Cáncer. El maldito cáncer había invadido su cerebro, se le confirmaron dos doctores diferentes (más valía estar seguro) que le aconsejaron hacerse mejores estudios para poder armar un tratamiento que pudiese ayudarlo, aunque ninguno se atrevió a prometerle una victoria en aquella batalla que él mismo ya daba por perdida. No es que fuera alguien que se dejara vencer tan fácilmente. La derrota, aunque algo inevitable a lo largo de su vida (de cualquier vida) era un mal contra al que siempre había luchado hasta la última instancia. Sin embargo, aquella era una pelea de la que estaba seguro no podría alzarse con la victoria, no por falta de voluntad, la fiera voz de la batalla trataba de decirle que no estaba todo perdido, que los mismos doctores le habían dicho que aún había cosas que se podía hacer. Desgraciadamente, el coraje y la gallardía servían de poco cuando el efectivo era prácticamente nulo

El dinero nunca había sido lo de Leonardo, la riqueza no era algo que llamase su atención, y menos mal, pues su pasión, lo que le había dado un propósito a su vida no era algo que fuese a llenarlo de billetes. Hacía lo que necesitaba para sobrevivir, un trabajito por allá, otro por acá, pero nada formal, ningún empleo perene que pudiera quitarle la libertad (la oportunidad) de ir a donde su corazón y ambición apuntaban. ¿un sueño infantil? ¿una terquedad absurda? Seguramente, sabía que muchos de sus conocidos lo pensaban, aunque nunca nadie se atreviera decírselo, cuando menos no directamente, aunque sí lo habían dejado entre ver con algún que otro consejo o comentario, sobre todo últimamente, cuando hablaba de su inevitable frustración ante el atascadero en el que había caído su “carrera” como escritor.

La escritura ocupaba la mayoría de su tiempo, pero ayudaba poco o nada en las cuentas. Unos cuantos pesos le caían de cuando en cuando, sobre todo de concursos en los que solía ocupar el cuadro de honor ¿esa era una buena señal, no? Para Leo desde luego que lo era, aunque no siempre conseguía un premio, sin embargo, uno de cada cuatro le parecía un número más que decente. El problema es que no pasaba de eso; unos cuantos concursos o ediciones recopilatorias de las cuales solamente recibía un simbólico pago inicial. “Lo importante no es el dinero, cabrón” se reclamaba Leonardo cada vez que su cabeza empezaba a chingar con cuestiones monetarias. Además, se recordaba, no es que sus relatos estuvieran en una editorial internacional, pequeñas e independientes empresas eran donde sus historias vagaban en busca de alguien con quien pudieran conectar, y con eso le bastaba la mayoría del tiempo. Sin embargo, le resultaba inevitable el no sentirse frustrado alguna que otra vez, cuestionarse si no debía buscar algo más redituable, sobre todo cuando se veía obligado a decidir entre un comida o una caja de cigarros y una botella de whisky, optando la mayoría de las veces por la segunda. El infame cliché del escritor fumador y alcohólico era lo de él. Vicios que solo se desataron más tras lo que para Leo era la sentencia definitiva de muerte, por lo que, si su fin estaba firmado, cuando lo menos lo haría a su manera, mejor morir solo con una botella en la mano que en cuarto de hospital postrado con gente a su alrededor llorando, volviendo aún peor sus últimos momentos. Nada importaba ya, sus planes eran un chiste de los que el destino se reía, él mismo había sido capaz de burlarse de sus proyectos y ambiciones futuras, eso sí, con la ayuda de alcohol, que lo hacía vislumbrar su destino más como una mala broma, que como un fatalista y trágico desenlace.

Lo único que le preocupaba, lo único que lamentaba, era dejar su obra épica incompleta, la cual su corazón solía decirle sería un punto de inflexión para su «carrera» como escritor. “Tu corazón miente», resolló una burlona voz en su cabeza tras sus dos diagnósticos e infinidad de ocasiones más durante los meses siguientes tras la aparición en su vida de la gran C. Hasta escribir terminó por ser un tedio luego de aquella noticia, a tal punto que terminó por abandonarla por completo. La inspiración se había ido, aunque eso era algo con lo que lidiaba desde antes de su diagnóstico, sólo que en el pasado se obliga a plantarse todos los días frente a la máquina de escribir, a buscar algún resquicio de inspiración que lo ayudase a avanzar, aunque fuera un poco, … y los tenía, no muchos, y breves, pero por instantes la fuente de ideas dentro de él volvía fluir lo suficiente para alimentar las esperanzas en su corazón. “Tú corazón miente” le recordaba la voz burlona en su interior cada vez que pensaba sentarse a enfrentar al monstruo en el escritorio. El temor y el cansancio se imponían siempre, ¿qué sentido tenía ya? ¿si quiera alcanzaría a completar su frustrada novela? ¿valía la pena pasar sus últimos meses intentándolo? Quería creer que sí, especialmente al estar ebrio, pero su voluntad terminaba flaqueando apenas se aproximaba a lo que le gustaba llamar “su rincón multiversal” en el que cualquier cosa que podía suceder, o así fue durante algún tiempo, pues sin que Leonardo se diera cuenta se convirtió en “el espacio de la nada”. Él mismo se transformó en un caballero de la nada, queriendo luchar por un reino que no existía más.

Nadie sabía del mal que lo consumía, ni siquiera se había atrevido a contárselo a su ex, mucho menos a sus padres ¿para qué? La chingadera estaba muy avanzada para cuando finalmente le prestó atención, y siempre había odiado ser el objeto de la compasión de los demás, por lo que optó por guardárselo tanto como le fuera posible, consciente de que tarde o temprano las personas comenzarían a notar que había algo malo con él, cosa que había sucedido en el último par de semanas, ya que varios amigos y familiares habían realizado algún par de comentarios sobre su demacrada apariencia.

—los excesos—replicaba siempre burlonamente Leonardo, decidido a ocultar la verdad tanto como le fuera posible.

La idea de ser bombardeado por un montón de palabras esperanzadoras de familiares y amigos mientras sus rostros revelaban lo que en realidad pasaba por su cabeza era una cargaba más que definitivamente no quería llevar en sus días finales. ¡¿para qué chinhgados?!… Por eso mismo había terminado su relación con Estela, aunque las razones que le había dado eran una marejada de sandeces que esperaba le dieran el desprecio de quien junto a la escritura era el gran amor de su vida. Podía soportar dejarla con resentimiento, con la idea de que ya no la quería en su vida, el despecho era más fácil de sobrellevar que la muerte, cuando menos así lo creía Leonardo, lo cual para su alivió comprobó hasta cierto punto, puesto que Estela no tardo más de un mes en encontrar a alguien más que supliera el lugar que él debía de ocupar.

—para mí, que ya te estaban haciendo de chivo los tamales—le había dicho Paco con un ligero tono de burla, aunque no exento de cariño. Su amigo fue el encargado de darle la nueva de su ex, quien tuvo el detalle de presentarse con seis de cerveza para darle las buenas/malas nuevas.

—ya no es mi pedo—respondió Leo con una tranquilidad que a él mismo le sorprendió. No es que creyera que Estela fuera capaz de haberle hecho semejante, pero era bueno saber que no había tenido problemas en seguir adelante. Él se había vuelto un ancla, y lo único que hubiese conseguid al retenerla a su lado, era ahogarla un mar de mierda junto con él.

Estela era lo mejor de su vida, o mejor dicho lo fue. Si de alguien hubiese querido algún consuelo era de ella, pero ¿quién la consolaría a ella al final? Mejor cortar la cosa de un tajo, mejor una mirada y palabras de desprecio, que unos dulces ojos humedecidos, y una voz quebrada prometiéndole; “que todo iba estar bien, que nunca lo iba a dejar”. Porque él sí la dejaría, dejaría a todo el mundo, incluida su novela inconclusa, su gran despunte, la cual se prometía destruir de una buena vez cada día, cosa que irónicamente resultaba tan difícil (sino es que más) como continuarla. Los días pasaban, y el esperpento de novela que alguna vez añoró conectara con millones seguía ahí, inalterable, inconclusa como el resto de su futuro, llamándole para que hiciera cualquier cosa con ella, ya fuera terminarla o borrar su existencia de una chingada vez. Cualesquiera de las dos era una mejor opción que dejar vagando por la eternidad aquella historia sin fin. El tiempo apremiaba, y si bien no estaba todavía en las últimas (o eso quería creer) existían días en que las fuerzas ni siquiera le permitían apartarse de la cama. Afortunadamente no había quien fuera testigo de ello, hasta donde el resto del mundo sabía, él continuaba luchando por concluir la obra de la que poco hablaba, pero siempre juraba concluiría. Una falacia que se obliga a decir siempre que se encontraba con alguien interesado por lo que era de sus días, aunque no se trataba de algo que le ocurriera con demasiada frecuencia últimamente. El aislamiento imperaba sus días, incluido su último cumpleaños, pero había días, como aquel, en el que, aunque no es que se viera obligado a dejar su burbuja, sentía la obligación de actuar como si todo siguiera en pie, como si no escuchara la voz de la muerte llamándole.

Nuca había sido mucho de salir a bares. El alcohol era muy caro, hasta más del doble que en las licorerías, y los malos bebedores abundaban, listos para amargar lo que debía de ser una amena noche. La música no le importaba demasiado, mientras hubiera alcohol el ruido de fondo no era nada más que un adorno. La conversación era otro asunto, una buena plática siempre hacía mejor cualquier borrachera. Y, aunque no era reacio a entablar una charla con desconocidos, la verdad era que no se le daba muy bien, el tiempo recluido en su “rincón multiversal», había hecho mella en sus habilidades sociales, por lo menos cuando de desconocidos se trataba. Tampoco es que fuera antisocial, si alguien iniciaba la conversación no tenía inconveniente en seguirla (la mayoría de las veces) sobre todo si lo agarraban ya entrado, y acompañado por conocidos, siempre era más sencillo conocer gente nueva con viejos aliados. Obviamente con la suerte echada en su contra, sus planes estaban lejos de ser los de conocer alguien nuevo aquel o cualquier otro día, incluso por un instante pensó en rechazar la invitación, después de todo no es que estuviera obligado a ir. Sin embargo, a pesar de su inicial renuencia, la culpa junto a la voz innegable de la verdad que le decía, que aquella podría ser la última vez que se juntase con varios de sus verdaderos amigos, lo motivaron a ir a ver a tocar a la nueva banda de Dago Y Rogelio. Sobre todo, porque en el pasado ya había rechazado un par de invitaciones a los ensayos de insomnia café, cuya presentación sería en un viejo lugar más que conocido. “El muelle”, bar donde llegó a pasar varías borracheras, incluida la primera de su vida, cuando apenas contaba con diecisiete años. Un paseo por el valle de los recuerdos no parecía tan mal ahora que fin se sentía tan cerca.

Tomó un par de caguamas antes arribar al lugar, además de un par de tragos de su infaltable botella de whisky, la cual no había dejado de acompañarlo a pesar de su abandono a la escritura. Mejor era llegar algo ebrio para rematar en “El muelle” mientras escuchaba por primera (y probablemente última) vez a los insomnia café.

—no mames… ¡el hijo prodigo salió de su cueva!—clamó Rogelio al verlo llegar, saludándolo con un efusivo y fraternal abrazo, el cual Leo correspondió más que gustoso-¿cómo andas, carnal?

—bien—respondió Leonardo, una mentira que cada vez resultaba más sencilla decir—¿y tú, que pedo? ¿listo para volver al escenario?—hasta dónde podía recordar hacía poco más de un año que Rogelio no tocaba en frente a un público.

—más que listo. Pinche, desesperado por subirme a tocar con estos cabrones—dedicó una mirada a la mesa a sus espaldas en la que estaba Dago junto con quienes Leo supuso debían de ser el otro par de integrantes de insomnia café, además de Marlenne y Karina, novias de Rogelio y Dago respectivamente.

—un rato más, y volvemos, carnal—intervino Dago uniéndoseles, usando el mismo tono de excitación que el bajista de Insomnia café—pinche, Leo—saludó a su amigo estrechando su mano con una amplia y honesta sonrisa, antes de envolverlo en otro efusivo abrazo—hasta que te dejas ver, carnal. Nada más te haces del rogar, cabrón—reclamó Dago, aunque claramente estaba lejos de estar molesto—¿cómo va ese pinche libro?

y ahí estaba, la inevitable pregunta.

—no tan bien cómo quisiera —se escuchó decir. Un pequeño desliz que se apresuró en corregir — pero sigue adelante.

—siempre hay malas rachas. El chiste es que le sigas dando—opinó Dago, palabras bien intencionadas que inevitablemente calaron en Leo.

Sus amigos serían los segundos en presentarse, pues además de ellos otras dos bandas tocarían aquella noche, una tradición de los sábados que había estado desde su primera visita a “El muelle”. Los primeros en tocar fueron cinco tipos que se hacían llamar Episodio, un grupo que en opinión de Leo no sonaba nada mal, algo con lo que los cuatro integrantes de insomnia café se mostraron medianamente de acuerdo, aunque sí tenían un pero que decir del quinteto que a lo mucho, debían de alcanzar los veinte años.

—Se le rifan, pero tocan puro pinche cover,… ni una rola propia—comentó Miguel, el baterista, mientras sonaba una versión punk de “las piedras rodantes”.

—la neta—confirmó el vocalista a quien llamaban Franky—sí se la rifan los morros ¿pa qué decir que, no? Pero cualquiera puede prender a la banda con unos pinches covers.

—todos empezamos con covers—terció Dago, dedicando un clamoroso aplauso al quinteto que terminaba con su versión de la canción de El tri.

—Ahuevo que todos empezamos con covers, pero ni una pinche rola propia…—protestó franky, sacudiendo la cabeza negativamente.

—dales chance. Igual ahorita tocan una rolita propia—hablo Dago en defensa de los Episodio.

No lo hicieron. Episodio tocó cuatro canciones más, y ninguna de ellas fue propia. En su lugar interpretaron; “litihum de Nirvana, el son del dolor de Cuca (una rola más que quemada en opinión de todos los insomnia café), “the man who sold the world” (la cual Leo creía era de Nirvana), rematando con el microbito de fobia.

—Ni una pinche rola propia—insistió Franky claramente decepcionado. Sin embargo, igual que la mayoría de los presentes dedico un efusivo aplauso a Episodio.

—se la rifaron, cabrón—dijo Rogelio con parsimonia.

—yo no dije que tocaran culero—contestó el vocalista de Insomnia café—es una muy banda…. de covers—remarcó la última palabra con un evidente desprecio.

—van empezando, pinche Franky—insistió Dago—aparte fueron covers muy chingones. A penas andan en la costa del pinche océano que es la música, dales chance que se metan más a fondo, que exploren los pinches mares que ni siquiera conocen todavía.

Aquella era una analogía que Leonardo había escuchado decir a su amigo en varias ocasiones, y con la que no podía estar más de que de acuerdo. Todo el arte era un océano en el que uno se aventuraba al vislumbrar la costa, llamando a quien se dejara seducir, invitándolo a explorar su vastedad, pero se comenzaba de a poco, se tenía que entrar por la costa, antes de aventurarse a navegar en las bravías, pero hermosas aguas de la creación.

—buena esa, bato—reconoció Miguel, haciendo un silencioso brindis al alzar su cerveza, el cual correspondieron todos en la mesa—vamos a enseñarles como es estar adentro del océano, pues—se vanaglorio, terminando su cerveza.

El resto de los Insomnia café imitaron al baterista, empinando sus cervezas, marchando seguidamente juntos al pequeño escenario.

Para ellos la costa había quedado atrás, lo tuvo claro Leo tras escuchar dos canciones de la nueva banda de sus amigos. No es que él fuera ningún melómano, ni mucho menos, pero aquel tipo de cosas era muy sencillo de notar para el ojo (o en esté caso oído) atento. Navegaban en la marea con la que Leo solo atrevía a soñar.

Tocaron once canciones, siete propias y cuatro covers, siendo evidentemente las reversiones las que se llevaron mayor clamor del público, aunque algunas de sus creaciones fueron más que bien recibidas, siendo la favorita de Leo una extrañamente titulada; el suicidio de Buckinham, la cual no hacía la menor referencia a la morada de la reina de Inglaterra, algo que se encargó de aclarar el vocalista de Insomnia café antes de interpretarla.

—el nombre no tiene nada que ver con la rola, pero fue idea del guitarro—señaló al aludido—y nos mamo como se escuchaba—declaró Franky desatando unas cuantas tibias risotadas por parte de la audiencia, incluido Leo, quien alzó su cerveza para brindar.

Conectar solamente en un par de minutos, esa era la magia de la música que envidiaba, se dijo Leonardo, en tanto Insomnia Café interpretaba una canción que transmitía un sentimiento de desesperanza y la soledad, el cual seguramente a él le habría tomado varias páginas comunicar. La espontaneidad y visceralidad del cuarto arte eran algo admirable y envidiable.

—muy perro, cabrones—dijo Leo a sus amigos, luego de que estos saludaran a sus parejas con sendos besos, que lo hicieron pensar (por enésima vez) que debía de haber conservado a Estela a su lado. Pensamiento que apartó al momento, lamentarse nunca servía para nada—sobre todo la del suicidio—escucharse decirse aquella palabra en voz alta le causó cierto escalofrío. No es que tuviera pensado hacerlo, si no era capaz de acabar con su fragmentada obra ¿qué se podía esperar de su propia vida? Sin embargo, la idea se había asomado más de una vez en su cabeza.

—chido, carnal—agradeció Dago, tomando una cerveza para brindar con Rogelio—yo sugerí el nombre de pura mamada, pero estos cabrones se lo tomaron en serio.

—está perro—comentó Rogelio, tras dar un largo trago a su corona.

El vocal y el bataco se acercaron acompañados de un pequeño grupo de tres conformado de dos mujeres y un hombre, declarando orgullosos que el trío se había acercado para felicitarlos por su presentación.

—bajo y lira—anunció Franky, señalando respetivamente a Rogelio y Dago—sus morras, Marlenne y Karina—indicó el vocalista de Insomnia café—y su compa—añadió tras una pequeña pausa—….Leo —concluyó tras un silencio aún más largo que el anterior.

Los tres extraños saludaron y se presentaron, transmitiendo también su felicitación a Dago Y Rogelio por la presentación que acaban de tener. Sus nombres eran Orlando, Jannette, y Elena, quienes aseguraron ser hermanos, aunque realmente Leo no les encontró ningún parecido, salvo una tenue palidez en la piel. EL trío se unió a ellos para compartir tragos y charlar, resultaba obvio que Franky estaba interesado en Elena, mientras que Miguel tampoco se molestaba en ocultar la atracción que sentía por Jannette, y ¿por qué debería? ¿por qué alguno de ellos se preocuparía de no ser francos con sus intenciones? Cuando habían sido las mismas hermanas quienes se habían aproximado para hablarles en primera instancia. Obviamente, el que se hubiesen acercado a hablarles no significaba necesariamente que estuviese interesado en formar alguna relación, o siquiera que buscase algún acostón, bien podía tratarse de una simple y sincera felicitación, y no mucho más, pero el par parecía estar dispuesto a averiguarlo. Sin embargo, por la cara de complacencia que mostraban el par de hermanas pareciese que el interés era mutuo. O, así lo creyó Leo, por lo menos hasta que Franky se apartó para ir al baño, y su “conquista” se acercó a con él para abordarlo con un comentario que no solo lo tomó por sorpresa, sino que lo dejó desconcertado.

—no deberías de rendirte tan fácil—espetó Elena. Por un instante Leo estuvo seguro de que la mujer le estaba tirando la onda, sin embargo, le siguieron las palabras que lo dejaron sin habla—esa cosa en tu cabeza no tiene por qué matarte.

Sintiendo que el mundo se detenía, y el ruido a su alrededor se apagaba, como si sus oídos hubiesen sido taponeados, Leo miró a Elena, espiando nerviosos a su alrededor, preocupado de que alguien (alguno de sus amigos) la hubiese alcanzado a escuchar, algo que afortunadamente no parecía haber ocurrido, puesto que todos permanecían ajenos, sumergidos en su propia conversación, salvo Orlando que miraba silencioso a los demás. ¿En verdad acababa de escuchar lo que no dejaba de hacer eco en su interior? La idea parecía un completo disparate ¿por qué aquella extraña le diría semejante cosa? No tenía ningún sentido, seguramente solo se trataba de su mente jugándole una mala pasada, recordándole de la bomba que llevaba en su interior, se dijo, buscando una confirmación en el rostro de Elena, quien no dejaba de mirarlo fijamente con unos ojos avellanas, los cuales ejercieron un poder casi hipnótico en él. Le resultaba imposible apartar la mirada de los ojos de aquella mujer, lo llamaban, lo invitaban a perderse en ellos por el resto de sus días.

—nadie lo sabe, ¿verdad?—inquirió Elena tras un silencio que bien pudo haber durado dos segundos o dos minutos ¿quién podía saberlo?—no te preocupes, no les voy a decir nada— continuó, reafirmando con cada palabra que no fue un truco de su cabeza lo que había creído escuchar—pero de verdad, esa cosa en tu cabeza no tiene por qué matarte— repitió la extraña, colocando su palama izquierda, sobre el dorso de su mano derecha aferrada a una cerveza. Era un tacto delicado, reconfortante.

Las palabras retumbaban en su interior, un eco interminable que aumentaba de volumen con cada repetición. Su cabeza le zumbaba, aunque seguramente eso tenía más que ver con el alcohol. El mundo no parecía estar ahí, era como si estuviese viendo una película o alguna obra de teatro en la que de la nada se había visto inmiscuido. ¿Qué debía decir? ¿cómo era posible que aquella mujer supiera?… Lo que sabía.

—¡ea!-exclamó Franky al volver del baño y darse cuenta, que Elena había cambiado de lugar— ¿ya me cambiaste, o qué onda?—reclamó con una relajada sonrisa, aunque resultaba evidente su molestia por ver a quien debía creer una conquista asegurada charlando con alguien más.

—le estaba preguntando a tu amigo, si él también tocaba algún instrumento—dijo Elena campechanamente, apartando su mano de Leonardo para tomar un trago de su cerveza.

—no es mi amigo—remilgó Franky igual a un niño encaprichado—es la primera vez que lo veo.

—mi compa es escritor—intervino Dago con una pizca de orgullo, y que hizo sentir un tanto avergonzado a Leo. Aquel era un apelativo con el que nunca se había sentido demasiado cómodo, o digno, especialmente en los últimos tiempos.

—¿de verdad?—exclamó Elena entusiasmada, posando esta vez su mano en la rodilla de Leo—que increíble. Debes de tener una gran imaginación. No cualquiera pude inventarse historias de la nada.

Leonardo sonrió complacido, dando un largo trago a su cerveza, olvidándose de todo el asunto de lo antes dicho por Elena. El ego del artista se hacía presente para tomar el mando, y regocijarse (probablemente por última vez) en aquel sentimiento de complacencia que se sentía cuando alguien mostraba un sincero interés por el más grande de sus amores.

—intento ser escritor—corrigió Leonardo lo dicho por su amigo con una sincera, aunque exagerada modestia, que debía de delatar la sonrisa en sus labios—me gusta escribir—esta vez no hubo ni el menor asomo de falsedad en sus palabras. Era la pura verdad—me encanta, pero sin haber publicado nada más que un par de cuentos por ahí, siento que el llamarme escritor, es una exageración—otra verdad absoluta, la cual antaño fue su combustible que mantenía la llama encendida, y ahora solo un recordatorio de su inevitable fracaso.

—¡que dramático!—exclamó Elena con un burlesco tono, que decía, “déjate de chingaderas” o fue lo que le pareció a Leonardo—todo un escritor. Siempre tan “modestos”—remarcó la última palabra haciendo comillas con los dedos índice y medio de ambas manos—y sufridos.

Leo no pudo evitar soltar una breve risotada. Había algo de cierto en las palabras de aquella extraña.

—tenemos que sufrir para que los demás disfruten—replicó Leonardo. Una frase que le resultó pretenciosa y absurda, pero que de igual manera le gustó.

—ja, ja, ja—se carcajeó Elena, cubriendo su boca con el dorso de la mano izquierda—el eterno artista atormentado—resolló con una pispireta sonrisa cerrada, mirándolo con esos chispeantes ojos con una mezcolanza de diversión y suspicacia—por los estereotipos—brindó risueña con su cerveza casi vacía.

—por los estereotipos—respondió Leo, chocando suavemente su botella contra la de Elena.

—¿te vas a quedar con éste?—preguntó de la nada Franky sin molestarse ya en ocultar su enfado.

—me voy a quedar aquí—respondió Elena, tornando su cabeza ligeramente a la derecha para dedicar una rápida y desdeñosa mirada al vocalista de insomnia café.

—como quieras—barbulló Franky, echando una recelosa mirada a Leo antes de volver a su asiento.

—otro pinche estereotipo… —comentó Elena—pero de los malos. No como tú, tú eres de los buenos, de los que me agradan. Los que me gusta llevar a casa—afirmó con voz juguetona.—… a veces.

—a veces—repitió Leonardo, sopesando lo que para él era una clara propuesta de Elena.

—ja, ja, ja —volvió a reír Elena, cubriendo de nueva cuenta su boca—estoy jugando contigo, señor “intento ser escritor”. Ya habías echado a trabajar esa imaginación tuya, ¿verdad?— comentó divertida.

—eso, todo el tiempo—se ufanó Leo—todo el pinche día—últimamente en nada que tuviera que ver con los mundos que desearía estar creando, pero aquella era una verdad que no valía la pena ser revelada.

—aaah ¿sí? Pues, apágala de una vez que, nada más me estoy divirtiendo. Calmado con ese ego.

—ja, ja, ja—esta vez fue turno de Leo reír desenfadadamente—creme que no. Estaba pensando en otra cosa que no tiene nada que ver con esto de aquí—mintió a medias, pues sí bien en un principio su mente lo llevó imaginarse pasando la noche con aquella mujer de irresistible mirada, su mente y corazón se encargaron de llevarlo a un sitio mucho menos placentero.

—¿tan aburrido estás? Que te pones a pensar en otras cosas—refunfuñó Elena indignada, haciendo un puchero—en ¿qué pensabas, pues?

En Estela. Triste y patético, pero cierto. La muerte respiraba a sus espaldas, y la distancia entre él y su ex no podía ser más enorme, pero de alguna manera había terminado por pensar en ella. Una mujer hermosa le tiraba la onda, o eso es lo que había creído, y su mente lo chingaba con el recuerdo de Estela, ¿para qué? Aquella era una historia a la que, sí le había sido posible dar un fin, no el que hubiera querido, pero un final a final de cuentas ¿por qué perderse en algo que ya estaba escrito e impreso?

—en que necesito otra chela—dijo a Elena. Optando por mantener fuera de la conversación a su ex, no porque siguiera pensado que tenía alguna oportunidad con aquella mujer, sino porque sabía que de abrir ese grifo le sería imposible volver a cerrarlo, por lo menos durante un buen tiempo. Y lo estaba pasando bastante bien como para amargarse la noche con hubieras en su cabeza. Los hubieras no servían en la vida real —¿quieres una?—preguntó a Elena al ponerse de pie. Había meseras que bien podían tomarles la orden, pero no podía, ni quería esperar.

—¡que caballero—!bromeó Elena—te acompaño. Sirve de que paso al tocador.

—ese pinche Leo, ya era tiempo, cabrón—exclamó Dago alegremente al ver que se alejaban los dos.

—siempre es tiempo para la chela, carnal—replicó Leonardo risueño, ensañando el dedo medio a Dago, un fraternal saludo poco ortodoxo, pero que fue más que bien recibido por su amigo.

—el doble para ti, carnal—dijo Dago, mostrándole ambos dedos medios.

—¿echándote porras?—preguntó Elena con jovialidad.

—chingando gente—contestó Leo. Claro que la verdad era que se trataba de una mezcla de ambas cosas, algo que no tenía duda su acompañante estaba más que consciente.

—yo digo que un poquito de los dos—confirmó Elena sus pensamientos—¿crees que sería igual? Si supieran lo que te pasa.

¿Qué la pasaba? Por un instante, una décima de segundo, Leo no tuvo idea de qué le hablaba Elena, sin embargo, su cerebro no tardó en recordarle del veneno que lo consumía por dentro ¿cómo era posible que lo haya olvidado? Aunque la pregunta más importante era ¿cómo chingados es que Elena sabía sobre ello? No es que hubiera dicho literalmente que sabía de su cáncer, pero había dejado entre ver, sugerido, si se prefiere, que concia su secreto.

—¿quieres saber cómo lo sé? ¿verdad?—preguntó con una astuta y presuntuosa expresión en el rostro cuando llegaban a la barra—invitan la siguiente cerveza, y te lo digo—declaró, como cosa de nada antes de dar media vuelta, y dirigirse al baño.

“vete a la chingada de aquí” sugirió una voz alarmada mientras miraba a aquella extraña mujer alejarse. Sin embargo, quería saber cómo es que aquella extraña mujer sabía algo que ni siquiera había tenido el valor de contar a sus padres ¿había visto algo en su estado físico o incluso anímico que delatara el mal que lo estaba devorando por dentro? La idea le resultaba tan absurda como probable, a final de cuentas ella bien podía haber conocido alguien con el mismo malestar, y percatarse de algún pequeño detalle que para el resto del mundo pasaba inadvertido, algo extraordinario sin duda alguna, pero ¿cómo más si no, había sido capaz de saberlo? O cuando menos intuirlo, puesto, que, si bien no había dicho la palabra cáncer en ningún momento, claramente sabía que algo le pasaba. “Esa cosa en tú cerebro no tiene porqué matarte” fueron prácticamente las primeras palabras que le dijo Elena, había dicho algo más con anterioridad, pero fuese lo que haya sido no había cabida en su memoria para ello.

Pidió cuatro cervezas, dando un largo trago a una de ellas la cual vacío hasta poco más de la mitad. Necesitaba serenarse. Su mente se había vuelto un cumulo de ideas que transitaban incesantes.

—aaah—saboreó el elixir ámbar, apurando el resto, pidiendo una quinta cerveza, que le fue entrega da en el momento en que Elena volvía a su lado.

—¡dobles!—exclamó encantada tomando una de las botellas de la barra, la cual fue capaz de abrir con un anillo en el dedo medio de su mano derecha—tú, si sabes, señor “intento ser escritor—dijo, haciendo un discreto brindis—¿listo para volver? O ¿prefieres hablar aquí?— inquirió tras un breve sorbo a su bebida.

¿Que prefería? La verdad era que una parte de él comenzaba a preferir no haber ido aquella noche en primer lugar. No tenía muy claro el porqué de aquel pensamiento tan repentino y absurdo, a final de cuentas nada malo había pasado, pero era una idea que no dejaba de dar vueltas en su cabeza. “Déjate de pendejadas” se dijo Leo, haciendo a un lado aquella disparatada idea, aquel naciente temor que le pedía salir de una buena vez de aquel lugar, y dejar a Elena.

—vámonos—terció Leo, lamentándose de no tener más efectivo, pues comenzaba a necesitar algo mucho más fuerte. No tenía la menor ide qué es lo que iba a decir Elena, pero solo con la idea de hablar del cáncer era suficiente para hacerlo sentir inquieto.

Para su buena fortuna, Dago había encargado una ronda de shots de tequila que llegó poco después de que él y Elena volvieran a la mesa. Brindaron por insomnia café, y su debut oficial, prometiéndose sus integrantes que aquel solo era el principio, hasta Franky volvió a sonreír tras un buen rato de una hosca expresión en su rostro. Los cuatro parecían sentirse realizados, satisfechos con el resultado de su primera presentación, y debían de estarlo, pensó Leonardo, en especial sus amigos, puesto que era consciente del tiempo que estos tenían sin pisar un escenario. Estaban volviendo a lo suyo, lo que hacía a su corazón latir desenfrenado, tras lo que debió de parecerles una eternidad.

Sentimiento que Leonardo entendía a medias, pues sabía perfectamente lo que era estar falto de esa pieza indispensable de la vida, aunque dudaba ser capaz de completar el círculo como sus amigos, y recuperar la parte que lo haría sonreír como lo hacían Dago y Rogelio en aquel momento. Un hiriente resquemor de envidia lo invadió al caer en cuenta de ello, no quería sentirlo, de verdad se alegraba por sus amigos, pero le fue imposible no pensar en él ¿por qué la cosa tenía que terminar así? Nunca había ambicionado realmente la gloria, es decir; claro que una parte de él siempre soñó con poder vivir de su obra, que el mundo la cobijara como suya y la hiciera parte de su vida, al igual que él lo había hecho con las creaciones de tantos, pero la opulencia y el arte nunca fueron una combinación con la que esperase vivir. Solo se trataba de ser feliz, de portar una inefable e inconmensurable sonrisa como la que tenían sus amigos aquella noche. “pues, vete a la chingada de aquí, y ponte escribir” se dijo, molestó por el tiempo que había perdido en los últimos meses lamentándose, y diciéndose que aquello no tenía ya ningún sentido. ¡Claro tenía un sentido! Solamente que se había olvidado de él, pero sus amigos sin lo habían ayudado a que comenzara a recordarlo.

—¿listo para la verdad, señor “intento ser escritor”?-le murmuró Elena al oído luego de apaciguado el barullo de los insomnia café, y que cada quien volviera a sus propias conversaciones.

La pregunta lo hizo estremecerse, pero al girarse para mirar a Elena se topó con sus refulgentes ojos avellana, los cuales le decían que no había nada que temer.

—¿la verdad—?repitió Leonardo, sin apartar la mirada de aquellos hermosos y magnéticos ojos. Claro que quería saberla, pero también sentía temor ante lo que pudiera decirle Elena, aunque ¿qué tan malo podía ser? Mejor sacarse la espina de una buena vez para poder ir a casa e intentar replicar la magia que acaba de ver emerger en sus amigos—échala ¿cómo sabes?…. lo que sabes.

Elena sonrió satisfecha, lo cual asentó aún más su belleza. Se sentía hipnotizado por ella, no quería apartar la mirada, un deseo urgente de besarla crecía en su interior, el más grande que recordaba haber sentido en su vida. Quería probar aquellos pequeños labios carmesí que al sonreír acentuaban unos diminutos hoyuelos en sus mejillas enrojecidas.

—Primero necesito que prometas una cosa—dijo Elena, adoptando un solemne y confidente semblante—prométeme que vas a abrir tu mente. Olvídate de lo que crees conocer, y piensa solo en lo desconocido. Cierra tus puertas a la razón, y ábrelas a la imaginación.

—listo—replicó Leo, dando un enérgico aplauso con un despreocupado tono de voz. “Va a decir que lo vio en mi aura o alguna chingadera parecida” pensó divertido, listo para dejarla hablar, aunque no para escucharla realmente.

—espero que lo digas de verdad—comentó Elena, acercándose para volver a hablarle de nueva cuenta al oído—puedo oler el mal en tu cuerpo—dijo sin más.

Leo se apartó ligeramente de Elena para poder mirarla de frente, en parte porque quería ver la expresión en su rostro, pero sobre todo para poder volver a mirar sus hermosos ojos, preguntándose una vez más, si es que había escuchado bien. Aquella era una respuesta que definitivamente ni siquiera había pasado por su cabeza. ¿Podía olerlo?… ¿hablaba en serio? ¿qué era? ¿una persona con el olfato de perro? Una hermosa mujer con la nariz de un sabueso, la idea sonaba ridícula, una tomada de pelo por parte de aquella extraña que sólo quería divertirse con él.

—ja—brotó de su pecho. Una solitaria, nerviosa, pero igualmente escéptica carcajada.

—¿no me crees?—inquirió sin el menor atisbo de molestia o decepción—supongo que no. La gente suele limitar sus perceptiva de las cosas solo con lo que ha vivido o conocido. Aunque tengo que admitir, que esperaba un poco más de ti, señor “intento escritor”, ¿dónde quedó tu imaginación? O ¿eres de esos tipos aburridos que escriben filosofía?

—ja, ja, ja—se carcajeó Leonardo, esta vez sin el menor asomo de duda o temor. Tenía claro lo que había dicho, y si bien no estaba de acuerdo con el desprecio que hablaba de los filósofos, entendía perfectamente lo que quería decir—necesito un poco más de contexto para poder suspender mi incredulidad. Me estas dando una idea muy vaga.

—¿una idea muy vaga?—recalcó Elena, remarcando cada palabra con una leve pausa como si las estuviese degustando—claro que es una ide muy vaga, acabo de empezar. Pero de verdad necesito que tengas tu mente abierta, que estes dispuesto a creer en lo increíble.

Hacía largo tiempo que Leo había dejado de creer en lo increíble, por lo menos cuando se trataba del mundo real. Entre las páginas podía suceder cualquier cosa, pero fuera de ellos la vida era monótona y poco extraordinaria. Puede que de pequeño soñara con grandes aventuras, con épicas epopeyas e increíbles descubrimientos ¿no era así para todo el mundo? Por lo menos lo fue así para Leonardo, escéptico ante la idea de que alguien desde pequeño estuviese resignado ya a la homogeneidad que estaba atada la existencia. De niño uno era capaz de creer en cosas extraordinarias, desde unas esferas mágicas que era capaces de cumplir cualquier deseo, hasta en objetos malditos que podían causar la destrucción del mundo, creían en fantasmas y duendes, en dundes fantasmas, en personas que mutaban en bestias bajo la luna llena, en seres cuasi inmortales con poderes fenomenales, criaturas antropomorfas y mitológicas, incluso en animales parlantes. De niño creía en todo aquello, y mucho más, creía en lo fantástico, de adulto solo podía soñar con ello, aunque ni siquiera eso se le tenía permitido últimamente.

—estoy dispuesto a escuchar—confesó Leo ante la insistencia de Elena de que mantuviera su mente abierta.

—y yo a hablar—replicó Elena, aproximándose a su oído—puedo oler tu cáncer—ahí estaba la palabra, escucharla lo hizo estremecerse ¿cómo era posible que lo supiera?—porque soy un vampiro, o vampira, mejor dicho.

Una sonora y estridente carcajada brotó de Leonardo. Todo aquello era ridículo, bueno, no todo. Ahora que había dicho la palabra estaba claro que de alguna manera aquella extraña sabía del mal que lo devoraba por dentro, pero ¿de verdad? ¿eso era lo mejor que se le había ocurrido? ¿un vampiro, o.… vampira?

—¿todo bien, Leo? Cuéntanos el chiste, we—dijo Dago desde el otro lado de la mesa con una sonrisa de complicidad.

—le dije que la banda de ahorita sí sabe tocar, no como las otras dos—espetó Elena con ironía.

La mayoría rieron ante la respuesta burlona de Elena, solo Franky se mantuvo impávido.

—te lo ganaste por chismoso, amor—terció Karina amorosamente, dando un breve beso en los labios a su novio.

—solo quería saber de qué tanto se reía mi compa. Me da gusto verlo feliz al bato, tenía desde que Estela lo mando a la mando a la chingada con una pinche cara de sufrido, que no mames, hasta uno se ponía agüitado nomás con verlo—pretextó Dago—pero, ahora, gracias a…. ¿cómo te llamas? Perdón

Karina dio un leve codazo a su novio, acompañado de una represiva mirada-

—Auuu—se lamentó sonriente el guitarrista de inmsonia café—se me olvidó—dijo a su novia, disculpándose de nueva cuenta con Elena.

—no te preocupes. Yo tampoco recuerdo tu nombre—dijo divertida la autoproclamada vampira. Causando una vez más la risa de los presentes, salvo Franky, quien no dejaba de mirar receloso a donde estaban Elena y Leonardo.

—¿ves?—reclamó Dago a su novia con una juguetona sonrisa—y tú queriéndome agarrar a chingadazos—se quejó socarronamente, sobándose donde había sido golpeado.

—Ya me la debías, Dagoberto. Ese nada más, fue el pretexto—respondió Karina con una alegre y afectuosa voz, volviendo a besar a su novio.

Dago y Karina eran para Leo el ejemplo de lo que una pareja debía de ser, cuando menos en lo que se veía en público, pues muchas veces en la intimidad las cosas podían ser muy distintas, aunque dudaba que aquel fuera el caso con sus amigos. Once años juntos, y contando, era un tiempo más que respetable en lo que respectaba a Leonardo. Se habían conocido en el primer semestre de la prepa, y desde entonces se había vuelto prácticamente uno, no porque pasaran todo el tiempo juntos, nunca habían sido del tipo empalagosos, sino porque se entendieron desde el primer momento, un par de palabras les bastaron para embonar, y el resto, como se diría trilladamente, era historia. Claro que, nadie les auguraba un largo futuro en un principio, por ningún motivo en especial, simplemente eso era lo común con todos los romances de aquella edad, es decir; ¿quién encontraba a el amor de su vida a los catorce o quince años? Dago y Karina, era al parecer la respuesta a semejante pregunta, por lo menos así lo creía Leo, quien desde hacía años no tenía la menor duda de que aquellos dos serían uno hasta el final de sus días. ¿hubieran podido él y Estela hacer lo mismo? De haber sido sincero ¿ella se habría quedado con él hasta que aquel mal acabara de consumirlo? ¿se había precipitado al arrancarse la bandita de un solo tirón? A final de cuentas, si su plan (y deseo) era pasar el resto de sus días con Estela ¿qué diferencia había de que en lugar de décadas hubieran sido unos meses más? Eventualmente uno de los dos terminaría por morir primero. Cruel, pero cierto, incluso sus amigos tendrían que enfrentar aquella aplastante verdad tarde o temprano, encarar al amargo adiós final del que nadie escapaba, entonces ¿para qué acelerarlo? ¿qué había buscado con ello?

—me agradan tus amigos—le dijo Elena mientras la rueda seguía girando, haciendo que todos reanudaran una vez más las charlas en que habían estado antes de ser brevemente interrumpidos—deberías de decirles lo que te pasa—murmuró tras un trago cerveza a su cerveza—te apoyarían mucho.

—no me gusta la lástima—se escuchó decir mucho más alto de lo que hubiese querido. Era la verdad, sin embargo, se sintió como un niño caprichoso al escucharse decirla.

—a nadie le gusta—se aproximó hasta quedar mejilla con mejilla—por eso te digo que la verdad no me importa si decides creerme o no. No te conozco, y si mueres no me afectaría en lo más mínimo, otro mortal más que se abandona el mundo. Los he visto perecer por siglos, los hemos visto morir por siglos—corrigió tornando la mirada a sus supuestos hermanos, quienes hablaban con Franky y Miguel—tanto tiempo que podrías haber escrito cientos de obras legendarias que el mundo adoraría. Pero el mundo va cambiando, y a veces no es tan fácil adaptarnos. Necesitamos renovarnos, sangre fresca que nos ayude a entender el mundo mejor ahora que estamos a nada de entrar en un nuevo milenio. Y, tú, pareces ser la persona adecuada para eso. No porque vayas a morir, eso nos importa un carajo, pero tienes algo, no me preguntes ¿qué? Solo es algo que los tres sentimos, lo que se siente cada vez que encontramos a uno de los nuestros. Tu vida no tiene porqué terminar, al contario esté puede ser el comienzo de tu inmortalidad. Me vas a decir que ¿no te gusta la idea?

Leo escuchó la alocución de Elena atento con una cruza de fascinación y suspicacia. Ciertamente sabía cómo atrapar la atención, y en verdad parecía creer lo que estaba diciendo, a tal grado que casi lo convencía. Si su historia hubiera sido otra; como que había nacido con una rara condición que le daba un super olfato, el olfato de un sabueso, probablemente se lo hubiese tragado, pero ¿vampiros?

—buena historia, ¿estás segura de no intentas ser escritora, también? Porque no te falta imaginación—respondió arrogante Leonardo—Si no me quieres decir cómo chingados sabes lo de mi cáncer, está bien, bueno, la verdad no, me come la pinche duda, pero tampoco te voy a andar rogando, ni me voy a tragar cualquier chingadera que se te ocurra inventar.

—¿para qué iba inventar semejante cosa? Si no me quieres creer, es tú problema. Por eso te pedí que tuvieras la mente abierta—reclamó Elena desairada.

-ja, ja, ja-volvió a reír Leonardo, aunque no tan estruendosamente como la vez anterior, no quería volver a atraer la atención. Se sentía una poco admirado de la obstinación de Elena por mantener su historia, puesto que realmente lucia ofendida de que no le hubiera creído. Aparentemente, aquella mujer, también intentaba ser actriz—le pones entusiasmo, eso no te lo voy a negar, pero de verdad… No chingues, ¿en serio esperabas que me tragara ese pinche cuento?

—la verdad, no. Esta es la reacción que esperaba más o menos—encogió los hombros en una clara señal que decía ¿qué le vamos a hacer?—la mayoría no lo creemos en un principio. Incluso en los tiempos en los que el mundo no se había vuelto tan cínico, la idea de que seres como nosotros pudiesen existir se escuchaba más como el mal chiste de un borracho o los disparates de un lunático. ¿cuál de los dos crees que soy, señor “intento ser escritor”?

—una borracha contando disparates—aventuró una tercera opción que le pareció la respuesta más indicada, aunque sin evitar preguntarse ¿quién chingados usaba la palabra disparate?

Una sonrisa iluminó el rostro de Elena, sus labios se ensancharon dejando ligeramente al descubierto por un instante una afilada dentadura amarillenta.

—Siempre tratando de hacerse los listillos. ¡La época del cinismo!—comentó la “vampira”—pero, en verdad ¿cuánto tiempo crees que te queda?—le preguntó, clavándole sus avellanados ojos con delgadas hileras carmesí.

¿Habían estado aquellos trazos siempre? Leonardo estaba seguro de que no, eso rayos rojizos acaban de aparecer. “claro que ahí estaban, deja de imaginarte cosas, cabrón” se reclamó enérgicamente. Primero la dentadura, y ahora los ojos, estaba comenzando (inconscientemente) a dejarse llevar por el loco juego de Elena. Estaba como habría dicho su abuelo, “viendo moros con tranchetes”. Las líneas rojizas siempre estuvieron ahí, y la dentadura… Bueno, incluso si fuese real lo que creía haber visto ¿qué había de malo en ello? Tenía una dentadura un poco inusual, y descuidad, gran cosa.

—me queda nada—anunció Leo, apurando su cerveza—cuando menos aquí. Gracias por el cuento tan interesante—dijo poniéndose de pie, decidido a ir a casa e intentar regurgitar la magia perdida.

—espera—le pidió Elena, tomándolo de la mano izquierda, poniéndose de pie para hablarle al oído—¿quieres que te lo demuestre?—susurró con voz serena.

—¿qué vas a hacer? ¿Convertirte en un murciélago?—preguntó sarcásticamente a “la vampira” con una desdeñosa sonrisa.

—darte vida eterna—sentenció con un endulzante hilo de voz Elena apartándose para dar un largo trago a su segunda cerveza—¿no me crees? ¿qué tienes que perder?—le preguntó tras vaciar la botella—sea cierto o no, te estoy ofreciendo una posibilidad mucho mejor que la que cualquier doctor podría darte.

¿vida eterna con infinidad de posibilidades, contra una quimioterapia de finitas posibilidades, la cual si acaso prometía postergar un poco lo inevitable? Claro que la oferta de Elena resultaba la mejor al ponerlo de esa manera. Sin embargo, lo que ella ofrecía no era más que un espejismo, una fantasía delirante, aunque ¿no era eso hasta cierto punto lo que ofrecía la quimio? ¿cuántos casos no existían de personas que invertían miles, si no es que hasta millones en tratamientos para que al final no sirviera de nada? Ambas opciones eran en realidad una fantasía se dijo Leo, solo que la de Elena era al parecer gratis. Un punto a favor de la “vampira”

—vete, si quieres. Ya te dije, me importa una chingada, si vives o mures. Si no eres tú, será otro. No te sientas tan especial. No nos importa quien sea, sólo queremos a alguien. Tampoco es que seas único e irremplazable.

Por absurdo que pudiera parecer, aquellas palabras calaron en Leonardo. Todo lo planteado por Elena no dejaba de resultarle una locura. ¿Vampiros? ¿de verdad creía en eso? Leo comenzaba a creer que sí, pues aquella obstinación pintaba a cada momento más y más a ser una verdadera y demente devoción, algo que ella realmente creía, y no una simple artimaña en la que solo pretendía envolverlo por diversión. Fueran delirios u obstinaciones sus palabras, no pudo evitar sentirse ofendido al ver con que facilidad lo remplazaban. No lo quería a él, quería a cualquiera, sin importar de quien se tratará, un golpe para el ego del señor “intento ser escritor”.

—enséñame, pues—desafió a la “vampira”. Hiciera lo fuera hacer aquella farsante, la verdad era que no podía evitar sentirse interesado.

—¿enfrente de todos? ¿estás loco? No voy a revelarme delante de un montón de desconocidos. Si quieres ver tenemos que irnos de aquí.

—¿a dónde?—preguntó Leonardo, aunque por mera formalidad, pues, había decido que se iría con ella. Seguía sin creer en su absurda historia, pero eso no significaba que no pudiera conseguir un buen acostón. Nunca había sido realmente lo suyo, sin embargo, ¿qué más daba? Estaba solo, ligeramente ebrio, y puede que esa fuese su última oportunidad de conseguir un poco de sexo casual. Además, en verdad deseaba saborear aquellos labios, beber de ellos, impregnar su nariz con el aroma de la rizada cabellera castaña. Estrechar sus cuerpos hasta ese breve y glorioso estallido final con el que siempre se podía contar para hacer al mundo a un lado.

—tenemos un lugar a unas calles de aquí—dijo Elena, caminando sin soltarle la mano.

“Déjate llevar”se dijo Leonardo, cediendo al delicado tirón de Elena.

El muelle no era el único bar por aquel rumbo, todo lo contrario, si algo abundaba en las próximas cuadras eran lugares para emborracharse, por lo que en la calle pululaba la gente de a un lado a otro en una bulliciosa peregrinación. Leo se dejó arrastrar por Elena entre la multitud. Caminaron un par cuadras de en silencio, intercambiando unas cuantas miradas que a Leo se le antojaron muy pocas y demasiado breves, podía quedarse a media calle a contemplar aquella mirada hasta que el cáncer acabara de consumirlo. Algo que creyó jamás podría volver a sentir luego de Estela… Estela, su recuerdo aguijoneo por segunda vez aquella noche el corazón de Leonardo. El arrepentimiento volvía a invadirlo.

Su egoísmo, le había pedido conservarla a su lado, o cuando menos internarlo. Decirle la verdad, y esperar que su respuesta fuese; que no pensaba a abandonarlo, que seguirían juntos (como era el plan) hasta el final, sin importar lo poco que pudiese ser. La idea le encantaba, pero también lo aterrorizaba, no por él desde luego, sino por ella ¿qué pasaría cuando perdiera la lucha? Conservar a Estela a su lado hubiera hecho los últimos meses muchísimo más llevaderos, no tenía la menor duda de ello. No correr tras ella luego de la pelea definitiva fue tan difícil de conseguir que tuvo que obligarse a cerrar los ojos para decirse que aquello no era nada más que una pesadilla de la que en cualquier instante despertaría. La quería a su lado, pero también la deseaba lejos. Temía verla llorar a su lado mientras su cuerpo se marchitaba, le aterraba la idea de que si le decía la verdad decidiera abandonarlo, que le dijera que no estaba dispuesta a volver a vivir algo como aquello, puesto que su padre había muerto de la gran C un par de años antes de que la conociera.

—ya casi llegamos—anunció Elena sacando a Leo de su ensimismamiento.

“La vampira” miraba recelosa de un lado a otro, sonrió a un grupo de cinco que salían de un bar, los cuales a todas luces no tenían la edad mínima para beber, aunque eso no era ningún impedimento en varios de los locales de aquellos lares.

—no tenemos mucho por aquí. Me desoriento a veces—se disculpó con una especie de mueca y sonrisa a la vez.

—¿por dónde es?—inquirió Leo. Ansiaba llegar a su destino, y que pasara lo que tenía que pasar, alejar de su cabeza (por el tiempo que fuera posible) cualquier pensamiento funesto en cuanto a Estela o el mal que estaba acabando con él—¿por qué calle?—insistió al notar que Elena lo miraba en silencio, como si no tuviese la menor idea de lo que acababa de preguntarle.

—mmm—masculló Elena pensativa, mirando en todas direcciones—es por allá—indicó con la mano libre un par de cuadras más abajo, en la intersección de lo que Leonardo estaba seguro era; Rayón y Libertad—lo reconozco por el edificio grande ese.

—el estacionamiento—aclaró Leonardo

—es…ta…cio…na…mi…en…to—masculló la palabra silaba por silaba—¿es dónde guardan los vehículos, verdad?—preguntó con sus centellando expectantes.

—¿vas a seguir con eso?—reclamó Leo con voz cansada. La terquedad de Elena por seguir con su cuento estaba dejando de resultarle divertida.

—sigues sin creerme ¿verdad?

—claro que no—respondió Leo sin tapujos—ni que tuviera pinche diez años—incluso diez años le resultaban demasiado para tragarse la loca historia de Elena.

—entonces ¿para qué viniste?—reclamó Elena, soltándolo de la mano—¿qué esperabas?… Aaah, sexo—concluyó llanamente tras uno segundos—claro ¿qué más si, no? Una última aventura antes de que el mal adentro de tu cuerpo acabe contigo. Si eso es lo que quieres—se encogió en hombros decepcionada—supongo, que te lo puedo dar. Pero, ¿de verdad estás dispuesto a sacrificar una eternidad de ignotas oportunidades por unos cuantos minutos de certeza de algo más que conocido?

—¿cogemos? ¿o me haces vampiro? ¿es lo que quieres decir?—preguntó Leo recuperando el buen humor— ¡que dilema!—exclamó sarcásticamente.

—con esas burlas, puede que no te toque ninguna—sugirió Elena molesta—te estoy dando una oportunidad única, y tú solo quieres abrirme las piernas ¿tanto te interesa lo que tengo ahí, que los prefieres sobre la inmortalidad? Me halagas, señor “intento ser escritor”.

-ya córtala, no chingues. Ya empiezas a cansar, no sé si de vereda lo crees—era una posibilidad, que no podía apartar, y que cada vez la parecía más era la correcta. Sin embargo, en ese instante acudió a su mente una tercera opción, una que no resultaba tan descabellada, aunque sí un tanto inusual—O ¿es algún pinche fetiche que tienes?

La afilada dentadura resurgió en Elena, adornada por una astuta sonrisa. Sus ojos refulgían, como los de un depredador a punto de lanzarse sobre su presa.

—¿quieres seguir? O ¿prefieres volver a tu aburrido y doloroso destino fatal?—le preguntó la “vampira” haciendo caso omiso de su comentario.

“Vete a la chingada” vocifero una enérgica (y a la vez temerosa) voz en su cabeza. ¿qué chingados estaba haciendo ahí? El sexo casual nunca había sido lo suyo ¿a quién pretendía engañar? ¿de verdad quería pasar parte del poco tiempo que le quedaba con aquella loca? ¿por qué no pasarlo con sus amigos, o tratando de hacer funcionar por lo menos una vez su rincón multiversal? ¿por qué no pasarlo con Estela? ¿era muy tarde para decirle la verdad? Claro que era muy tarde ¿en qué chingados estaba pensando? Ese barco había zarpado ya, o ¿acaso esperaba que al enterarse de la verdad dejaría a su nueva pareja para estar a su lado? Ja e infinitamente Ja, para él. Si de verdad veía eso como una posibilidad, entonces estaba tan loco como la obstinada “vampira” de ojos avellana que refulgían expectantes.

—deja te acompaño a tu casa. Al cabo ya estamos cerca ¿no?—“¿por qué?” refunfuñó la voz asustadiza en su cabeza.

—muy cerca—replicó Elena satisfecha, tomándolo de nueva cuenta de la mano.

El contacto resultaba extrañamente frío, casi gélido de hecho. No obstante, se aferró a ella, correspondiendo su delicado apretón.

—puedo ayudarte, solo…. tienes que pedirlo—insistió la mujer mientras reemprendían la marcha.

Anduvieron de nueva cuenta en el silencio hasta llegar al estacionamiento, momento en que dieron vuelta a la derecha, algo raro pues venían de aquel lado, aunque de unas cuadras más arriba. Suponiendo Leonardo, que por lo menos lo que había dicho Elena que desorientaba era verdad.

—aquí está bien—anunció Elena apenas dieron un par de pasoso a su diestra, soltándole la mano.

Se detuvieron bajó un gran y frondoso árbol frente a una casa cuya entrada se encontraba tapeada con unos tablones, y cuya fachada estaba cubierta de Grafitis de dudosa calidad.

—¿aquí?—preguntó Leo, mirando a su alrededor. A su derecha estaba lo que se anunciaba como un taller para reparar guitarras, y a la izquierda una cortina oxidada que no parecía haber sido abierta en años. En frente se encontraban un montón de locales cerrados, y otro estacionamiento, aunque por lejos no tan grande como el anterior.

—¿esperabas una mansión?—inquirió burlescamente Elena—es lo que cuentan las películas y libros de ustedes ¿no? Vampiros igual a millonarios, o a opulencia. Puede que fuera así siglos atrás, pero los tiempos cambian para todos, incluso para nosotros, cada vez no es más difícil adaptarnos. Por eso necesitamos sangre nueva a nuestro lado—se relamió los labios—un guía para los tiempos modernos.

—y, quieres que yo sea ese guía—afirmó Leonardo, cansado de la persistencia, deliro, o fetiche de Elena. Honestamente ya no estaba interesado en saber cuál de todos era, aunque seguía preguntándose ¿cómo chingados sabía lo de su cáncer?

—ya te dije que me importas una chingada. No te sientas tan especial, si no eres tú, será otro, hay abundancia de opciones. La pregunta es ¿quieres serlo? ¿quieres ser parte de algo mejor? O ¿prefieres quedarte con las migajas que te restan?

“Migajas” respondió decidida la voz temerosa en su cabaza. Si Elena decía que ahí estaba bien, pues, ahí estaba bien, mejor despedirse de una buena vez para volver a “El muelle”. Con suerte encontraría aún a sus amigos, compartirían unos tragos más, y si el valor no lo abandonaba contarles del mal que lo consumía. Ya era tarde para hacerlo con Estela, pero con sus amigos aún había tiempo.

—migajas, supongo—comentó Elena resignada como si fuera capaz de leerle el pensamiento— está bien. Que tengas una buena, doloras, y breve vida, Leonardo—se despidió tendiéndole la mano.

—que tengas una buena y divertida eternidad, Elena—respondió Leo con mordacidad, estrechando la mano de la “vampira”.

!Crack! Escuchó Leo cuando al dar el suave apretón de despedida a Elena, sintiendo como si estuviese estrechando la mano de algún esqueleto que solo estaba cubierto por un fino guante. Trato de liberarse del apretón de Elena, en parte porque sentía que en cualquier momento la mano de ésta se haría pedazos, pero sobre todo porque quería terminar con todo aquello, largarse de una buena vez. Sin embargo, Elena lo retuvo con una sorprendente fuerza, atrayéndolo hacía ella para plantarle un beso breve en los labios. Fue un sabor en su mayoría acerbo, como a granos de café mezclado con un vino amargo, y un discreto toque de miel.

—ya me aburriste—masculló Elena con desprecio.

La mano izquierda de la vampira se movió tan deprisa que pareció desvanecerse frente a sus ojos. Fue solo un instante en el que la mano de Elena se esfumó, reapareciendo con los dedos colgando hacía abajo, escurriendo un líquido rojizo del índice y medio.

La sonrisa de la Vampiresa era tan inmensa que parecía casi caricaturesca. Sus ojos lo contemplaban con desprecio, refulgentes de carmesí, del color avellana se había borrado todo rastro.

—odio cuando la comida se pone aburrida—rugió Elena, llevándose sus dedos enrojecidos a la boca para saborear la sangre de Leonardo.

—Pin..ch..lo..c…cuf,cuf…a—”pinche loca” había intentado decir Leo, pero sus palabras se ahogaron en la sangre que manaba de su garganta.

Aterrado, sin creer lo que acaba de pasar ¿de verdad acaba de rebanarle el pescuezo? Se llevó la mano derecha a la herida, la cual parecía ser bastante profunda.

—pinche simio—respondió Elena, asiéndose a su muñeca, quebrándola como si se tratara de cacahuate.

—aaahg—aulló Leo. La sangre no dejaba de manar de su garganta.

Extasiada, Elena se dejaba salpicar por el hilo carmesí.

—gracias por el juego de todas maneras—espetó Elena, relamiendo su rostro.

La vampiresa presiono el maltrecho brazo de Leo cerca del codo hasta atravesarlo con sus esqueléticas falanges, llevándolo a caer de rodillas mientras un sofocado y lastimero alarido trataba de salir de su garganta. Elena se inclinó, acercando un rostro que había abandonado toda apariencia humana para asemejar más al de una bestia, cerró suavemente sus afilados dientes para nada humanos que exudaban un líquido marrón sobre la herida en el cuello de Leonardo.

Fue como el aguijonazo de una abeja, breve y punzante. Su cuerpo se sacudió un par de veces, pero la vampira no tuvo el menor problema en contenerlo. Sentía como lo drenaba, como su vida se le escapaba con cada sorbo, primero invadido por el temor y la desesperación; “¡aquello no podía ser todo!… todavía, no”. No obstante, el miedo resultó ser brevemente pasajero, se esfumó en un par de segundos para darle paso a la resignación, incluso a la serenidad. Morir a manos de una vampira, era un millón de veces mejor que terminar sus días postrado en una cama; un final digno de mi rincón “multiversal” pensó Leo. Una exigua sonrisa asomó en su rostro en tanto dejaba que sus parpados cedieran al engatusador sueño que comenzaba a invadirlo.

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