Si la vida fuera una película, con cada uno de nosotros como protagonistas de nuestras historias, la ansiedad sería el guionista por excelencia. Esa emoción persistente de preocupación, esa atención constante y alerta, nos mantiene al acecho de posibles peligros para nuestra integridad. Este mecanismo de supervivencia, tan crucial en tiempos antiguos, ha perdido su rumbo en la modernidad.

Los peligros de hoy son distintos: nebulosos, a menudo imaginarios y casi siempre desproporcionados. Esto da lugar a lo que podría llamarse «otro guion de mierda,» un título mordaz que subraya cómo la ansiedad, enredada con nuestra biografía, nos dibuja escenarios cada vez más sombríos.

Imagino que me han cambiado por otra persona, que no valgo lo suficiente, y que, tarde o temprano, seré abandonado. Es el mismo ciclo una y otra vez: enfrentar episodios de soledad y depresión. Estas narrativas se multiplican, cada una más desesperante que la anterior, componiendo un guion tras otro, superponiéndose en un caos de miedos y dudas.

Y estos guiones, los alimentamos inevitablemente según el contexto y las circunstancias. Algunos más, otros menos, pero todos lidiamos con nuestros propios guiones de mierda. No hay escape. Aquel que lo niega, simplemente miente. La única diferencia es la narrativa, pero el fatalismo es parecido. Trabajo, relaciones, estudio, deporte, ocio… en todos los escenarios no parece haber escapatoria. Por más felices que estemos, en algún rincón se encuentra otro guion de mierda.

Y entonces, ¿cuál es la solución? Puesto que no parece haber salida. Los guiones de mierda siempre van a estar: autosabotaje, síndrome del impostor, menosprecio, etc. Todas situaciones que suceden, han sucedido y con seguridad sucederán. Pero el que pasen no implica que no podamos relacionarnos de forma distinta.

Al final del día son eso, guiones de mierda. Guiones que no han pasado, que puede que ni siquiera lleguen a pasar y que solo están en la mesa de nuestra imaginación, siendo alimentados por nuestra expectación. Cuando estos guiones de mierda se hacen presentes, algo que se puede hacer es revisarlos, preguntarnos si pueden ser replanteados, reescritos, reimaginados. En el cine suele pasar con frecuencia que la película publicada, el guion que vemos plasmado, dista muchísimo del guion original. Miles de reescrituras, cientos de correcciones ya han pasado. ¿Por qué no intentarlo con nuestros guiones de mierda?

Si bien enfrentar estos guiones de mierda no es fácil, al menos imaginemos que pasan y llevémoslos al absurdo. Que lleguen a convertirse en la complicidad de nuestra imaginación, en una comedia absurda sin sentido, como aquellas que no se pueden tomar en serio por lo tontas que son. Así, al menos, reiremos de nuestros propios guiones de mierda.

Enfrentemos esos guiones. Reescribamos la narrativa. La ansiedad puede ser el guionista, pero nosotros podemos ser los directores, editando y ajustando hasta que la historia, aunque imperfecta, sea una en la que podamos encontrar algo de paz y significado. Y si en el camino podemos reírnos de lo ridículos que pueden llegar a ser esos guiones de mierda, habremos dado un paso más hacia la liberación de su control.

No se trata de eliminarlos, porque eso no se puede, se trata de intentar modificar cómo nos relacionamos con nuestros guiones de mierda, porque son solo eso, guiones.

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