¿Cómo te fue, hija mía?

Los días en los que estuviste junto a mi pasaron rápido sin pensarlo, sin valorarlos, pensando que toda la vida estarías conmigo, tratando de ignorar ese pensamiento que en algún punto llegaría ese momento. Reíamos y compartíamos, las experiencias que nos puso la vida, las cosas tan graciosas que hacíamos, por las cuales el dia de hoy estoy tan agradecida. Ahora que lo veo y que lo pienso, aquellos días eran celestiales, pues me sentía en las nubes, me sentía feliz y en calma sabiendo que estabas aquí, bailando y gozando, como una luciérnaga en pleno verano, y tan solo, tambien de esa manera te fuiste volando.

La tarde gris y oscura, aquella tarde en que cerraste tus ojos, en la que te fuiste sin decir adiós, sinceramente creí que había perdido la cordura, pues no quería creerlo, ni siquiera pensarlo. Ese día sentí que me había rompido, sentí que me había fracturado, pero aun guardaba la esperanza y la certeza, de que algún día volvería a ver esa sonrisa, que cuando la oía mi corazón se deleitaba, y mi risa estallaba.

Solo me quede estática, sin razón y sin voluntad, y solo en mis ojos sentía la humedad, cayendo sin ninguna dignidad, así pasaron los minutos, las horas, los días, y no te dejaba de pensar, y mientras tu dormías, yo te contemplaba en tu descansar.

Los siguientes meses no mejoraron, pues me dolía ver que el tiempo pasaba, sin filtro y con gran prisa, y ver que muchas cosas cambiaron, y sé que seguirá doliendo, porque el ver que tu memoria se quedó congelada en el tiempo, se siente como una estaca enterrada en el corazón, como toda una vida sin razón, encerrada en la soledad clara y blanca, con mil pensamientos volando en mi cabeza, enfrente la vida sin la menor certeza, si es que te soy muy franca.

Dedicatorias sin comparecencia, esperando soñarte para verte, y aun con la insistencia, solo espero estar contigo nuevamente, como en las tardes color naranja, jugando y paseando, esos días que tanto te agradaba, y en las que podíamos pasar horas hablando.

Vivir y ser feliz para que estés tranquila, superarme para enorgullecerte, llorar para hacerme más fuerte, ya que al final es parte de la vida, y para el día en que pueda verte de nuevo, te vea con una gran sonrisa, y me preguntes “¿Cómo te fue, hija mía?

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