I
En el jardín de los sueños, nace una flor, la hija más bella, un rayo de sol. Sus ojos destellan, como estrellas en mar, su risa es canción que invita a soñar.
Su piel es la seda, suave al tacto y al alma, sus manos son brisa que acaricia y embalsama. En su corazón florecen mil primaveras, y en su mirada se esconden las estrellas.
Es la hija del amor, del abrazo eterno, en sus pasos danzan los sueños más tiernos. Sus risas llenan de luz cada rincón, y su voz es melodía, pura inspiración.
Bajo el cielo azul, ella es un verso, que canta al amor y al universo. En su ser palpita la esencia más pura, la hija más bella, bendición tan dulce y pura.
II
En la bruma del recuerdo, su ausencia se dibuja, Francisco, padre amado, en la lejanía se escucha. Tu voz, un eco en el viento, susurro en la penumbra, en cada paso, en cada gesto, se siente tu presencia ausente.
En el libro de la vida, tus páginas se grabaron, historias compartidas, momentos que atesoramos. Tu sombra, dulce abrazo que ya no podemos alcanzar, pero tu luz perdura, en nuestro ser sigue a brillar.
Francisco, nombre de fuerza, de ternura y guía, aunque el tiempo nos separe, tu esencia no se olvida. En cada sueño y anhelo, en cada risa y suspiro, tu legado perdura, en nuestro corazón, eterno suspiro.
Tu ausencia nos desafía, a ser fuertes y valientes, a caminar el camino, con recuerdos tan vivientes. Aunque no estés físicamente, tu amor nos sostiene, Francisco, padre amado, en nuestro ser permaneces.
III
En el alma, madre mía, Dios te puso, con amor y gracia infinita nos bendijo. Eres luz que guía, firme roca en el camino, en tu abrazo encuentro paz, consuelo divino.
En tu mirada brillan estrellas de esperanza, tu voz es melodía que en el corazón se danza. Madre, eres el refugio en las tormentas fieras, eres la fuerza que sostiene mis quimeras.
En cada gesto, en cada palabra tu amor se refleja, como río que fluye, constante y sin queja. Dios te prestó a mis días, a mi existencia, como ángel guardián, como guía y presencia.
En tus manos reposa el amor más puro, en tu alma se arraiga el perdón y el futuro. Madre, prestada por Dios, tesoro inigualable, tu luz es mi faro, tu amor, inquebrantable.
IV
En las montañas de verde esplendor, se alza Ajuterique, pueblo de amor. Sus calles serenas entre cerros se enredan, y el cielo azul sobre ellas se despliega.
En cada esquina, historias se entrelazan, susurros del pasado en cada plaza. Ajuterique, tierra de raíces profundas, donde el alma de Honduras se refleja fecunda.
El sol acaricia tus campos de maíz, y en cada amanecer, tus colores son matriz. Ríos que cantan entre valles y lomas, testigos de vidas tejidas con aromas.
En tu gente, la hospitalidad es reina, en cada sonrisa, la esperanza germina. Ajuterique, joya entre montañas erguida, tu nombre en el viento, Honduras te cuida.
Que tu historia perdure, como un canto ancestral, Ajuterique, en el corazón de Honduras, esencial. Tu belleza es un tesoro que brilla sin par, Ajuterique, pueblo querido, en ti quiero habitar.
V
En el susurro del tiempo, en cada alborada, Pamela, mi amada, mi compañera dorada. En tu risa encuentro la melodía del sol, en tus ojos que brillan, en el reflejo del amor.
Tu presencia es un faro en la noche oscura, en tus abrazos encuentro paz y ternura. Eres el sueño cumplido, mi vida entera, la estrella que guía mi camino, sincera.
En cada mañana, tu risa es mi despertar, en cada noche, tus besos son mi descansar. Pamela, en tu mirada se dibuja nuestro hogar, un refugio de amor que nunca se va a apagar.
En la danza de la vida, tú eres mi mejor canción, en tus manos encuentro la fuerza y la pasión. Eres mi amiga, mi amante, mi todo en esta vida, Pamela, esposa querida, mi eterna bienvenida
VI
Emilio José, luz de mi existir, brote de amor que hace mi corazón reír. En tus ojos brilla la pureza de la aurora, eres mi tesoro, mi estrella, mi joya preciosa.
Desde el primer suspiro, supe que eras mi sol, tu risa es la melodía que llena mi hogar de arrebol. En cada paso que das, veo crecer tu bondad, eres mi mayor orgullo, mi fuente de felicidad.
Tus sueños son alas que te elevan al volar, mi deseo más grande es verte siempre brillar. Emilio José, en tus abrazos encuentro paz, eres mi inspiración, mi razón para amar.
En cada aventura, en cada nuevo amanecer, estaré a tu lado, sin temor a lo que pueda suceder. Contigo aprendo que el amor es eterno y sin fin, Emilio José, mi hijo amado, eres mi todo, mi jardín.
VI
Diego José, mi primer sueño hecho realidad, desde el día que llegaste, mi vida cambió de verdad. Tus ojos pequeños reflejan la inocencia del amanecer, eres la luz que ilumina mi camino, mi querer.
En cada risa tuya veo el brillo de mil estrellas, en cada abrazo tuyo siento la paz más bella. Eres la promesa de un mañana lleno de esperanza, con cada paso tuyo crece en mí la confianza.
Diego José, en tus manos veo el futuro brillar, tu sonrisa es el motivo por el que nunca dejaré de luchar. En cada gesto tuyo encuentro la grandeza de ser padre, eres mi inspiración, mi motivo para siempre amar.
Que la vida te lleve por senderos de felicidad y luz, yo estaré siempre aquí, apoyándote con mi cruz. Diego José, mi hijo amado, mi compañero fiel, contigo el amor de padre es un regalo del cielo que no tiene igual
VII
En el jardín de mi vida, un ángel se asomó, Aitana Sofía, con ojos azules, un sueño se formó. Tu risa es como el viento, suave y serena, tu mirada brilla, estrella que ilumina mi escena.
Eres mi pequeña flor, en cada pétalo un encanto, en tu risa inocente, el mundo se detiene en el llanto. Tus ojos azules son dos luceros en el cielo, que guían mis pasos, llenándolos de consuelo.
Aitana Sofía, con tu dulzura conquistas corazones, en tus abrazos encuentro las más dulces emociones. Eres el reflejo del amor más puro y profundo, mi hermosa niña, mi tesoro en este mundo.
Que la vida te regale siempre sonrisas y sueños, que tu camino esté lleno de colores y pequeños empeños. Aitana Sofía, mi luz, mi estrella en el firmamento, contigo cada día es un regalo, un bello momento.
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