cosa?
—Que esto también es un cuento.
Y con esas últimas palabras, la muerte le clavó la guadaña en el corazón al escritor, quien murió al instante, pero con una gran sonrisa en el rostro.
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