Dejando atrás la inocencia y cualquier huella de nuestra niñez nos convertimos en autómatas,
condicionados por cada norma,
como si fuéramos jugadores del juego del calamar,
acatando una por una,
como si se tratara de salvar la vida.
Nuestro cuerpo es el reflejo de como ya no sentimos: aún estando seco y sin vida
se conserva rígido y erguido,
como si nuestra única salvación fuese
verter una cuantas copas de alcohol que derritieran nuestro manto de nieve
o tal vez la única solución sería extraer el palo de nuestras entrañas
para que nuestros inmóviles esqueletos
encontraran las alas para volar.
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