Había una vez una niña que, con sábanas y almohadas, construyó su casa dentro de su casa. ¿Qué sentido tenía hacer eso? Ninguno. Y como no podía ser de otra manera, esa niña se llamaba Alicia.
Su casa, la que ya estaba “construida”, era muy extraña para quien fuera muy observador. Como Alicia. Las ventanas no eran transparentes, los muebles estaban pegados al techo, de los grifos salía fuego, de la estufa agua, las camas eran duras, el piso suave, las luces proyectaban oscuridad y las sombras daban luz…Por lo que hacer una casa de mentiras dentro de una casa que pareciera ser de mentiras no era lo más descabellado del mundo.
Alicia cogía la escoba, un paraguas, una sábana lo suficientemente grande y con eso hacía su carpa. «¡Bienvenidos al circo más mágico de todos, en el que todo puede pasar!» gritaba Alicia, rodeada por un público conformado por peluches.
«Con ustedes el mago Bigotón», entonces Alicia cogía un peine y se lo ponía debajo de la nariz, asemejando un bigote falso. «Damas y caballeros», decía el mago Bigotón con voz de narizona, «necesito un voluntario». «¡Yo, yo! ¡Elígeme a mí!», gritaba un oso pardo de peluche, al que le faltaba un ojo y que tenía cocida la pierna y una oreja. «Está bien, ya que insiste. ¿Qué quieres hacer, mi joven osezno?», preguntó el mago, mientras movía sus melosos bigotes. «Quiero ser capaz de quitar una montaña de mi camino», declaró el oso con todo su corazón hecho de algodón. «Podemos hacerlo, pero para realizar el acto debe haber un deseo. Si no, no se va a cumplir».
«Yo deseo…»
—¿Qué es todo este desorden, Alicia?—preguntó un pintura de Picasso. Era la madre de Alicia, Guernica —. Los almohadones son para sentarse, la escoba para barrer, el paraguas para taparse de la lluvia y las sábanas para abrigarse cuando es de noche. Para eso están hechas esas cosas.
Alicia tomó un almohadón y lo examinó meticulosamente.
—¿Qué haces?—preguntó la madre, con su particular tono cubista.
—Busco para ver dónde dice eso.
La madre se marchó enojada, no sin antes advertirle a su hija que debía tener todo recogido cuando ella volviera.
Alicia no encontró nada en el almohadón que le dijera para qué servía o para qué estaba allí.
Asustada, se examinó a ella misma…y tampoco encontró nada.
De pronto el juego de construir una casa dentro de una casa ya no tenía sentido. ¿Para qué lo iba a hacer, si ya tenía un techo donde dormir? De nada servía soñar con vivir dentro de un circo donde los deseos se hacen realidad si la realidad te mostraba todo lo contrario.
Alicia quitó la escoba que sostenía la sábana y todo el circo se vino abajo, cubriendo a todo el público, incluyendo al oso. De pronto Alicia comenzó a caer en un precipicio, largo, largo, largo, casi infinito, donde no había absolutamente nada. Se sentía sola, triste y vacía. Muy vacía.
Solo pudo salir de ahí cuando escuchó el grito.
Era de su papá, René, un hombre muy elegante, con saco, corbata roja y sombrero de bombín, pero cuyo rostro era siempre tapado por una manzana verde. Estaba como un enajenado buscando una de sus gafas, porque tenía muchas de ellas: circulares, cuadradas, coloridas, opacas…Buscaba las que le servían para leer. Entonces recordó dónde las había puesto.
—¡Están en las aves!—exclamó, aunque Alicia no sabía a qué se refería, si no tenían aves.
El padre fue a la cocina, cogió uno de los huevos de la canasta, lo rompió y de ahí salieron las gafas que tanto había buscado.
Alicia meditó lo que había acabado de ver y concluyó que, aunque hacer una casa dentro de una casa no tenía sentido, tampoco lo tenía no hacerlo. Visto de ese modo, volvió al juego.
«Yo deseo quitar la montaña para llegar más rápido al hospital, porque me falta un ojo, me cosieron una pierna y también una oreja, y necesito un doctor», exclamó el oso a todo el circo. «¡A la cuenta de una, dos y tres!», gritó el mago Bigotón a la vez que chasqueaba los dedos, y la montaña que estaba enfrente desapareció. El circo explotó en aplausos y gritos de emoción, y el sueño de oso se había hecho realidad.
«Muy bien, muy bien. Un aplauso al mago Bigotón», dijo Alicia. «Señor Oso, una pregunta, ¿no se siente vacío después de cumplir su sueño?». El silencio se apoderó de la habitación y Alicia volvía a sentirse mal. «Un poco, pero estoy bien», contestó el oso, con una sonrisa amable. «Gracias, necesitaba eso», dijo Alicia.
—¿Sabes por qué estás aquí?
—No, no lo sé…Pero dime, ¿te hago feliz?
—Sí
—Entonces ya lo sé.
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