En un rincón olvidado del mundo, se encontraba el Bosque de los Suspiros. Sus árboles, altos y retorcidos, parecían susurrar secretos al viento. Las hojas crujían bajo los pies de quienes se aventuraban a cruzar sus límites. Allí vivía Elena, una joven con ojos de luna y cabello de sombras.
Un día, mientras caminaba por el bosque, Elena se topó con un anciano llamado Silvio. Su voz era un eco melancólico, y sus palabras resonaban como campanas antiguas. Silvio le habló de un tesoro escondido en el corazón del bosque. “Es un lugar donde los sueños se entrelazan con la realidad”, dijo. “Pero ten cuidado, querida Elena, pues el camino está plagado de peligros”.
Elena decidió emprender la búsqueda del tesoro. Siguió el sendero de hojas secas y escuchó el canto de los grillos. La cacofonía de sus pasos se mezclaba con el murmullo del arroyo cercano. Pronto, llegó a un claro donde las flores danzaban al ritmo del viento. Allí encontró una puerta de madera tallada con extraños símbolos.
Al cruzar la puerta, Elena se encontró en un mundo de colores imposibles. El cielo era de un azul profundo, y las nubes parecían algodones de azúcar. Los árboles eran gigantes que susurraban eufemismos al oído: “Somos los guardianes de los secretos”, decían. “Nuestros troncos son cofres de historias olvidadas”.
Elena continuó su búsqueda y llegó a un lago de aguas cristalinas. Allí, vio su reflejo y notó que sus ojos eran dos luceros brillantes. “Soy un verso sin rima”, pensó. “Una metáfora en busca de significado”. Se sumergió en el lago y sintió cómo su piel se convertía en notas musicales.
El camino se bifurcó, y Elena eligió el sendero de las mariposas. Ellas danzaban en el aire, sus alas rozando su piel. “Somos la sinestesia de los sueños”, le dijeron. “Podemos ver los colores de las palabras y oler los recuerdos”. Elena sonrió y siguió adelante.
Finalmente, llegó al corazón del bosque. Allí, encontró un cofre de madera tallado con los mismos símbolos de la puerta. Al abrirlo, una luz cegadora la envolvió. Dentro del cofre, halló un espejo que reflejaba su alma. “Eres la poesía que buscas”, susurró Silvio, quien apareció a su lado.
Elena entendió entonces que el tesoro no era oro ni joyas, sino la magia de las palabras y la música de los suspiros. Desde aquel día, ella se convirtió en la guardiana del Bosque de los Suspiros, donde los sueños y la realidad se entrelazan en una danza eterna.
OPINIONES Y COMENTARIOS