El cadáver se encontraba allí, a unos cien metros de los talones, se alejaba. Sus pies lo llevaban y no sabía dónde, o quizás no quería saberlo; imágenes fueron sucediéndose como las baldosas bajo su pesado cuerpo. Una Campanada dio cuenta de la hora, otra del error. Una última campanada no significó nada. Aun conservaba el cuchillo bajo el sobretodo y la sangre que de ella emanaba se hacia eco en un goteo sin fin. Las emociones seguían, en la cumbre y en la plaza mayor, creyó que la gente lo acusaba y que sabían. Era la primera vez que sudaba. Fue allí que estaba inmóvil y en silencio. Se miraron a los ojos y fue una conexión como de toda la vida. Comenzaron a caminar, la vio tan hermosa. Quiso hablarle, pero no quería hacer desaparecer esa paz que lo envolvía y lo embriagaba. Supo que estaba enamorado. Caminaron un poco mas, ella se detuvo en un pórtico, lo miro y le dedico la más tierna de las sonrisas, Luego entró. El la siguió hasta llegar a una gran sala llena de gente. No la vio entre unos ni entre otros. Sabía que no la vería más. se dirigió a un mostrador de la gran sala, arrojo sobre cuchillo y dijo: – Arrésteme oficial, he matado-.
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