El conservatorio se llenaba lentamente con un público tan espeso como el café. Todas eran personas de clase alta, con costosos trajes, coloridos vestidos y vocabulario elegante.

Solo venían a ver la obra, en la que, por cierto, se presentarían los mejores músicos de París, (em, estamos en Francia, ¿sí?).

Un enorm telón rojo mate cubría la plataforma, separando las sillas de los camerinos de los participantes.

De un lado, familias adineradas tomaban asiento glamurosamente y miraban sus relojes, preguntándose el por qué del retraso de veinte minutos; y del otro lado del telón, un montón de músicos vestidos de negro iban de aquí para allá, intercambiando partituras, preparándose para presentarse o simplemente preguntando cómo se afinaba el violín.

Por estúpido que suene, sí. Dabney Ricci, el violinista protagónico del segundo acto, buscaba a alguien que supiese afinar el violín. Su violín.

-Te dije que lo afinaras antes de venir, baboso. -Esas fueron las dulces palabras de consuelo de parte de Russell Slash. Su autodenominado «mejor amigo»-. No puedes hacerlo ahora, no hay tiempo…

-Oye ésto. Se supone que es una Sol Mayor… Ésta cosa no parece ni una Mi octava…

-Sí, sí, ya entendí. No suena bien. Pues, ¡sorpresa! No me importa. Saldrás junto con todos en cuanto en telón se abra. Ahora cierra el hocico, sé un niño bueno y ve a tu sitio…

Dabney lo hubiera golpeado en la cabeza con el arco desu instrumento, pero recordó lo mucho que lo necesitaba.

-No saldré con ésta cosa así.

La cuestión es que, ni Dabney ni Russell podían afinar un instrumento tan delicado como ese en tal poco tiempo, sin un afinador y con tanto bullicio de fondo.

Era como intentar bordar un mantel sin verlo ni tocarlo. No se podía; o al menos no sin romper al menos una cuerda.

-Yo puedo afinarlo.

En medio del caos, ambos distinguieron la voz a la perfección, y voltearon apenas terminó de hablar.

Rin Revna. Una de las fundadoras del conservatorio, Directora de Orquesta, docente en la Universidad Central de Música en Francia, ganadora consecutiva en presentaciones y competencias musicales mundiales y la figura más representativa de la música clásica en el siglo XXI.

Una figura icónica e intimidante.

Su voz fue fácil de distinguir. Como siempre, fría, vacía, inexpresiva e indiferente.

-Aún no puedo creer que hayan aprobado su último semestre sin siquiera saber afinar su instrumento, señores… -Con una larga vara plateada en la mano derecha, avanzó hacia donde ellos estaban. Vestía un traje totalmente negro como todos ahí, con la única diferencia de la corbata blanca adherida elegantemente a su cuello.

Dabney y Russell se congelaron al ver cómo todos alrededor los miraban con nerviosismo.

Ante la escena, el director de esa presentación, Blake Symon, no tardó en aparecer atropelladamente desde los camerinos de los violinistas. Al parecer, no habían tardadi en darle la noticia de la inesperada aparición de Revna.

-Madame Revna, un placer -titubeó, sin saber cómo reaccionar. Miró con confusión a sus violinistas protagónicos, temiendo que hubuesen metido la pata otra vez, porque, con esa mujer, un paso en falso era el fin de una próspera carrera dentro del Conservatorio Black Raven.

-Director Symon -replicó ella, con una mezcla de disgusto y cordialidad tan particulares como poco comunes-. El placer es mío…

-¿Hay algo en lo que pueda ayudarla? -se apresuró a decir-. No todos los días nos visita alguien tan especial…

-Sus violinistas principales aún no pueden afinar las cuerdas de un simple violín. Es un insulto para usted, monsieur Symon. Según tengo entendido, ellos son alumnos suyos.

Las palabras de esa mujer cada vez se tornaban más frías y crudas, como si no le importaran los ocho años de estudio que ese par de soquetes a su lado habían invertido estudiando música.

-Fueron -corrigió él, nerviosamente-. Su último semestre ha concluido hace tres semanas…

-Y aún no pueden afinar su propio instrumento -remarcó desdeñosamente.

Realmente, ellos podían hacerlo, pero, uno: era demasiado tarde para retractarse; y dos: no podían hacerlo muy bien debido a todo el bullicio.

-Dénme el instrumento.

Sin pensarlo, y temblando de pánico, Dabney obedeció.

Madame Revna, con una agilidad sobrehumana, dejó el bastón plateado y delgado que tenía a un costado de sí misma, tomó el violín y ajustó las clavijas sin siquiera tocar las cuerdas.

Poco a poco, los curiosos retomaron sus tareas y dejaron de prestar atención a la escena porque sabían lo que pasaría: Madame Revna terminaría comiéndolos vivos.

El director Symon se estremeció creer que las cuerdas se romperían de un golpe.

Pero no fue así.

-Después de la presentación…-Tendió el brazo y devolvió el violín a su dueño con un gesto de desagrado-… Los quiero a ambos en mi oficina en Black Raven. Estarán suspendidos temporalmente, mon amours, así que disfruten el último vitoreo que gozarán en su carrera, porque después de esto no volverán a tocar cualquier otro establecimiento de arte dentro de mis fundaciones…

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