Acabo de ver a un niño sin hogar llorando afuera de la estación de tren San Martín, lo rociaron con gas pimienta haciendo alguna maldad o intentado sobrevivir. Mi primera reacción fue ayudarlo pero estaba su mamá al lado de lo más tranquila, como si no fuera un suceso extraño, el niño tendría unos 11 años. Sentí una dicotomía moral, tuve la intención de comprarle agua para que se lavara la cara pero la madre sólo me pedía el dinero, hasta que le hable a un guardia de seguridad para que controlara la situación. En el fondo estaba la idea de que quizás era una enseñanza que trascendería su vida, en todo caso no hice nada más allá que escribir esto.
De alguna manera soy ese niño; asustado, desamparado, peleándose con la vida, sin nadie quien lo ayude.
Y espero este bien, y que nunca más sea rociado por un extraño en su vida.
Buenos Aires, 2024.
OPINIONES Y COMENTARIOS