Desde que era un niño, sentía una fascinación incontrolable por la luna. Mis padres solían encontrarme en el jardín a medianoche, con los ojos brillando mientras la contemplaba.
Con el tiempo, mi obsesión solo aumentó. Durante el día pensaba en ella; por la noche, la observaba durante horas. Sentía una conexión que no podía explicar.Crecí y me convertí en alguien solitario. No tenía amigos, todas mis relaciones se habían deteriorado. Mi único consuelo y apoyo era la luna. Guardaba un cuaderno en el que registraba sus fases y movimientos, se volvió una costumbre casi obligada por mi obsesión. Sin embargo, la distancia inalcanzable que me separaba de ella me llenaba de frustración.
Una noche, mientras la luna iluminaba por completo todo a su paso, me cansé de ser un simple observador y tomé una decisión radical. La luna debía ser solo mía.
Durante semanas elaboré un detallado plan para robarla del firmamento. Investigue antiguas leyendas, libros de magia que nadie respaldaba y textos científicos. Llegué a la idea de un posible ritual, algo descabellado pero mi única opción real.
El ritual requería elementos raros y peligrosos; el polvo de estrellas de un meteorito, el canto de un búho en plena luna llena, y un antiguo espejo que, según cierta leyenda, reflejaba el alma de la persona que lo utilizara.
Tuve que recorrer tierras que desconocía para hacerme con ellos, pero conseguí reunir todos los elementos. Sólo me quedaba esperar por el eclipse lunar.
Cuando la noche llegó, estaba preparado. Subí a una colina aislada y allí encendí unas velas negras a mi alrededor, coloqué en el centro el polvo de estrellas y el espejo frente a mí, obligando al búho a que cantara. El cielo se oscureció y el viento se alzó. La tierra bajo mis pies comenzó a temblar mientras la luna se desprendía de su lugar en el cielo.Con un ensordecedor estruendo, descendió hasta caber en mis manos.La contemplé con asombro y deleite, era mi sueño hecho realidad. Pero en ese momento, sentí una perturbación. La luna latía con una energía pulsante, casi viva.
Al principio estaba eufórico. Por fin era solo mía. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de mis actos.
Sin la luna en el cielo, las mareas se descontrolaron, causando desastres naturales en todo el mundo. Las noches se volvieron eternamente oscuras, afectando a los ecosistemas y sumiendo a la humanidad en el caos. Además, comencé a experimentar extraños cambios en mi cuerpo. Mis ojos brillaban con una luz plateada y mi piel se tornaba pálida como la de un cadáver. Soñaba con voces que me llamaban, susurrando cosas que no podía comprender. Entendí que la luna no era un simple satélite, sino un ente vivo, una entidad con voluntad propia.
Mientras la observaba en mi cuarto, conseguí escuchar una voz clara y melodiosa. Suplicaba por volver a su lugar. El equilibrio en el mundo dependía de ello. Me consumió el remordimiento y el miedo, debía hacer lo correcto.No podía ignorar el peso de mis acciones.
Volví a la colina, ahora desolada y oscura. Colocando la luna en el centro del círculo de velas negras y me dispuse a revertir el ritual. Encendí las velas y comencé a recitar las palabras al revés, esperando que la misma fuerza desatada pudiera restaurar el equilibrio.
La luna brillaba intensamente, su luz pulsaba en sintonía con mi corazón acelerado. Mientras continuaba recitando, las sombras comenzaron a moverse a mi alrededor, como si formas invisibles se agitaran en la penumbra.
Sentí una resistencia abrumadora, pero no podía detenerme. Gritaba las palabras del contrahechizo, mi voz resonaba en la infinita oscuridad. De repente, una fuerza invisible me empujó, cayendo de rodillas. El dolor era intenso, como si cada fibra de mi ser se desgarrara.
Se elevó lentamente, su luz era cada vez más brillante. Una ráfaga de viento helado me envolvió, y pude ver cómo las sombras se disipaban, siendo absorbidas por la luz lunar. La luna parecía expandirse, volviendo a su tamaño original mientras ascendía al cielo.
Un rayo de luz plateada descendió desde ella, golpeandome. Sentí una energía recorrer mi cuerpo, como si estuviera reclamando lo que le pertenecía. El dolor se transformó en una sensación de vacío, como si una parte de mí se desvaneciera.
Continuó su ascenso, y las nubes se despejaron, revelando un cielo estrellado. El caos en la naturaleza comenzó a calmarse; las mareas regresaron a su ritmo normal y las criaturas nocturnas reanudaron sus cantos. El mundo recuperaba su equilibrio.
Por fin regresó al lugar que le correspondía, brillando con una luz más intensa que nunca. El viento se calmó, y el silencio sepulcral de la noche me envolvió. Me quedé allí, en la colina, sintiendo frío y vacío en mi corazón.
Sabía que había hecho lo correcto, pero el sacrificio había sido doloroso. La luna, mi única compañía durante mi vida, ya no era mía. Me levanté lentamente, sintiéndome más liviano pero también más solo que nunca.
Regresé a mi hogar, intentando encontrar consuelo en la familiaridad de mi entorno. Pero algo había cambiado irrevocablemente en mí. La conexión que había sentido con la luna se había roto, dejándome con un constante anhelo y una profunda tristeza.
Esa noche, desde mi jardín, miré el cielo en silencio. Su luz era tan hermosa como siempre, pero ahora la veía con una mezcla de respeto y dolor. Sabía que nunca más intentaría poseer algo tan grande y poderoso. La luna no era un objeto para ser robado, sino una presencia para ser admirada desde lejos.
El vacío en mi corazón permaneció, pero con el tiempo aprendí a vivir con él. Mis ojos nunca dejaron de buscarla en el cielo nocturno, sabiendo que jamás vería lo mismo en ella. Aquella conexión que creía unirme a ella se convirtió en un recordatorio de mi error. La luna siguió brillando, indiferente a mi destino.
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