Casi mecánicamente, observó el gran reloj en la pared sin prestar atención a la hora, intuyendo que era media mañana. Emitió un suspiro profundo y subió por la escalera de madera de roble hasta la cubierta superior del inmenso barco.

Sintió un leve alivio al notar que el upsweep, ese sonido siniestro que nunca dejaba de atormentarla, había disminuido. Era un fenómeno natural en junio, al final de la primavera y al comienzo del verano boreal, aunque regresaría con más fuerza con el frío y las severas tormentas del invierno.

Miró hacia la oscura bóveda del cielo, con la esperanza de vislumbrar nuevamente las luces que descendían lentamente, iluminando con meticulosidad la negrura. Los ruidos de los artefactos que ocasionalmente la visitaban eran una distracción bienvenida, rompiendo su eterna rutina.

Observó cómo las parejas mayores paseaban tomadas del brazo, mientras algunos niños corrían y jugaban. Los jóvenes se divertían con bromas entre ellos o apresuraban citas a escondidas. Su mirada se detuvo en aquellos que lucían grandes anillos, cadenas y pulseras de oro y piedras preciosas, mientras otros, con ropas más humildes, intentaban por un momento ser parte de aquel desfile de vanidades.

El color óxido y el frío que dominaban el lugar la sumían en la tristeza, pero las luces de los visitantes esporádicos y curiosos transformaban la escena con un hermoso brillo azul con tintes esmeralda, animándola por completo.


Aquella mañana, al levantar la vista, sus latidos comenzaron a acelerarse rápidamente. Creyó percibir luces acercándose, aunque aún distantes. No quiso entusiasmarse demasiado; en otras ocasiones, lo que parecía una inminente visita se había desvanecido en el vacío. Calculó que la última vez había sido un año atrás. “No es tanto tiempo”, pensó, tratando de convencerse mientras seguía con la mirada aquellas diminutas luces.


Súbitamente, notó que el upsweep había cesado solo para ser reemplazado por un ruido ensordecedor que la hizo instintivamente adoptar una posición casi fetal. Una vez que consiguió recuperarse, pudo ver cómo fragmentos de aluminio y carbono descendían lentamente Uno en particular captó su atención cuando alcanzo a leer el nombre «Ocean Gate – Titán». Miró la hora, eran las 9 de la mañana, y recordó que ese día era 18 de julio de 2022.

Con frustración, pensó que pasaría mucho tiempo antes que otra visita rompiera su monótona rutina. Suspiró y reanudó su caminar por la corroída estructura de lo que alguna vez fue el RMS Titanic.

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