El siguiente relato que leerán me tiene perturbado. Cualquiera pensaría que he perdido el juicio, incluso yo mismo que estoy acostumbrado a crear historias para que el resto las lean. Debo transformar la realidad. Sumergir los hechos en mi mente y trastornarlos a mi favor, pero esta vez no fue necesario, y eso es lo que más me descoloca.
El suceso comenzó cuando llegaron los nuevos vecinos. Parecían ser una pareja totalmente normal, y así lo siguen aparentando hasta ahora. Roberto era un señor de alrededor de unos cincuenta años. Desde que llegó no era muy conversador con los nuevos vecinos. Es entendible hasta cierto punto, ya que pasaba gran parte del día trabajando. Lo poco que supe es que trabaja como electricista en una empresa. Solamente lo veía los fines de semana. Nos topábamos por la calle y no conversábamos más que el saludo correspondiente. Aparte se veía que era alguien tímido. Era alto, delgado, con una alopecia que ya comenzaba a manifestarse. Siempre iba mirando hacia el suelo. Intentaba esconder la mirada bajo sus lentes; era curioso que lo intentara, ya que no eran lentes de sol. Su esposa, Sofía, era todo lo contrario. Era una mujer extrovertida, siempre se le podía ver afuera de su casa conversando con los vecinos. Rápidamente obtuvo la simpatía de todos, incluso de las viejas peladoras que pasan cuchicheando entre ellas. A pesar de que fuera muy conversadora, nunca pude cruzar algunas palabras con ella, al menos eso fue así hace unas cuantas semanas.
No puedo negar que Sofía es una mujer bastante atractiva. Y lo que más me agrada es que no debo describirla ante ustedes como la escultura de una diosa. Ella no encaja en ese prototipo. Siempre me dedicaba a mirarla desde la lejanía cuando la veía en el jardín de su patio o hablando en la calle con alguien. A pesar de que su marido tiene ya una edad avanzada, pareciera que ella se quedó estancada en la madurez, me atrevería a decir que rodeando los cuarenta.
El día que por fin tuvimos el primer contacto, diré primer, porque fueron muchos más, ella vestía un vestido floreado que dejaban ver sus piernas. Noté una cicatriz en su rodilla. Es la típica cicatriz que te haces cuando eres niño al aprender a andar en la bicicleta. Su rostro estaba limpio, sin ningún maquillaje. Y el pelo se lo había amarrado haciéndose una coleta.
—¿Cómo estás? Me pillaste justo jardineando. Voy a trasplantar este pequeño arbolito. Mi marido me dijo como se llamaba, pero ahora no lo recuerdo. —Me comentaba mientras sus manos enguantadas escarbaban la tierra húmeda.
—Me llamo Julio. —Le respondí algo nervioso.
—Me refería al arbolito. Pero es bueno saber tu nombre. Nunca había tenido la oportunidad de conversar contigo.
Avergonzado por la estúpida respuesta que había dado, intenté justificar el no haber hablado con ella.
—No soy mucho de conversar con los vecinos, no porque sea poco sociable, solo que la universidad me ocupa mucho el tiempo, y cuando no estoy allí, estoy encerrado en mi casa estudiando.
—Tranquilo, no te justifiques. Te entiendo, también fui universitaria. Terminé mi carrera, pero nunca trabajé en ello. Soy enfermera. ¿Y tú, que estás estudiando?
—Psicología. Ya voy en cuarto año. —Ha estas alturas de la conversación yo ya me estaba apoyando en la muralla que dividía nuestros patios, y ella terminaba de colocar el nuevo árbol.
—Qué bonita carrera. Por un tiempo, en forma de pasatiempo, me dediqué a leer sobre psicología. A estas alturas ya debes saber mucho más que yo sobre la profesión, pero me encantaría que conversáramos un poco más. Mañana ven a tomar oncecita conmigo.
Eso fue lo último que dijo antes de levantarse, limpiarse las rodillas, sacarse los guantes y volver a su casa. Sin duda no me esperaba aquella propuesta. Mi respuesta fue una leve sonrisa, asentir con la cabeza y decir un “si” que apenas yo pude oír.
Recuerdo haber estado bastante intranquilo esa noche. No sabía que era lo que me tenía así, si era su belleza o el ir a comer a la casa de una desconocida, o quizás, eran las dos opciones juntas. Me preguntaba si Sofía invitaba a todos los vecinos a su casa. Tampoco quería pasarme películas. No se fijaría una mujer madura en un chiquillo como yo, aunque si hay hombres jóvenes que le gustan mayores, esto puede ser lo mismo, pero al revés. Me miraba al espejo de mi habitación. Observaba el rollo que se formaba en mi guata. Posaba de todas las formas para poder buscar mi atractivo. Hace un par de años me dediqué a hacer ejercicio. Mantuve los resultados por un tiempo, pero ahora solo quedan restos de aquello en mi cuerpo. Al apretar logré que mi abdomen se marcase al igual que mis pectorales, pero con el sedentarismo había acumulado un poco de grasa sobre ellos. La verdad es que miraba el espejo algo decepcionado. Yo sabía que mi atractivo está en mi cabeza, pensaba eso mientras miraba mis libros ordenados en las repisas. Y sin duda ella también debía ser bastante culta e interesante ya que, me había mencionado sobre sus lecturas sobre psicología. Eso fue lo que necesité para poder agarrar confianza en mí y poder dormir tranquilo.
La mañana previa al encuentro no fue muy diferente; me levanté temprano, fui a la universidad, regresé, estudié hasta cerca de las seis de la tarde. Hasta aquí era lo habitual, solo que ahora debía prepararme para ir donde Sofía. Me preguntaba si era necesario llevar algo, un queque, alguna tortita o algo para el pan. También pensaba en Roberto. ¿Será igual de retraído en su hogar, o ahí al menos cruzaríamos más que el saludo?
Finalmente, me planté frente a la puerta de la reja de la casa de mi vecina, sin nada en las manos y sin responder la pregunta sobre el marido. Antes de que alcanzara a llamar ya se había asomado este por la ventana. Solo vi sus lentes.
Ya llegó este pendejo, más encima viene sin nada para compartir, de seguro se come todo en la casa y no aporta ni uno. Qué bueno que no estaré comiendo con ellos.
—Hola chiquillo, pasa nomás. Mi esposa está en el patio. Me dijo que pasaras directo a hacerle compañía.
—Muchas gracias don Roberto. Permiso.
Permiso dice el estúpido, todos son iguales, siempre tan educaditos al principio, pero después se les olvida que están en hogar ajeno y se aprovechan. Lástima que no puedo combatir contra aquello. Llevo años así. No sé qué me quejo, si ya estoy acostumbrado. Prefiero encerrarme en el segundo piso en mi oficina, allí tengo todo lo que verdaderamente me gusta; mi profesión y mis libros, bueno, hay algunos libros que son de Sofía, pero se los tomo prestado, me parece un justo intercambio, ya que ella se lleva mi paciencia.
Han pasado cerca de una hora y todavía no entran a comer. De seguro ella le está mostrando el patio, le dice nombre por nombre cada planta y bicho que se encuentra entre en la tierra.
Efectivamente, me asomé por la ventana que da hacia la parte trasera de la casa y ahí están.
No sabía que
le gustaba tanto la jardinería. Me llevó de paseo por su patio, recorrimos cada rincón. Olfateé cada flor que caía de las ramas. El pasto era parejo con motas de flores de colores exóticos que se intercalaban al caminar. Pasó por mi mano especies extrañas de animales que pareciera que vivieran únicamente en ese rincón apartado del mundo; el patio de mi vecina. Antes de que me ofreciera volver a su casa, me invitó a que contempláramos la puesta de sol. Los rayos agónicos se reflejaban en una fuente de agua que estaba al centro del patio. Ella estaba a mí lado, era un poco más baja que yo. Pude deslumbrar su perfil iluminado por el sol. Su pelo suelto se volvió dorado. Su nariz era perfecta, un puente nasal recto y la punta redonda. Me quedé plasmado unos segundos, hasta que una sensación de cosquilleo bajó desde mi cuello hasta mis piernas; sentía que alguien me observaba.
No entraré en detalles de cómo fue la tarde, no aportaría en nada a este relato, pero igualmente, daré unas pequeñas acotaciones. No me tuve que preocupar por Roberto. Nos dijo, antes de que Sofía sirviera la mesa, que él se iba a quedar arriba, que tenía que hacer unos adelantos para el próximo proyecto que la empresa le había encargado. Nosotros estuvimos horas charlando. Conversamos sobre psicología, política, música y de la vida personal de cada uno. Ella me contó que le hubiera encantado tener hijos, pero que, por motivos ajenos a ella, no pudo. Yo pensaba que se debía a la menopausia, pero si hubiera sido por eso, no creo que me lo hubiera ocultado. En fin, también me enseñó sus libros que tenía en su habitación. Eran una gran variedad; novela negra, novela histórica, antologías de cuentos y poesía. En otro rincón tenía libros de política y filosofía.
—Desde muy pequeña he sido una gran lectora. Me críe rodeada de libros. En la casa de mis padres había una biblioteca familiar, teníamos libros que fueron impresos hace más de setenta años.
—Me llama mucho la atención “El retrato de Dorian Gray”. He leído muy buenas reseñas, sé que es un clásico de la literatura, pero nunca he tenido la oportunidad de leerlo. —Le dije mientras observaba ese libro en su velador.
—Justamente lo estoy leyendo porque es un clásico. No puedo ser egoísta contigo, así que apenas lo termine te lo prestaré. Necesitaré tu número, así te podré avisar.
La verdad Sofía, siempre he sido más amante de la noche. Me encanta el misterio y el silencio que nos envuelve cuando estamos en medio del patio, de hecho, no podríamos hacer lo que estamos haciendo. No te entiendo cuando te quedas embobada observando el atardecer. El sol no tiene ningún misterio, es conocido completamente por los astrólogos, en cambio, en la luna, hay un lado oscuro que la gente desconoce. Se podría decir que los seres humanos somos igual que ella. Pero bueno, siempre te bombardeo todas las noches con este mismo relato, aunque tu nunca me oyes.
Los siguientes días
fueron largos; mi mente no podía estar en los estudios, siempre me terminaba dirigiendo hacia Sofía. El hecho de que en cualquier momento pudiera mandarme un mensaje me mantenía siempre alerta. La imaginaba caminando hacía mí, su figura revelándose entre los árboles de su patio. Caminando con su libro en mano. La fuente de su patio salpicando minúsculas gotas en su blanca piel. Pero toda esta escena se veía interrumpida por Roberto. Algo había en su mirada, no en sus ojos en específico, si no en algo más profundo; los ojos eran solo la ventana que dejaba escapar aquello. Pareciera que lo que se ocultaba dentro de él lo carcomiera, y por eso su timidez. Aquella visión me mantuvo absorto por tres días, hasta que llegó el mensaje de Sofía. Temblando le mensajeé preguntándole si había disfrutado del libro, que me contara si era tan bueno como se decía y si valía la pena leerlo. La respuesta, a pesar de no referirse al libro, me dejó sorprendido y satisfecho; “Mañana en la tarde, tipo seis y media, estaré en el centro comprando algunas cosas. Juntémonos y lo conversamos”.
Que arreglada va, es muy raro que vaya así cuando solo va a comprar un par de cosas. De seguro se irá a juntar con alguien. Tampoco debo hacerme mucho caldo de cabeza, si esta situación es habitual. Ya no es tan irritable la idea de que me esté engañando. Es probable que vaya a ver a ese pendejito. Pero no me calza que vaya tan producida y la vez con las bolsas para guardar la compra, quizás hará las dos cosas. Me pregunto como la tocará ese imbécil. Sus manos son tan inexpertas para las curvas de mi mujer. ¿debería decir “nuestra”? ¿Será capaz de poder controlar su pasión y no ahogarse en su propio placer, y complacer a nuestra mujer? Cuando ella llegue de vuelta veré las respuestas en su rostro.
Me acaban de llamar de la empresa; me piden que me quede en Santiago este fin de semana, ya que se debe hacer mantención a los ascensores de una empresa importante.
Se encontraba sentada entre una multitud de mesas colmadas de personas. Sus piernas estaban cruzadas y sus manos sujetaban un libro. Las puntas de su pelo castaño bailaban con la leve brisa que recorría la ciudad. Respingó su nariz antes de cambiar de hoja. Me acerqué y pareciera que no hubiera notado mi presencia, porque se sobresaltó cuando moví la silla que estaba frente a ella.
—Me asustaste, no te había sentido. —Me dijo mientras cerraba el libro y lo apoyaba en la mesa.
—Perdóname, entre el bullicio de la ciudad es difícil a veces escuchar lo que pasa alrededor. ¿Hace cuánto me estás esperando? —Le preguntaba mientras terminaba de acomodarme en la silla.
—No hace mucho. De todos modos, estaba entretenida leyendo. Adivina, te traje lo prometido.
Pasaron las horas y nuestra conversación no dejaba de fluir. Fue muy similar al día que fui a su casa. Detrás de ella el sol se fue escondiendo hasta quedar acompañados por la luna. El frío se comenzó a hacer presente. Me dijo que le apetecía volver a su casa. Nos fuimos caminando juntos. Nuestras manos de vez en cuando se rozaban, y yo me estremecía. Sus dedos eran finos y tibios. Sin darme cuenta ya estábamos fuera de la casa de ella. Apoyó suavemente su mano en mi hombro, sentí su respiración en mi oreja y sus labios suaves en mi mejilla.
Recuerdo que esa noche fue muy extraña, no tan solo por lo sucedido con mi vecina, si no también por lo que escuché. Estaba cagando en el baño. Yo tengo una costumbre que me obliga a dejar la ventana abierta, y a desnudarme para un mayor confort. De pronto comencé a escuchar en el patio de mi vecina el ruido de una pala. Sentía como alguien hacía un hoyo, acompañado de un quejido que delataba un gran esfuerzo, como si estuviera levantando algo. Supuse que era el vecino, que podía tener la jardinería nocturna como pasatiempo. ¿Quién soy para juzgar, aun mas en las condiciones que estoy?
Ibas muy arregladita hoy.
Te veías muy guapa, bueno, te sigues viendo así. Perdóname si fui un poquito brusco, es que estaba un poco celoso. No te pregunté, pero, ¿te besaste con él? Creo que no, tus labios tienen el pintalabios intacto, tu piel no sabe ni huele a saliva. Entonces de verdad fuiste a comprar cosas y a conversar solamente. Que raro, no es habitual en ti. ¿Te estás enamorando? No, no creo. No te alcancé a contar; mañana mismo debo ir a Santiago, a una pega. Estarás todo el fin de semana sola. No me llames, aunque nunca lo haces, y yo tampoco lo hago. No quiero saber de ti. Ya me puedo imaginar lo que harás. Buenas noches amor, que duermas bien.
El sábado estaba tranquilo hasta que me llegó un mensaje de Sofía invitándome a almorzar en su casa ese mismo día. Obviamente no dudé. En ese instante me sentí distinto, un calor se apoderó de mi pecho y que bajó hasta mi pelvis. Quizás sentí eso al releer su mensaje “Ven a almorzar. Estoy sola, Roberto no estará en todo el fin de semana” A pesar de mi emoción intenté contenerme. No quería pensar cosas indebidas, de seguro malinterpreté su mensaje. Salí de mi casa en dirección a la suya. Ya casi llegando a la reja me llegó otro mensaje: “Entra, está abierto. Me estoy terminando de bañar” El calor consumió todo mi cuerpo. Mi mano tiritando abrió la puerta de su living. Frente mío estaba la escalera que daba al segundo piso. Escuché una puerta de arriba abrirse. El vapor se desató y comenzó a apoderarse de la escalera. Vi pasar la figura de Sofía envuelta en una toalla. “Sube”, me dijo con seguridad y sin alcanzar a mirarme. Inseguro fui subiendo la escalera. Mis pies apenas podían apoyarse. Mis manos se deslizaban por las paredes. En mi interior crecía la idea de que iba a hacerle el amor a Sofía. La puerta de su habitación estaba entreabierta, la empujé para poder entrar. Ella estaba de espalda mirando la ventana que daba hacia el patio. No me atrevía a entrar, quizás estaba confundiendo todo y no debía estar ahí. Pero Sofía se dio vuelta y dejé de dudar. Su pecho estaba rojo por el caer del agua caliente. Su pelo amarrado como un tomate. Sus orejas estaban adornadas por unos aros grandes y redondos. Con suavidad se despojó de su toalla. Se dio vuelta para enseñarme sus glúteos que también estaban rojos. Un impulso ajeno a mí me hizo acercarme a ella y rodear su cintura con mis brazos. Comencé a besar su mejilla. Fui bajando hasta encontrarme con su cuello. Me desaté de su cintura y la giré hacia mí. Encontré sus labios, esos mismos que me habían besado tan tiernamente la noche anterior. Nuestras lenguas conectaron. Mis dedos repasaron toda su espalda, apenas rozaban la cumbre de sus nalgas. Ella me despojó de mi polera. Sus uñas acariciaron mi pecho. La agarré por el cuello. Con mi otra mano la atraje más hacía mí juntando nuestras pelvis. De apoco la fui dirigiendo hacia su cama. Con tranquilidad la dejé caer. Me posé sobre ella. Con mi cuerpo terminé de secar las pocas gotas que quedaban en su piel. Con pequeños besos bajé hasta sus pechos. Mi lengua se apresuró en lamer su pezón. Sus dedos se anudaron en mi pelo. Con mi boca seguía dando placer, y con mis manos fui bajando hasta llegar a su entre pierna. Podía sentir su jadeo. Sus gemidos eran como murmullos. Eso me excitaba más. Fui subiendo la intensidad tanto en mi lengua con en mis dedos. De pronto dejaron de ser murmullos los ruidos que habitaban la habitación, dejaron de ser únicamente respiraciones agitadas, y se convirtieron en gemidos ahogados seguidos de espasmos corporales. Sus piernas atraparon mi mano. Me impidió continuar. Con la mano que estaba sobre mi cabello, me empujó para que explorara su vagina con mi lengua. Y así fue. Separé los labios con mis dedos y mi lengua comenzó a explorar. Mi saliva se mezclaba con sus fluidos. Mis dedos lubricados apretaban sus pechos. Suavemente pellizcaba sus pezones. Después de haber estado un rato así, volví a estar a la altura de su boca y besarla. En un arrebato de autoridad, me empujó del pecho hacia arriba. Se escabulló entre mis brazos. Yo me di la vuelta y me dejé caer de espalda. Ella se apoderó de la situación. Después de lanzarme una sonrisa picarona comenzó a besarme desenfrenadamente. Sin mucho vacile comenzó a bajar. Mientras sus labios recorrían mi abdomen, desató mi cinturón. Con mi ayuda bajó los pantalones y mi boxer. Sentí su mano tibia en mi pene. Comenzó a jugar con él. Me lo acariciaba de arriba abajo, pronto dejó de ser su mano y fue su boca. Su lengua exploró y lamió todo. Ya no aguantaba no poseerla completamente, y al parecer ella pensaba lo mismo. Su mirada me invitaba a que estuviera dentro de ella. Y con fuerza que desconozco su origen, la levanté y la apoyé sobré el velador en donde hace unos días estaba el libro que me había prestado el día anterior. Sus piernas me abrazaban los glúteos. Los brazos ocultaban mi cabeza. La sujetaba mientras no cedía en mi impecable e incesante penetración. Sus uñas aruñaron mi espalda. Eso no me hizo detenerme, al contrario, seguí con más fuerza y rapidez. El clímax estaba cerca, sentía ambos cuerpos acercarse al orgasmo. Con fuerza me enredé en su pelo que ya estaba suelto, junté nuestros rostros y mezclamos la respiración, jadeos, gemidos y besos. Estábamos a punto, no podíamos más, sentía como comenzábamos a estremecernos por completo. Los gritos de placer de ambos inundaron la habitación. Nos miramos fijamente y volví a penetrar con suavidad y dejó escapar los últimos gemidos.
Mientras me vestía miraba con atención por la ventana hacia el patio. Que verde era aquel lugar, colmado de felicidad, como si la que sentía en ese momento se hubiera transformado en vegetación. Sofía se terminaba de vestir; se puso una jardinera, unas botas y se enguantó las manos. Me comentó que se iba a jardinear por un momento, que si quería la podía acompañar. Mientras estábamos en el centro del patio le pregunté por Roberto.
—¿Qué hay de Roberto?
Me abrazó y con sus manos me acarició el rostro
—No te preocupes por él. Soy capaz de mantener la boca cerrada, y espero que tu igual. —Me besó nuevamente la mejilla hasta llegar a mis labios.
—Pero te vez una mujer tan correcta y fiel. Aunque ahora me demuestras lo contrario. Tampoco quiero que me mal entiendas y pienses que me arrepiento, al contrario, volvería a repetirlo todo, no tan solo lo que acaba de pasar, si no también, los encuentros anteriores —Un nerviosismo se apoderaba de mi un instante hasta que me volvió a besar.
—La infidelidad es la base de un matrimonio duradero. Nadie es capaz de aguantar el mismo rostro por tanta cantidad de años. Incluso se genera un rechazo. Tu puedes ver a Roberto en el espécimen que se ha convertido, tan asocial, lerdo en su compostura y en su andar. —Me explicaba mientras comenzaba a cortar la maleza de una planta.
—¿Por eso te ves tan joven? —Le pregunté con una mirada incrédula.
—Así es, porque lo engaño. Piensas bien en creer que el conocer a otras personas me mantiene joven. Lo que acabamos de hacer me mantiene vital y contenta. —Me decía todo eso mientras me miraba fijamente a los ojos.
***
¿Me extrañaste? Se que tu respuesta será negativa. Aunque yo te extrañé, mas bien extrañé este ritual de cada noche. Este fin de semana hubo dos suertes, la tuya y la mía, la buena y la mala, respectivamente. Buena para ti porque de seguro tuviste sexo con aquél idiota, y la mala para mí porque fue muy tedioso el sábado y hoy. Pero aquí estoy para desquitarme. Pero hoy no fui tan cruel contigo, al menos te dejé intacta y bonita, tal cual como te vio el pendejo. A veces pienso en como hubiera sido nuestra hija…
Nuevamente mi vecino estaba jardineando en la noche. Esa vez fui husmear. El encuentro del día anterior me había dejado pensando en ella. Creo que me había enamorado. No quiero confundir los amores, porque si, hay mas amores que el romántico. Me enamoré de nuestros momentos, esos que son prohibidos. Así había decidido amarla cada vez que podía. Volví a escuchar lo de hace unos días; las palas, los quejidos de un gran esfuerzo. Pero está vez escuché la voz de Roberto. “pero es un pensamiento que dejo que fluya, ya es muy tarde, te maté antes”. La cabeza me comenzó a dar vueltas. El perro desgraciado había matado a Sofía, de seguro supo de su infidelidad. ¿Que debía de hacer? ¿Llamar a la policía o quedarme callado? ¿Sería yo su siguiente victima? Su figura dejó de ser alguien tímido, y se convirtió en la de un psicópata. Me apoyé en el muro que dividía nuestros patios y seguí escuchando.
En la mañana no me encontrarás en nuestra cama, dormiré en mi oficina, no podré aguantar dormir en esa cama profanada por el sudor de otro. Y mucho menos quiero que me hables, aun debes de tener los gemidos en la boca. Tuviste una excelente jornada de maratónico sexo, lo vi en tu cara que relucía. Por eso no fui tan cruel contigo y te dejé morir viéndote hermosa. Ahora te voy a enterrar. Buenas noches.
Esperé a que Roberto terminara y volví a mi habitación. Preferí quedarme callado. Total, yo no quería ser el responsable de delatar a Roberto. Muchos vecinos hablaban con Sofía, era cosa de tiempo que se dieran cuenta de su ausencia.
A la mañana siguiente volví a asomarme por la pared de mi patio, y vi lo que me perturba hasta el día de hoy; Sofía estaba con sus manos limpiándose la tierra que caía por su cuerpo. Se dio cuenta de mi presencia, me miró con unos ojos de dulzura, con ojos de enamorada y me dijo;
—Hola, ven a tomar oncecita a mi casa esta tarde.
OPINIONES Y COMENTARIOS