El olvido que somos.
El olvido que seremos.
El olvido que fuimos.
Después del eclipse el espejo susurraba en las mañanas.
El frío de la noche que recorre el alma sin provocarla.
Tú ausencia inunda la casa, un vacío respira, y la presencia del instante pervive con el espectro de tu figura.
En soledad, los recuerdos del pasado visitan mi hogar.
Y no estoy.
Nos separamos, te fuiste y me fui a otro lugar donde el pasado no tocara.
Se perdió el sendero que cruzaban nuestra casa y hogar.
Se derrumbaron los puentes, solo quedaron agujeros negros y su radiación, nos llamaron.
Luego, unas aves que se incendiaron pasaron frente a mi… Para que las viera y no estaba.
Me di cuenta a tiempo. Los años crean lo que los artistas dejaron atrás, un legado de olvido.
Los años cultivan y devoran la carne que gime y suda. Aunque siga buscándote.
Sin casa, sin hogar y sin puentes.
Buscándote sin oráculos. Recordando olvidándote y olvidando recordándote.
Contigo y sin ti, en todo lugar donde va mi carne que cae y en silencio grita.
Cerrado al mundo, los ecos del silencio derrumbaron los castillos que una vez habitamos.
El recuerdo persiste y el olvido persigue las historias labradas en cicatrices y diamantes.
El recuerdo persigue y la eterna despedida vive en la carne habitando un silencio indescifrable.
El olvido y el recuerdo viven el eclipse: juntos y separados en un eterno instante.
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