El estrangulador

El estrangulador

Orfel Niram

22/04/2024

En las lejanías del pueblo había una casa, las ventanas estaban rotas y la puerta destrozada. Se sabía desolada y pocos pueblerinos hablaban de ella, pero los rumores se esparcían sobre una joven mujer poseedora de una enigmática belleza, de cabellos negros ondulados, piel tersa y una mirada que podría haber enamorado a Dios. Se decía que ella tenía un hijo, que el pequeño retoño había heredado toda su gracia pero que algo casi siniestro vivía en su interior. Se decía que era un fenómeno, habladurías de cuernos y cola llegó a oídos de muchos. Con el tiempo los padres cantaron nanas a sus hijos, para protegerlos y que no sean como el retoño diabólico.

«La noche se acerca con pasos pesados

alrededor del patio y de la casa.

Mientras el sol parte de la tierra,

las sombras se avecinan.

Sueños de alas que se agitan sobre nosotros en una profecía

Enciende tus velas blancas, Santa Lucía.»

Se dice que una noche de octubre, la gente del pueblo se amotinó contra la hermosa bruja y su adefesio, que el fuego de los Santos consumió hasta lo último de aquella vil casa. Los recuerdos pasan y nadie nunca debe mencionarlo.

Aquella historia simplemente se borró.

La casa, antes rosada, era la única evidencia de lo que inocentemente fue catalogado como un accidente producto de un fallo en la cocina, el negro teñía las paredes. Oscuridad consume lo que alguna vez fue la más linda casa.

En mitad de la noche la desgastada puerta es abierta, un hombre entra con paso silencioso. El piso no cruje bajo sus pies, y él como una sombra aún más oscura ronda la casa, conoce cada pasillo y no lo necesita ver. Aparta los tablones caídos y entra a lo que parecía ser la más amplia habitación, la humedad que olía a moho y los susurros del viento como única compañía, se recuesta silencioso en la cama que alguna vez fue reluciente, ahora consumida de cenizas.

En un profundo susurro, de voz gastada y seca, él canta su nana:

«La noche se acerca con pasos pesados

alrededor del patio y de la casa.

Mientras el sol parte de la tierra,

las sombras se avecinan.

Sueños de alas que se agitan sobre nosotros en una profecía

Enciende tus velas blancas, Santa Lucía.»

Finalmente durmió.

Una mañana, tan calurosa como ninguna, familias enteras se movilizaban al ritmo de la rutina, algunas madres preparaban el desayuno y alistaban a sus criaturas, otras aun dormían mientras la hija mayor hacía todo su trabajo, algunos hombres salían a trabajar y ganarse el pan, otros yacían en el sofá mientras una delgada jovencilla que habían sacado de su hogar con patrañas limpiaba su desorden alcohólico de la noche pasada. El pueblo vivía con lo mismo de siempre, excepto por una cosa, la sórdida y abrumante noticia sobre el fallecimiento de su figura política más apreciada, el mismísimo alcalde Alexis García Hernández, hombre que había llenado sus corazones con promesas y sus despensas con pobres bolsas de comida de la peor calidad. Hombre entrañable.

El pueblo se debatía entre el desconcierto y la profunda tristeza, la figura amable que todos conocían había perecido en condiciones misteriosas y ahora Alexis no era más que un patrimonio del recuerdo. Y todos se preguntaban quien tomaría su lugar, no cualquier podría ser lo que el alcalde fue para su gente.

Por su parte el gobernador, un hombre gordo y turbio como ninguno, estaba más que despreocupado con respecto a la incertidumbre pueblerina, pues en sus regordetas manos descansaba una carta que significaba la esperanza que él, como buen político, devolvería al pueblo.

Alexis tenía un sobrino.

No hubo que comprobarlo, no tenía por qué. La escritura hecha a puño y letra de la noble hermana del alcalde fue suficiente para dar firmeza a este hecho, la misma declaraba que A.T. García fallecida hace un año era la auténtica hermana de Alexis, explicaba además como habían sido separados hermano y hermana y como ella tuvo que sobrevivir por su cuenta, también hablaba de su pequeño retoño Henry, quien gozaba del apellido de un campesino que tuvo piedad de la indefensa mujer que no conocía al padre del niño. La carta había sido guardada en un maletín que acompañó a Henry durante su adolescencia, por órdenes de su madre tenía prohibido leerla hasta que llegara al pequeño pueblo donde ella y su hermano vivían antes, fue así que el joven llegó a oídos del gobernador y la carta a los ojos del susodicho.

Harapiento, oscuro, sin vida. Así podría describirse aquel joven que entró por las puertas de la alcaldía con el sol de las 9:00 am tras su espalda. Parecía haber sido superado por los años sin haberlos cumplido; su porte era deprimente al igual que sus ropas básicas y oscuras, él era todo lo contrario al alcalde. Llegó hasta la oficina principal bajo la inquisidora mirada de los trabajadores, encontrándose con el gobernador, el pez gordo sonrió al notar su presencia y extendió su mano que no tardó en ser apretada por el contrario.

— No pensé que fuera cierto que Alexis tenía un familiar después de todo, pero ¿un sobrino? Eso sí es toda una noticia. Mucho gusto hijo, mi nombre es Julio Garavito ¿tú eres Henry no? —el aludido sonrió en respuesta, sus dientes amarillentos y deformes chocaban con la imagen de la sonrisa siempre perfecta del alcalde— Debo admitir que has caído en el momento más oportuno, ahora que él no está iba a ser todo un problema político elegir un nuevo alcalde, claro hasta que supe de ti.

Henry García era su nombre, cabello oscuro, ojos inexpresivos y secos, mandíbula pequeña y piel amarillenta. La figura de Henry ataviada de un simple y desgastado traje negro, acompañado de zapatos de cuero marrón y un enorme chaquetón que desencajaba con su propio cuerpo.

— Siento mucho la muerte de tu tío. —hasta ese momento, Henry no había pensado en el fallecimiento de Alexis, nunca lo había conocido y no tenía interés en saber nada de ese hombre, pero a juzgar por la admiración que acarreaba más le valía investigar un poco— Estoy seguro de que lo harás muy bien. —el gobernador oportunista como siempre apretó el hombro del muchacho en un gesto medianamente posesivo, pese a su apariencia desaliñada el hombre le encontraba atractivo, quizás por su edad, ser joven atribuía un gran magnetismo para un hombre cuya vida secreta se basaba en desvirtuar menores de edad.

— Muchas gracias. —espetó Henry, quien no ignoró la mirada de Garavito e incluso llegó a sentir la incomodidad que seguramente cada niño sentía estando cerca del gobernador.

Las próximas horas Henry García conoció a los que tenían relación con el occiso, fue informado de sus deberes como nuevo alcalde y notificado de la importantísima postulación oficial que sucedería en horas de la tarde, en presencia de los feligreses que morían por conocerle. Ahora él era la comidilla de las señoras que dejaban jugar a los hijos mientras se concentraban en alguna esquina y hablaban, destripándolo entre sus dientes y filosas lenguas.

Ahora en la tranquilidad de la oficina de su tío, Henry se detuvo a pensar. El informe de la forense aseguraba que la causa de fallecimiento fue por un paro cardíaco, pero el gobernador le aseguró a Henry que Alexis gozaba de muy buena salud, ¿estaba la doctora equivocada o escondía algo más? Sea lo que fuera, no había nadie tan profesional en su área en el pueblo como para cuestionarla.

Finalmente lo acompañaron a la morgue, donde la forense aguardaba con el cuerpo de Alexis a su lado, vestido para la triste ocasión.

Lo que Henry no sabía es que Garavito comenzaría más pronto que tarde a delegarle tareas, así fue como anunció que él sería el discursante en el servicio funerario del alcalde. Él quien apenas había llegado al pueblo, caminó lentamente por el pasillo de la enorme y vieja iglesia que guardaba en su interior el desconsuelo de los presentes. Henry anudó su corbata aún más en un gesto de nerviosismo que procuraba hacerlo ver vulnerable y claramente perturbado por haber perdido a alguien importante para él, de su grueso cabello corrían gotas de sudor serpenteantes, hacía calor y esto era perfecto para hacerlo ver desequilibrado.

Henry recordaba los rostros de quienes lo veían con lástima, él sabía sus nombres y los había visto bien cuando le arrebataron todo, sin embargo todos a su alrededor había olvidado su cara, habían olvidado lo que le hicieron. Para él, estar allí era una vuelta al pasado y un grotesco paseo por los más oscuros recuerdos; supo disimular muy bien esto último ante las miradas expectantes, pues todos esperaban que el nuevo alcalde se presentase con las mismas actitudes de quien fue su líder político por muchísimos años.

— Buenas tardes, pueblo querido, entiendo que para todos debe ser impactante el vernos por primera vez, sobre todo dada las trágicas circunstancias. —conocía su estrategia, en el pasado la implementó lo suficiente para sobrevivir y llegar hasta sus actuales años, primero los encantaría con su modestia y basta forma de hablar, les demostraría que es alguien digno de confianza y después lo vería todo arder. Así iniciaba y terminaba su venganza— Mi nombre es Heinrich García, no estoy aquí para reemplazar a mi tío —espetó arrojando así la bomba— sino para llevar sus buenas costumbres y lo que ha hecho de este pueblo un lugar próspero y armonioso

Ciegos. Eso es lo que eran, las casas se caían a pedazos y los centros hospitalarios escaseaban de sus recursos más básicos, las calles agrietadas y las escuelas en ruinas, nadie podría decir que aquel sombrío pueblo tenía una pizca de habitable en él, pero ellos eran ciegos, sordos y mudos. Alababan a un hombre que no había hecho más que llevarlos a la nada, pero engatusados por su sonrisa y convencidos de sus ponzoñosas palabras todos le aplaudían. Y ahora adoraban y rendían homenaje a la sombra de un hombre que era mil veces peor que Alexis, Henry no estaba allí para vivir rodeado de lujos a costa de engaños, él quería ver hasta el último recóndito del pueblo siendo consumido por las llamas, así como un tiempo atrás hicieron con lo que él más amaba, quería verlos sufrir.

Dos horas estuvo el nuevo candidato con el pueblo, endulzándoles con palabras que eran aún más atrapantes que las de su predecesor, mostrándose como la nueva esperanza. Parecía que todos lo amaban. En palabras del gobernador: “las elecciones no serían más que un mero formalismo,” algún pueblerino se postularía para rellenar el papeleo pero al final del día la victoria sería de Henry, esto pareció agradar al extranjero que no tendría que hacer grandes esfuerzos, sin embargo las campañas así como actos de presencia en eventos caritativos serían obligatorios.

Finalmente, luego de haber desgastado su voz hablando en público, Henry pudo disfrutar de una taza de ardiente café. La mujer que lo servía era la dueña de una modesta cafetería, misma que carecía de gran variedad por su corto presupuesto, pero que lo compensaba con su ambiente cálido y acogedor.

— Gracias a Dios por usted, Alcalde. —soltó aquella mujer, Henry torció el gesto en lo que aparentaba ser una sonrisa como respuesta— El Señor siempre responde, siempre lo hace.

    La mujer se alejó de su mesa con estas últimas palabras, a su vez comenzó a canturrear algún himno dominical del que Henry no quiso enterarse mucho, la voz en su cabeza gruñía disgustada con los guturales y desafinados cantos de la anciana. Ahora el candidato debía trazar su siguiente movimiento, ganarse la confianza y el cariño de la gente no era algo complicado, pero las viles ratas que se escondían tras la cara de la política serían su mayor desafío, en especial el gobernador, quien Henry casi asesinaba con el primer toque al conocerse, este hombre le causaba repulsión y era evidente su macabro fetiche, pero tenía que mantenerlo de su lado, aprovechar que su rostro jovial atrapaba al regordete y adentrarse en la secta que había eliminado a su madre, así como cualquier registro de su existencia.

    No era la primera vez que Henry pensaba en matar a alguien, para llegar hasta donde estaba ya había manchado sus manos con la caliente y espesa sangre de una que otra persona, su primera víctima había sido su propio padre cuando él era apenas solo un niño, uno que guardaba mucho rencor cada vez que el hombre amenazaba a su queridísima madre, uno que no esperó la oportunidad para clavarle un cuchillo en la garganta a su padre mientras dormía. Afortunadamente, su madre siempre supo entender esta sed de justicia que invadía a Henry, así que la mañana de ese fatídico primer crimen, su progenitora envolvió el cuerpo en las manchadas sabanas y le dijo a Henry que irían a acampar juntos, encenderían una fogata y disfrutarían del bosque solo ellos dos.

    Y así lo hicieron, partieron tarde de la noche en la vieja camioneta Ford de su padre, con dos maletas en la parte de atrás y el cuerpo previamente descuartizado, para mayor comodidad. Llegaron al bosque y se instalaron cerca del lago, Henry emocionado fue a buscar leña, su madre encendió el fuego y juntos vieron arder a papá. Esa noche comieron mini sándwiches y cantaron juntos. Al día siguiente, volvieron a casa para limpiar la pared y parte del techo. Nadie en el pueblo notó la ausencia de figura paterna, ya que nadie llegó siquiera a pensar que un simple borracho pudo conquistar a la enigmática mujer que vivía en la casa rosa.

    De vuelta a la realidad, el olor del café quemado disipó los recuerdos de Henry, dándose cuenta que aún seguía siendo el único cliente. La dueña de la cafetería se acercó silenciosamente ofreciéndole un poco más de café, se sentía sola y tener al futuro alcalde en su local sin duda alguna sería el mejor chisme para su envidiosa vecina, así que si podía retenerlo más tiempo con cafeína barata y quemada, así lo haría.

    — ¿Todos aquí son tan amables como usted? —preguntó Henry. Lety, cuyo nombre se presumía en el gafete de su uniforme, sonrió.

    — No todos, yo soy especial. —respondió con picardía.

      No fue hasta casi la noche que Henry salió de la cafetería, recordaba que el gobernador le había ofrecido hospedaje en su casa, pero él amablemente declinó respondiendo que tenía donde quedarse.

      Henry sabía exactamente a donde quería ir.

      Tomó la oscura ruta y caminó como si las millas que separaban su antigua casa del pueblo fuesen cortas, la noche era fría y eso le agradaba. Instintivamente Henry se mantuvo alerta, estar solo no significaba estar seguro y eso lo había aprendido a la mala; aun así, disfrutó del largo paseo por la carretera que lo condujo a la vieja y quemada casa rosa.

      “Hogar, dulce hogar” Pensó, antes de entrar por la mancillada puerta y perderse en la oscuridad de la casucha.

      Etiquetas: misterio crimenes

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