Nací en el año 36, el año en que se enfrentaron hermanos, vecinos, amigos, en una guerra en la que todos perdieron… como en todas las demás guerras. En ese año nací, y esos tiempos que no fueron fáciles marcaron lo que sería mi carácter, por siempre.
Era un día como otro cualquiera en unos tiempos que fueron lo que fueron, estábamos todos los hermanos reunidos en casa con nuestra madre, la señora Mercedes, una gallega de armas tomar. Nuestro padre estaba buscándose la vida como medianamente se podía, por aquel entonces, para dar de comer a sus seis hijos, dos chicos y cuatro chicas.
Cuando llamaron a la puerta no imaginábamos que serían los milicianos, desconozco el bando ni me importa, los cuales se dirigieron de esta manera a mi madre.
-Señora, ¿tiene usted una hija llamada Libertad?.
-Sí. Les contestó mi madre sin entender nada de lo que pasaba.
-Pues señora, debería saber que estando en guerra su hija no puede tener ese nombre, si no le cambia el nombre a la niña nos la tendremos que llevar.
Mi madre no tardó en volver a inscribirme en el registro, eso si, al tener yo la edad de un año, los gentiles agentes me quitaron un año de edad, con lo cual, en mi documento de identidad figura que nací en el año 37, y que mi nombre a partir de entonces sería Ángela.
Lo que podría ser un hecho anecdótico lo veo como la tecla que se pulsó para que desde bien pequeña haya tenido un carácter difícil, complicado. Y si no, por lo menos, el «pistoletazo» de salida de ese genio tan fuerte, tan marcado en mi forma de ver y vivir la vida.
Hace poco tiempo llegó a mis manos una fotografía que no recordaba, mi padre murió joven con el mal de lo que llamaban «la culebrilla», tenía sólo cuarenta y siete años. Realmente joven.
En esa foto mi padre, al que no recordaba tan guapo, estaba con todos sus hijos, en medio estaba yo, con el ceño fruncido como enfadada con el mundo, por supuesto mis hermanas cuando me dieron la foto se percataron de mi gesto y de la forma en que miraba a cámara, «Angelita, ya desde que eras pequeña, tuviste cara de mala leche». Y eso es, totalmente cierto.
Tuve carácter, para no permitir que nadie me faltase al respeto y mucho menos a mis hijos. Tuve carácter para no hablar ni hacer mal a nadie que no se lo mereciera. Lo tuve también para defender a mi familia y a las personas que me importaban, de esa pasta me hicieron y espero que ese sea el legado que haya dejado a mis hijos.
«Que nada ni nadie os impida ser felices», no deja de ser una frase hecha pero la hago totalmente mía, ese es mi deseo para mis hijos, y por encima de todo, que sepan defenderse y luchar ante la adversidad, siempre.
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