Amaneció como un día normal, de esos que cuando suena el despertador te arranca de un sueño donde la piel era protagonista principal, últimamente no paraba de tener ese tipo de fantasías, en ocasiones se levantaba más cansado de lo que se acostaba. Boca arriba con la mirada perdida en el techo, repasó lentamente su planning del día. Básicamente se limitaba a una serie de pautas básicas. La primera “sobrevivir” ser capaz de llegar al fin de la jornada con los menos rasguños posibles. La segunda hacer el menor daño posible, su obsesión por no perjudicar al resto, de no sentirse un maltratador se había convertido en un mandamiento de estricto cumplimiento. La tercera era sin duda su favorita, la que le permitía llevar el ritmo de vida que tanto deseaba, y que tanto le compensaba todo lo que había sufrido, una fórmula tan sencilla y efectiva, que en su boca era casi un mantra “Sonreír y desplumar”. No había llegado a ser número uno de ventas en su empresa sólo por su cara bonita, básicamente porque era consciente que no la tenía, pero si el don de embaucar, de seducir a mujeres y hombres para generar necesidades innecesarias, lo que él hacía no era vender, su forma de interactuar con los clientes, era un arte en sí mismo.

Mientras se incorporaba en la cama, repasaba la vista de su nuevo apartamento, un pequeño dúplex, en una de las ramblas principales de su ciudad, céntrico pero alejado del ruido y el caos de las calles principales. Pocos muebles aún, una decoración escasa, pero abierta a recibir nuevos inquilinos, no tenía prisa, sabía que ese sería su nuevo hogar por un tiempo indefinido. Ya en pie, mientras empezaba a andar por su nuevo hogar, su mente seguía inmerso en los escasos recuerdos que le venían del sueño de la noche anterior. Él tenía claro que la llegada de ella a su vida era la principal causante de tanta “Revolución carnal”. En fin, aunque no recordaba casi qué tipo de aventuras había soñado la noche anterior, dos pruebas latentes confirmaban que su cabeza había vuelto a volar a su lado una noche más, una de ellas, inevitablemente era la incómoda erección que surgía de su entre pierna, donde el caminar con el miembro erguido se le hacía hasta ridículo y la otra era una frase que no paraba de repetirse en su cabeza, como un eslogan barato de los años 90, tenía que reconocer que le hacía gracia, ese mensaje había calado en su adn y sabía que la mente trabaja con lo que tiene, una sonrisa dibujó su cara mientras subía las escaleras de camino a la cocina, era curioso, toda su vida había tenido que bajar para llegar hasta ella, pero ahora, como una señal divina de que las cosas a veces se tienen que hacer al revés, ahora le tocaba subir, para acceder a la cocina y al salón principal de su casa. Apenas llevaba unas semanas viviendo sólo, pero esa soledad tan necesaria para él, había hecho que la adaptación a su nueva vida fuera casi instantánea. Su ritual de cada mañana comenzaba con un café bien cargado mientras Alexa le escupía el parte meteorológico y en resumen de noticias de cada mañana, pero esa mañana un mensaje taladraba su cabeza, mientras la taza iba camino del microondas una pequeña pausa antes de darle al botón, una sonrisa y una sola frase. No había nada en su agenda, nada previsto, nada concertado, sólo una jornada laboral que se presumía prometedora, aunque no estaba siendo un buen mes, él siempre tenía la esperanza de remontar y salvar sus números. El café quemaba, el reloj avanzaba y el no tuvo más remedio de ir tomándoselo de camino a la ducha. Ahora tocaba bajar escalones. Su cabeza más centrada, ya tenía activado su modo Work, sabía lo que tenía que hacer, y lo que tenía que conseguir, más ventas para más dinero, así de simple, mientras dejaba la taza en un lado del lavabo, y se metía en la ducha, nuevamente su mente lo llevó a recordar la frase con la que se había despertado. “Otro calcetín con tu nombre”. Sonrió

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