Él no lo sabe, pero me hace feliz verlo a través de mi ventana y de la suya.
Él no lo sabe, pero cada vez que lo veo lo saludo,
me gusta creer que me ve y que en su mente me saluda también.
Él no lo sabe, pero yo ya siento que somos amigos,
amigos de ventana.
Él no lo sabe, pero también me quedo sola en casa,
y mirarnos hace que me sienta un poco menos sola.
Él no lo sabe, pero cada vez que lo veo sonrío,
sonrío porque me recuerda al compañero que dejé en casa.
Él no lo sabe, pero lo trato de “él” solo porque al compañero que deje en casa era un “él”
y me gusta creer que mandó a uno de su naturaleza para que me lo recordara y lo sintiera cerca.
Él no lo sabe, pero la vez que no lo vi en un día entero,
yo estaba preocupada. Y estaba preocupada porque no quería que le pasara nada,
así como no quiero que le pase nada al compañero que deje en casa.
Él no lo sabe, pero también me preocupa que lo dejen solo
por muchas horas durante el día. Es que yo nunca dejé a mi compañero solo durante muchas horas,
y no quiero que a él le pase.
Él no lo sabe, pero sin mi compañero, muchas veces me siento sola,
y como él también se queda solo,
me gusta creer que estamos juntos en la soledad de la rutina,
en la soledad de un lugar que, por unos breves momentos en el día nos junta,
cada uno en su ventana mirando al exterior, y si tengo suerte, para cruzar nuestras miradas y sentir que él también sonríe al verme.
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