—Mátame de una vez.
El gesto de la mujer de blanco se deformó al escuchar estas palabras, palabras tan familiares, palabras escuchadas tantas veces antes, palabras cuya posibilidad seguía aterrándola. Pegó la espalda a la pared sin desviar la mirada y se deslizó hasta el suelo, sacudiéndose con ligeros escalofríos.
La mujer de negro dio un paso al frente y se arrodilló frente a ella. —¿Qué te detiene?, ¿escrúpulos, rectitud? Ésas son tonterías, nociones pedestres.
La mujer de blanco prensó su cabeza con fuerza, la mirada perdida en la pared frente a ella. —No…no…no…— masculló entre dientes.
—¿No, dices? Sí, bien sé de tu cobardía— replicó con desdén—. ¿Qué acaso no entiendes que estamos destinadas a la grandeza? Aprovecha mi fuerza, mi potencia, mi impulso, déjame salir. Si no, ten al menos la valentía de matarme.
—No…no…no así.
La mujer de negro bufó con desprecio y se recargó en el muro contrario.
—¿Psicosis?
—Sí. Lleva meses perdida en su mente
—Pobre, ¿quién sabe con qué monstruos se encuentra a diario?
—Tonterías. Si algo, tendrá la mente vacía.
La mujer de negro volvió la mirada hacia los hombres al otro lado de la puerta.
Sonrió.
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