Yo tenía apenas diez u once años. Desde esa época fumaba cigarrillo; lo hacía por sentirme bien, como por desahogarme en momentos en que no era capaz de hablar con nadie. Ya estaba muy atrasado en el colegio, pero cursé bien primero de bachillerato, luego hay algo de lo que me arrepiento mucho, y es que empecé a molestar mucho a las profesoras, a interrumpirlas, a sacarles la piedra y las profesoras a ponerme castigos, a suspenderme, a mandarme a trapear y, sobre todo, a decirme bruto. Recuerdo una que después de que yo me burlaba de ella o decía algo para hacer reír al salón, ella empezaba: “No vayan a ser tan brutos como Sneider, que cree que para agradar con un chistecito le basta, esperemos a ver, el bobito de los mandados o un desempleado más… O el peladito que no duró mucho”. Yo me quedaba mirándole la cara porque es la primera vez que yo veía que alguien me decía que me podían matar por no hacer caso, y lo que me… no tanto me dolía, me sorprendía, es que ella no hacía cara de pesar. Me pregunto: ¿eso será inteligencia? Pa’ qué, pero mera labia la de la vieja. Los otros eran más sutiles, incluso un cucho, pero por ahí andaba el tema de que me veían bruto. Decían que era una perdedera de tiempo conmigo, que yo no quería aprender, que me veían y les daba pesar, que todo había que explicármelo mil veces; cosa que es mentira, nadie me explicó nada más de dos veces, casi siempre ya muy enfurruscados en la segunda explicación. Al momento de ser capturado y de empezar la condena, me habían regalado segundo y tercero; sí me pusieron a perder, con humillación incluida, cuarto, diciéndole a mi mamá que era mejor que me sacara de estudiar.
En mi primer pueblo o mi pueblo, primero fue el fútbol, luego las motos. Ya desde los once, uno de los riquitos del pueblo me soltaba la moto, el otro traía la moto de su abuelo, que ya estaba como viejito y no era capaz de meterle mucha autoridad. Yo tenía una bicicleta viejita y ellos también tenían bicicleta, entonces primero cogíamos lomas para bajarlas a toda y a veces nos pegábamos meros raspones, pero siempre era risa, ¡créalo! El vacío adentro, el pálpito, la adrenalina, con viento, con friíto. Pero yo no me acuerdo en qué momento le regalaron la moto al riquito, y luego el otro como por no quedarse atrás, cada vez más llegaba con la moto y no con la bici. Entonces poco a poco me la empezaron a soltar y el parche era como dar una vuelta, pero rápido; encontrábamos lugares para picarlas, que tuvieran curvas tesas, donde alcanzáramos a subirle bastante la velocidad. Yo tengo recuerdos como de la aguja de la velocidad a reventar, así que uno la ve temblando en el límite.
El siguiente dolor de cabeza para mi mamá fue que me accidenté, yo creo que me quedé chiquito por tantos huesos rotos. Iba tan rápido, tan rápido que no solo me comí la curva, sino que me salí del mundo. Obviamente, dos días inconsciente y dos meses hospitalizado, y mi mamá haciendo toda clase de esfuerzo para pagar mis cuidados médicos. Ahí fue cuando entré en razón, y en el desespero de los días me concentré en otros pacientes, sin saber que me estaba concentrando en la muerte: lo primero que me impresionó es un pelado accidentado como yo, y toda la discusión de si perdía la pierna o no. Primero su cara pálida, luego su llanto, llanto con rabia; finalmente, el olor. Se demoraron mucho, y se murió después de que le serrucharon la pierna. Un accidente como el mío, en moto, pero yo no me imagino como él, con los labios tan resecos y la piel tan amarilla.
El segundo me impresionó más, yo ya tenía doce o trece, usted juzgue y haga cuentas, pero ese pelado que estaba ahí era solo un niño que estaba jugando, más de nueve no tenía, y se había tragado una moneda. Oiga, la plata tiene que tener su pecado, porque no fue por ahogo, fue por envenenamiento que ese pelado se murió. ¿Yo sabe qué me sueño? Vivir sin plata, que me den un trabajo donde me den las tres comidas, un uniforme y un cuarto con una cama pequeña pero limpia, que yo le pueda poner otra sábana, mientras pongo a remojar una. La plata es para problemas; envenena, porque mientras más haya, menos alcanza. Esa sí fue la muerte tipo querubín. Yo no lo vi llorando, ni quejarse, hasta bien bonitico el peladito, bien cuidado, porque flaco no estaba, con el pelito así largo y paradito. Yo no le vi ningún cambio de color, pero como yo cuento la historia, se debe imaginar un poco morado, pero solo la última hora, morado, durmiendo y sonriendo.
Así partió Jaimito, morado. Santiago sí, qué pesar, amarillo y con labios crema y rosados, pero rosados mal. Hay muchos tipos de rosado. Un color tan bonito está en cosas tiernas y para infecciones. Yo recuerdo de esa época muchas divisiones en cortinas de plástico, casi siempre a donde miraba era esa pared ligera, pero que lograba aburrir. Así como uno se aburre de no ver, uno quisiera que los olores fueran más aburridos porque uno olía a infecciones, a podrido, a caca, a orina, a sangre, a cosas amargas picantes y cosas amargas más secas, a químicos como más pecuecudos, como salados o como con cloro. Aunque había una ventana chiquita por donde lograba ver unas tórtolas en unos cables de luz, si jalaba un poquito mi cortina de plástico, y hasta me les pillé sus amoríos; me volví bueno en conocerle la vida a las tórtolas. Yo salí de ahí y quedé con mis achaques, pero salí para continuar la historia.
Ya cuando salí, no era lo mismo con esos pelados, habíamos perdido la costumbre en esos dos meses de hospital y otros dos meses en que casi no me moví de la casa. Ya poco a poco fui consiguiendo otro tipo de amigos que no sirvieron mucho tampoco, fueron los que me dieron a probar la mariguana. Eso para mí fue oro. Porque el cigarrillo, en un primer momento, lo que hace es embombarlo a uno, la mariguana es más fuerte, es salirse por completo de la rutina. Es un vuelo en primera fila. A usted se le olvidan los problemas por completo, pero trae otros problemas: si usted no se controla y por andar jodiendo por ahí, se va a buscar otros problemas más malucos. Yo en el momento no me importaba nada; mariguana, mariguana, mariguana, todo momento: si iba a comer, mariguana; si iba a salir, mariguana; si iba a hacer algo, mariguana. No era mariguana, mariguana, porque le echaban muchos líquidos.
Para lo único que quería conseguir plata era mariguana; no me importaba si mi familia estaba bien o no, si tenía hambre y yo les robaba. Pero todavía en esa época, no le saqué plata a nadie diferente a mi mamá y a una hermana grande, de distinto papá, que llegó de visita. Para mí era como si a todos les sobrara, menos a mí, pero eso no es así: si las personas tienen algo es porque lo necesitan. Me pasaron un video de yo intentándome matar, me iba a tirar de mero morro. Yo me creía Batman, invisible, que andaba por las paredes, que volaba. Estuve en centros de rehabilitación, pero yo me sentía en una cárcel. Aprendí a punta de golpes. Eso me cogió ventaja muy rápido, yo ahora que me pongo a hacer cuentas, fue cuestión de dos o tres meses, pero yo a veces siento que fue dos años. Mi mamá me iba a meter otra vez a un internado, pero yo le dije que prefería estar muerto que encerrado. Entonces mi mamá me metió a un cuarto y me llevaba la comida, y a los días empecé a salir solo con ella y luego solo una o dos veces por semana. Esos dos primeros días fueron lo peor, porque sin consumir y sin ver luz ni nada, eso fue cosa de locos.
Yo en esa época no era malo, aunque alguna gente dice que los mariguaneros son malos, pero pa’ mi diosito que yo nunca volví a ser mariguanero en forma mucho tiempo, mejor así. Le voy a decir, en ciertos lugares, la mejor manera de no volverse mariguanero es recibir, darle la pitada más pequeña posible, cambiar de sitio y no retacar mucho. Cuando pidan plata para la mariguana, dar apenas cien pesos, entonces te la empiezan a montar por tacaño, pero suave. Lo otro ya es que te saquen del todo, ¿sabe por qué?, porque los hace sentir mal, los hace caer en cuenta de lo mariguaneros que son. Eso de agradar o de poder encajar en un grupo es muy pesado cuando uno es chinga, a mí me costó mucho darme cuenta lo bobo que puede ser, aunque es que uno se aburre mucho y se achanta sin amigos, ya luego uno más grandecito, cada uno en lo suyo. Ya casi lo voy logrando, eso de que uno no se preocupe tanto por agradar.
Yo estaba y no estaba con los mismos pelados que me habían enseñado la mariguana; algunos, los más grandes ya no estaban, se habían ido o estaban camellando, quién sabe en qué, pero eso es un tumulto de gente, entonces se van haciendo parches adentro de los parches, a simple vista uno dice qué montón de gente junta, pero no, para prestarse una candela de pronto, pero usted mira y hay cincuenta centímetros entre estos dos, pero cada uno está a veinte centímetros, y usted pone sus dos metros de distancia porque esos de allí están como calientes o se ponen muy locos. Uno se empieza a ubicar por paredes, ramas, árboles y hasta por escaleras. A veces llega uno muy loco y se hace debajo de la rama que no es, y varios lo miran asombrado y hasta alguien interrumpe la conversación porque no es para él. Se corrige rápido y nadie dice nada. Yo me empecé a hacer más con los que hablaban de fútbol, porque los que yo les digo solo hablaban de mariguana, y si uno no siembra, y solo hay un vendedor con la misma yerba, qué es lo que uno tanto habla, qué bobada.
Era fácil ubicarlos porque eran como los más alejados, los que se hacían en una curvita de la cancha que hacían como un morro. Ahí nos apeñuscábamos tanto, que uno o dos se tenían que hacer en otro morro más arriba, pero ahí nos acomodábamos para escucharnos todos. Yo quiero que me imaginen en el pueblito, que no es ningún pueblo cualquiera, es gris, porque yo luego estuve en un pueblo cremita y naranja pálido, es raro que las paredes se puedan poner de acuerdo con el clima así, porque el pueblo es neblinudo, pero tiene como casas o construcciones grandes, que dan la curva, no edificios como los de Medellín, pero construcciones que parecen tener la curva, abarcar toda una esquina y más. Era bonito cuando el cielo estaba azul; en las tantas tardes lluviosas no, porque ya todo era muy gris. Entonces yo me empecé a afiebrar mucho con el fútbol, raro, ya no me gusta, el fútbol no tiene la culpa, pero era raro que me apasionara tanto y ya no.
Hay dos tipos de persona afiebrada por el fútbol, y normalmente el que es una cosa no es lo otro, o si es bueno para una no es bueno para la otra: hinchas y jugadores. Antes les dije que me descolgaba en bicis y manejaba moto muy niño, yo creo que yo soy una de las personas más jóvenes que de verdad aceleró a fondo una moto. Pero antes de eso, niño, ocho, nueve, diez, jugué en la época en que todos juegan y todavía no le dan importancia a ser tronco. Ya en esta parte de mi historia era hincha. Yo tenía una cojera que solo yo notaba, me las ingeniaba para no caminar como cojo, pero yo sentía el traqueteo a cada paso y un desnivel. Aprendí a alzar más un hombro para que no se me notara y a caminar como si estuviera cansado. Yo no sé si alguien ahí, el que tenía por ahí quince, entendía cómo de importante eran las broncas, pero yo y los dos más cercanos a mí estábamos muy concentrados en las banderas, los trapos, los letreros.
La tía de uno y mi mamá no nos paraban muchas bolas con los encargos, pero la mamita de otro sí, y un día nos pusimos a lavar una camioneta y le dimos plata a mi mamá para que nos organizara una bandera, no era muy grande, pero era la nuestra. Al rato fue que caí en la cuenta de que en Antioquia hay dos equipos, y había otros pelados, a uno lo conocía mucho porque era vecino, que era hincha del otro equipo, ahí fue que nos empezó el más grande a indisponer y hacerme caer en la cuenta de que no se podía escoger equipo así no más, había unos equivocados con la escogencia de equipos. Entonces a esperar sobre todo un clásico para sacarle la piedra a los otros: todo eso va de insultos, de careos y le digo que medio manoteábamos con los de la otra barra y ahí hacíamos cuentas de qué tantos éramos, entonces algún grupito salía corriendo, pero a los treinta pasos alguno medio se devolvía, y gritaba: “¡Qué va, gonorreas! ¡Locas!”. Nos salvaba que no había ningún grande en esos grupitos, en esas barras. Yo creo que el más grande de nosotros calculaba molestar al grupo de los chingas, los cachorros, como nosotros. No solo el más grande de nosotros, sino también otro tenía la iniciativa de hablar con grandes de otro grupo de barristas para que los llevaran a Medellín, pero a mí no me daba.
Yo nunca he sido de comer mucho, la comida no es así lo que más me motive, pero en esa época y en la casa había poquita comida. Comer tres veces y tantas veces, solo desde que estoy pagando condena. Yo no sé cómo habrá sido de bebé, pero el hambre siempre ha estado ahí, como una segunda sombra o un familiar más: “Buenos días, hambre”, “Buenas noches, hambre”, y a pensar en otra cosa. Pensando en tanto profesor que me dijo bruto, les voy a dar la razón en una cosa: yo no he sido bruto así mucho como de ser impulsivo, pero uno aprende a no pensar mucho porque pensar da pesar.
Igual así y todo, nos echaron. Los paracos siempre dicen última oportunidad, y mentira que no es la última, es la única sentencia, condena fresca. Yo no sé si se enredan con las cuentas, y no saben contar sino hasta uno, o de cero a último, y hasta les gusta matar, pero ese día llegó a la cancha donde nos hacíamos arrinconados, porque otros más grandes tenían el balón, los arcos, las graderías. Nosotros nos hacíamos en un morrito junto a la cancha y ahí bajábamos cuando los grandes se distraían o no habían llegado, porque siempre se fueron más tarde que nosotros, hasta de madrugada. Casi siempre jugábamos ahí con una tapita, cuando ellos llegaban tarde. Ese día no estaban los grandes y habíamos poquitos, y solo llegó uno con la noticia: “Nos quieren matar o hacer ir”. Con catorce años no había modo de que nos supiéramos explicar bien, pero no hubo necesidad, no hay tiempo pa’ pensar, el pesar se lo come todo y piensa por uno, pero afuera del cuerpo, porque no hay tiempo ni pa’ alzar una ceja, abrir la boca, solo para apretar los dientes y correr. Lo que no dijo es que lo estuvieron correteando.
Cómo se dobla una persona cuando se muere, un peladito, aunque yo en esa época no lo veía como peladito, pero doblar así el cuello, uno no alcanza a entender que la imagen de una rama de tiras de vidrio o de alambre rojo a mil por hora es la imagen de la muerte, de la sangre caliente dejando un pelado. Les voy a explicar algo de la muerte, porque yo no es que sea un experto, pero luego me di cuenta de que hay gente que nunca en toda su vida ve un muerto y menos un chulo, muerto por homicidio. Yo no me las doy de caliente, ni de asesino, no quisiera haber sido asesino, fui asesino dos días, ya no más, muchos años sin serlo. No lo voy a ser. Pero la muerte… Creo que eso se estudia en criminalística, pero yo lo aprendí de pura inspiración… la muerte son tres: los accidentes, las enfermedades y los asesinatos. Hasta ahí normal.
Lo que yo entendí es que a veces las enfermedades imitan a los accidentes, gente que se pone pálida en dos semanas y en menos de un mes se muere, sobre todo con los jóvenes, hay enfermedades que es como si un tren les pasara por encima y los accidentes y los homicidios se parecen en lo azaroso, lo absurdo, todo el mundo queriendo devolver el tiempo, haber estado en otro lugar, sobre todo las cuchas ser el chaleco antibalas o colchón de los hijos, pero sabe la diferencia siempre del accidente y del homicidio, un rostro, así haya un cucho que atropella a un pelado, el rostro no va, no importa si iba rápido, imprudente, distraído o borracho, el rostro se lo come el gesto de sorpresa, y “Ay, qué cagada”, pero con el asesino hay puro rostro y nada de gesto porque es rostro de piedra, la ausencia de emoción vuelta rostro, porque la crueldad no es emoción es pura maquinación, pura frialdad, lo contrario a la emoción.
Luego ese cuello de ese pelado que nunca me le aprendí el nombre doblándose como no se doblan los cuellos, tan impresionante, como si ya el cuello no quisiera nunca más sostener la cabeza y el cuerpo no se cae, sino que se derrite, ni rápido ni lento, pa’ abajo, nada de ladearse en otra dirección distinta a la que va la violencia y el mundo, lo único ladeado es el cuello. Yo le he dado muchas vueltas a ese momento en mis pesadillas, en las películas no muestran eso, no creo que sea por el presupuesto, sino porque los actores y el director no se la creen, hay como una realidad que no llega ni a cine, ni a conversaciones porque la gente no se la cree, siempre para que a uno le crean toca hablar con un poquito de ficción, esa ficción es como el “avioncito” para que los niños se coman la sopa.
Sí alcanzamos a escuchar la moto, pero un segundo antes, como si la hubiera traído apagada hasta muy arriba, y ahí la prendieron, pero ruido de moto, no azaraba porque no estábamos en una vía, sin embargo subieron mucho la moto y taz, el primer disparo efectivo; el segundo le dio en la nalga al que tenía más cerquita, a Maicol, Maicol fue, yo creo, en lo que la memoria me da, el primer amigo mío, creo que no le interesaba tanto el fútbol, sino la música, tenía gafas, por eso no le decíamos nada cuando no era el que más tropeleaba, se quedaba un centímetro atrás, diciendo cosas, ni insultar le gustaba. A él se la montaban un poquito, yo me siento mal porque a veces me reía, pero nunca empezaba la montadera. Éramos los callados del grupo, pero a mí no me la montaban. Seguro lo remataron. No oí más disparos, no sé por qué, seguro para hacer la cacería más entretenida.
El pelado que vi matar y Maicol se volvieron en uno solo en mis pesadillas, porque en las pesadillas yo me di cuenta o me inventé que a Maicol lo remataron con un tiro en el cuello. Salimos corriendo dos, afortunadamente no me tocó pensar, porque el otro pelado, del que me acuerdo poco, pero era bueno para correr y era moreno, no moreno afro, sino como de indio, y sí corría ese berriondo. Entonces él llegó rápido a una trocha y de la trocha a trochas más chiquitas, y a las dos horas de estar corriendo yo no aguantaba más y él se iba alejando, entendí que no estábamos corriendo juntos, el grupo no aguantaba tanto. Yo me imagino que corrió hasta llegar al mar y en el mar iba salpicando agüita, pero apenas tocaba los pies con la superficie, y de ahí llegó a un país con mucha arena, pero bonito, de esos cuchos ricos con turbante, uno de esos cuchos lo adoptó por teso, por tener la piel y los ojos bonitos y poder llamarlo hijo. Bacano que alguien se salve, que alguien se vuele.
Yo empecé a caminar despacio, no muy despacio, pero sí mirando pa’ atrás mucho rato y se empezó a oscurecer, no de una, digamos que en una hora. Pensaba en parar, no tenía ni idea de qué hacer, pero el instinto de supervivencia me decía que me moviera, y que intentara hacer para adelante, no irme a perder y empezar a devolverme. Llegué a una casa deshabitada, sin vidrios, la puerta casi rota, enredaderas saliendo y entrando, secas y vivas. Todo volviendo a ser color madera, pero algunos manchones magenta, en ese momento no sabía que era magenta, uno encerrado y con internet estudia muchas cosas. Ese reto de los colores fue bueno. ¿Cómo va a ser uno tan bruto de solo venírsele a la cabeza siete colores? ¿Usted sabe que hay mucha diferencia entre magenta y violeta, entre rosado y lila? Yo decía que blanco, negro, gris, café y ocre no eran colores, aunque yo no le decía “ocre”, ahora lo que expreso es que son colores descoloridos, como el café descafeinado.
Lo que más me gusta es la frontera de los colores, cuando un color empieza a ser otro. Estos manes que nos iban a matar solo miraban en dos colores, la expresión que se entiende es en blanco y negro, pero ven en color moneda y color sangre, digamos para que anoten por ahí, en rojo y verde. Como los equipos, pero eso es otra vuelta. Aunque llevan uniformes la gente con la que no se puede hablar. Yo ni siquiera le he visto la boca a los asesinos, tenían casco. Cuando yo me vuelva asesino, más adelante en el relato, pero ahora desde donde narro es pasado, sí me voy a recordar con boca, porque recordarse sin boca es muy difícil, ¿pero sabe qué no tenía yo tampoco cuando me volví asesino o me vuelva en el relato?: lengua. La lengua lleva hasta un remolino de vientos donde se amarra, que es como el alma, porque si uno no tiene nada para decir, no dice nada, y la lengua solo cuelga. Yo ya no soy asesino, fui asesino por dos días, matando a uno, yo sé que para la familia de él voy a ser asesino toda la vida, incluso muchas vidas.
La casa olía maluquito, pero no desesperante. Yo me acosté en esa casa, mejor que haya empezado a llover, ya no había nada pa’ ver por la ventana, cero luz, cero fuego. Mi papito hubiera hecho fuego, yo no, ni se me ocurrió. Mi papito murió cuando yo tenía seis años, no era fácil esa época, pero era un poco mejor; aunque por ahí de dos, pero yo no me acuerdo, tocó salir corriendo de otro pueblo. Oriente, norte, luego un centro bajo, más adelante, cuando me volví asesino sin tocarme. Una forma de llegar a la ciudad es una condena. Aunque en Medellín y todo lo que es Bello, Copacabana, Itagüí, llega todo lo que se desecha en pueblos.
Que frío tan hijueputa, la única es hacerse semilla, como un bebé en la barriga, pero qué barriga va a ser esta. La chaqueta se vuelve en otra piel de la noche enemiga, la chaqueta hecha neblina. El frío y la lluvia me hizo dejar de pensar en el mal olor. Yo les juro que yo soñé con una bruja, puede que influenciado por Hansel y Gretel, aunque a mí nadie me leyó cuentos y en el colegio y en la escuelita, si había libros, yo no les paré bolas. El caso es que yo estaba en una olla, recuerdo la vergüenza por estar empelota frente a una vieja que no fuera mi mamita, y no una viejita linda, como mi mamita, si no una vieja de esas feas, que solo están para chisme y no para ser abuelitas o una tía de esas que cuidan a los sobrinos. Me decía que mucho hueso, mucho pellejo y poca carne, musculitos, pero que mejor picarme y cocinarme para darme a los marranos, que era pa’ lo único que podía servir. “Mucho hueso, hueso, hueso, hueso, pelado, mucho hueso, hueso de pelado, hueso pelado”.
Todos saben que los sueños no tienen mucho sentido, pero yo me aferré a ese al despertar porque no tenía nada en que distraerme. Creo que, con ese sueño, logré adivinar algo que pasaba en esa casa: me desperté y los primeros rayos de luz, esos que todavía son lila, y el susto tan hijueputa: un gato muerto, muerto mal, como si le hubieran abierto la quijada, muy poca piel, pero fue como si los animales no se lo hubieran querido comer. Desde donde yo estaba no le podía ver los ojos, pero sí esa quijada abierta. Una estrella pintada en el piso como con ladrillo y del mismo color naranja tres palabras en otro idioma. Ahí siento que me empecé a enfermar, me subió la fiebre, a las dos horas estaba tosiendo. Yo creo que, aunque ya había pasado por una hospitalización, esas fueron las horas más desesperantes en mi vida. Yo me dediqué a mirar por la ventana, tratando de enfocar lo más lejos posible para ver antes de que me vieran.
Mejor salí de esa casa, me daba miedo que volvieran los locos que habían matado el gato, una secta, una bruja, o una mezcla de todo. Una horita o dos de sol, me dio un poquitico de salud. Tenía que caminar pa’ más lejos y encontré una montañita desde donde divisar si venía alguien, ya no solo los pelados de la vuelta que nos querían muertos y desplazados, sino lo que llegaba a esa casa endemoniada. Afortunadamente, no llovió, pero igual frío, frío y frío. Tenía un plan, tenía que estar del todo oscuro y contar cuatro horas, yo no tenía reloj ni nada, pero tenía que calcular de alguna manera: un currucutú, cada treinta segundos, contar ciento veinte currucutúes, cuando iba en trece, el currucutú se cansó; me tocó ponerle cuidado a una gotera, eso no me dio ni media hora, entonces ya lo otro tocó a ojo, tratar de hacer una siesta, luego otra y luego otra, imposible que ahí no fuera. Era que ya estuvieran guardados los paracos esos o que estuvieran muy enfiestados. Sí calculé bien porque cuando llegué a donde mi mamá, estaba amaneciendo, una hora antes, ya había escuchado el gallo. Mi mamá parece que no había pegado el ojo, porque me abrió la puerta sin tan siquiera tocar.
“Métase, mijo. ¿Usted dónde estaba? ¿Cómo se le ocurre andar por ahí? Siquiera no me lo mataron”. Con esa forma que tienen de hablar las cuchas, como un televisor cuando no tiene antena, pasito pero rápido y golpeado, es una forma de gritar para que solo el hijo escuche el regaño, para no despertar a nadie más. También en esa oportunidad ella se respondió todas las preguntas. Ahí me agarró duro para entrar. Estaba mareado del hambre, me comí una arepa fría que estaba sobre una parrilla. Al minuto también me empacó medio salchichón, un huevo duro y una arepa; la ropa, en una tulita de flores que era de ella y me volvió a jalar pa’ afuera. Salimos pa’l paradero de buses. Allá en esa calle, al lado del bus, estaban esos paracos, yo creo que hasta el que le disparó a ese pelado en el cuello y también a Maicol, me acuerdo por una camiseta de un equipo de básquet. Los que se dejaban ver eran jóvenes, yo me acuerdo de que no tenían barba ni nada, pero yo que soy bajito los recordaba muy altos, como si desde muy arriba lo pudieran matar a uno, clavarlo en el suelo, dándole en la cabeza hasta que uno se desastille.
Ellos me miran a mí y a mí mamá, como con esa sonrisa peye, que es de aguantarse la risa, pero tratando de ser muy serios. Finalmente, como quien no quiere la cosa, como si se les fuera a pasar, caminan hacia el bus, uno frente a la puerta y otro al lado y otro no se mueve, pero se dispone, atento, listo; yo me siento como un bebé, sin darme cuenta, me quedo atrás de mi mamá, entonces el que está al lado se me cruza más en la puerta del bus, me mira, pero finalmente le habla a mi mamá, está claro que es el jefe:
—Doña, nosotros necesitamos hablar con su hijo, él no puede viajar.
—Pero ustedes no decían que tenía que irse, que sino no respondían, ahí tiene, se les va a dar gusto.
—Pero antes nos tiene que responder por unas cosas… Responder unas preguntas. Es que se han perdido muchas cosas en el pueblo, hasta motos, ¿sí me entiende?
—Pero mi hijo no es ningún ladrón.
—Eso dice usted, es que ante los ojos de una madre ningún hijo es malo.
—Vea, yo tengo poquita plata, pero coja la plata que yo tengo… Dios mío… —Mi mamá dice eso, como con ese desconsuelo, como… ¿cuál es el signo de puntuación para la agonía? Un signo lo opuesto a la admiración, signos de decepción. ¿Serían los puntos suspensivos? ¿Cuántos? Mi mamá dice eso con un cansancio infinito. Las cuchas como mi mamá siempre andan pagando, yo veía a mi mamá cobrando cada tanto, cada diez, cuarenta días, pero todos los días pagando. Los pagadores eran esquivos, casi invisibles, hechos de agua o neblina, pero los cobradores de piedra, presentes, siempre ahí, más que puntuales, adelantados, sirirí. Ser de pueblo o de barrio es mantenerse pagando a diario, haya o no haya.
Yo me monté al bus y veía a esos manes por la ventanilla contando los tres billeticos de mi mamá. La cucha de puro cansancio se fue despacito sin mirar atrás. Pero se paró por allá adelante, como a llorar y a esperar que el bus sí arrancara y estos gamines no me bajaran. Lloraba poquito, recta, como para que las lágrimas se devolvieran, pero lloraba con palidez.
En las películas, alguien viaja y tiene la ilusión de un nuevo comienzo, pero para uno en la vida real, uno ya sabe que en Colombia cada viaje, siempre después de algún güiro o bronca, es para peor y cada vez más expuesto y más cerquita la siguiente amenaza, el siguiente atentado. Yo me acuerdo de que no tenía ganas de ver por la ventana, más bien me comí todo lo que mi mamá me había empacado, me lo zampé de una, todo como en dos mordiscos, el primero me quitó el hambre y el segundo fue por no guardar nada. Desde ese momento comprendí que no había mañana, solo hoy. Yo sentía que era pura suerte, y una suerte con la que yo no tenía nada que ver, que no me mataran en la mitad del viaje, apenas me bajara, mañana.
Pensaba y sentía era como derrumbes, todas esas montañas cayendo sobre el bus y el bus lleno de metales, tuercas, latas, todo vuelto cuchillas, vuelto también derrumbe, cayendo sobre mí. Para mucha gente hay aire, hay viento, hay estrellas, pero yo sé que entre las nubes y yo, entre las estrellas y yo, hay puro conspire. Uno ya no se asfixia por la falta de aire o vacío, porque si no hay mañana, uno solo bota aire y no traga. Igual sucede con la saliva, ya se me quita la sed, no voy a volver a tomar agua, pero igual necesito escupir para irme quitando el sabor de este mundo. Es la sensación de que todo se le puede venir a uno encima, siempre, aplastando. También la sensación de que todo tiene que salir de uno, nada entrar, ir sacándolo todo para por fin despedirse de este mundo, uno lo que quiere es estar separado del mundo. Por eso yo creo que empecé a toser y a toser y a toser y a moquear. Todavía más adelante muchas veces me iba a dar pena, me iba a sentir achantado, pero todo el mundo me miraba feo y a mí no me importaba. Será que me van a matar así, cuatro cuchas y cinco cuchos que me están mirando feo por esparcir gérmenes. ¿A mí qué? Si me matan ya, en una hora o en un año: me da igual.
Antes de contar a dónde llegar, yo sí pensé mucho en todo lo que me estaba pasando: yo no tengo perdón de dios por hacer sufrir a mi mamá, con todo lo de los vicios míos y por no llegar a veces sino hasta el otro día. Desvelarla, arrugarla, agotarla. Pero yo hasta ese momento no había robado ni matado, ¿sí me entiende? Es que ni siquiera había tenido un cuchillo.
Llegué fue a un pueblo peor, el clima muy distinto, yo estaba acostumbrado al frío y eso era un infierno. Me acuerdo porque cuando llegué a donde mi tío, que ni me saludó, y yo no sé por qué me quedé una hora ahí en el paradero de buses, porque si no me hubiera pegado tremenda perdida. Hay que reconocerle al cucho que me recogió en una moto y me llevó a su rancho y me entregó una sábana. Es de esos cuchos que pueden pasar toda la vida callados, debajo de su bigote, pero no callados en tranquilidad, sino como si tuvieran un rencor o estuvieran a punto de emputarse. Ahí llegando a su casa, un rancho ahí medio perdido en un morro, me encontré con Cachafas, el perro de mi tío. Mi tío ni lo tocaba. Nos miramos, sonrió como sonríen los perros, yo también sonreí y se quedó voleando la cola y yo a sobarlo en la cabeza, detrás de las orejas y en el pecho.
Yo no sabía bien cómo era lo del baño, y dónde estaba la ducha, pero no fui capaz de preguntar, a todas esas llevaba un rato sin bañarme y estaba oliendo maluco. Esa noche fue más bien maluca, tosí mucho, pero de un momento a otro rebobiné, se me quitó el cansancio y dejé de pensar en la tos, porque me dio miedo, miedo de que me espantara Maicol. Llamé a Cachafas. Cachafas durmió conmigo, se desvelaba sabiendo que yo estaba desvelado. Yo creí que me había levantado temprano porque todavía hacía frío, pero ese cucho ya no estaba. Me levanté con muchos mocos, mucha escupidera, pero me animó Cachafas, que estaba amarrado pero con una cuerda larga. Encontré una lata ahí amarrada y un pedazo de manguera alta y me duché con un chorro que no salía rápido, pero sí lo suficientemente grueso como para bañarme. Mi mamá me había empacado cepillo de dientes, pero no encontré crema. Me vestí y empecé a caminar, pero qué camino más bravo y más empinado, eso no hizo sino alborotarme más el hambre. Yo me devolví como a la hora y vi unas yucas ahí en un atado, pero yo no sabía ni por dónde empezar a preparar una yuca donde mi tío, y maluco porque hubiera sido mi primer robo. Me puse más bien fue a jugar con una cabuya con Cachafas, los perros lo miran como si supieran toda la historia de uno, pero no les importara ni el presente, ni el destino de uno.
Mi tío llegó como a las dos de la tarde y me dio un tamal, ya por la noche me enseñó dónde guardaba la panela y el pan. Esa noche llovió y aunque frío, frío no hacía, mermó el calor, entonces dormí abrazado con Cachafas, mi mamá nunca ha sido de abrazos, entonces yo no imaginaba que mi primer abrazo, y casi que el único iba a ser de un perro, y ustedes creen que no, que los perros no abrazan, porque no tienen los brazos así para eso, o las manos, pero el perro se queda quieto y hasta se pega más, y ese es un abrazo igual de chimba que cualquiera. Al otro día, yo creyendo que estaba en confianza, le dije a mi tío:
—Tío, usted no tendrá por ahí unos huevitos para que nos preparemos.
Simplemente me miró feo, y al rato me dijo, vamos a trabajar. Yo no supe trabajar el campo, eso que ya estaba un poco mejor de la gripa. El que estaba muy viejo para aprender, no era yo, sino él: muy viejo para enseñar y, sobre todo, para tener paciencia. Ese día sí estuve desesperado del calor entre las doce y las tres. Eso no había una sombra, todos esos árboles más pelados que un horrible. Ya al otro día no me volvió a llevar y yo me fui y caminé más, hasta que encontré una medio carretera y un volquetero me paró, le dije el nombre de mi tío, y como me preguntó si iba para el pueblo, me llevó.
Allá la mayoría de la gente como si fuera invisible, uno se da cuenta porque un man más o menos joven casi me pasa por encima, le toca a uno esquivar gente y todo. Uno que otro miraba feo, yo me busqué como una loma porque quería buscar como un mirador, un lugar donde mirar y que no me miraran. Yo supe que estaba llegando por el olor, el olor a mariguana, eso era como detrás de una huertica de unos viejitos que eran los únicos que vivían en esa loma.
Tres pelados flacos, uno muy alto, otro más o menos con el bareto en la mano, y se me dejaron venir y cuando iba a responder, ya me había dado el grande, con el puño cerrado, un cimbronazo en la oreja. Yo empecé a irme rápido, y me alcanzó a conectar una patada en la tibia. Me dejó cojo dos días ese hijueputa. Más cojo, o cojo visible, pero esa era una cojera temporal.
—Qué va hombre gonorrea, ¿cuál es el visaje? Por aquí nada se le perdió.
Volví a donde mi tío como pude, llegué muy tarde, ahí sí habló, me dijo que él vagos “no iba a acolitar”, que me daba posada ocho días y que tenía que llegar antes de las ocho. Ocho ocho.
—Ya dijo —le respondí, aunque ni sabía, ni sé qué es acolitar, pero se entendía.
Esa noche sí me acordé del sueño con Maicol. Le dio a mi mente volverlo zombi y el lío en el sueño era taparle el roto en el cuello para que no se pudriera. Yo tenía toda la escena del otro pelado, pero con rostro de Maicol. Me desperté, y con miedo y todo busqué a Cachafas, que estaba afuera, seguro viendo el fantasma de Maicol. Ese berraco me persiguió hasta acá.
Al otro día le madrugué a ese mismo lugar. Nunca me volvió a recoger una volqueta tan rápido, esta vez la que me paró fue después de una hora caminando. Ya no menté más a mi tío.
Llegué a esa esquina en esa loma muy temprano, no eran ni las ocho y, como es lógico, no había nadie y a esa hora todavía el calor me dejaba pensar. No sé qué tanto explicar por qué fui, porque yo en ese momento no sabía, en ese momento lo único que pudiera responder es: por chimbiar. ¿Más explicación? Por joder la vida. Yo me acuerdo mucho de un reciclador del pueblo del que venía, que decía, y a mí me parecía, de niño, tan raro: “¿Regalado? hasta un puño”. Yo no me quería quedar por allá arriba, en esa vereda, y si iba a bajar al pueblo, en algún momento me iba a encontrar a esos pelados, mejor no andar con la zozobra.
Como a las once, yo calculo, porque al rato ya eran las doce, llegó uno de esos tres pelados, el que sostenía el bareto, no el que me pegó. Ese día le detallé el pelo, crespo, como un poquito de casco, de la misma estatura mía, bajito. Me levantó la cabeza en saludo y se parchó rápido ahí en un tronco y me dio la espalda. Yo estaba recostado en una pared que daba como a ese solar medio abandonado de esos cuchos.
—Todo bien —le dije yo, sonando buena gente, pero no lambón.
Por ahí al minuto me preguntó.
—Usted es primo de Jhonny.
—No, yo no tengo ningún primo Jhony.
—O amigo. —Yo sabía que era pregunta, pero no lo dijo como pregunta.
—Jhonny, Jhonny, no, yo conozco un Jhon, pero está lejos de acá.
—¿Usted conoce a Jhonny?
—No.
—¿Usted dónde vive? ¿Dónde quién llegó?
Le dije el nombre de la vereda y de mi tío.
—Ufff, yo hace como dos años fui por allá, pero era porque mi padrastro estaba recogiendo una cosecha de yuca por allá.
Prendió el bareto, le dio un plon muy largo y estiró la mano, yo sabía qué significaba y no lo iba a rechazar.
Le conté cosas, sin contarle mi calentura por allá, ni de Maicol, pero sí le conté de Cachafas y que era lo único bueno de llegar acá. Yo me puse un poco meloso, y le dije que esto también estaba medio bien, dije medio bien. Él me contó que su padrastro se había ido con la mamá de él para Medellín, porque ese cucho estaba alegando mucho con él o que, mejor dicho, él no se le quedaba callado, pero que seguía siendo su padrastro porque le mandaba cien o doscientos mil mensual.
—Tengo que decirle a mi cucha que me mande lo que pueda.
—Yo le digo cómo.
Se llamaba Briam. Era un pelado que hablaba pasito… Pero no lo pongamos en pasado: habla poquito pero dice todo, tiene más contenido que muchos, pero lo que es claro es que no se queda callado.
Como a la hora llegó el man que me pegó, Eliecer, estaba ya muy drogado, no tenía que verle los ojos, porque tenía gafas oscuras y tenía la camiseta amarrada al blujean como un trapo y tenis blancos. Miró a Briam y me señaló con la boca y movió los hombros, señal clara de preguntar por mí.
—Todo bien, Ele. No tiene nada que ver con Jhony.
—¿Le contaste?
—Todavía no.
Llegó otro, pero no el que estaba ayer, otro otro, como media cabeza más que yo. Para que no se pierdan, Briam y yo, bajitos, otro otro mediano, otro casi alto y Eliecer alto. Al mediano yo ya me le sé el nombre, pero en ese entonces no, entonces todavía no les voy a decir el nombre. El casi alto, el guardaespaldas de Eliecer, o la sombra, pero entonces el guardaespaldas, por lambón. A la sombra le toca, al guardaespaldas no.
—¿Usted tiene plata? —le dijo a Briam.
—Sí, pero no me la puedo gastar toda.
—¿Usted tiene plata? —le dijo al que llegó.
Sacó una moneda de 500 y se la entregó.
—Yo también voy a poner 500 —dijo Eliecer.
—¿Usted tiene plata? —me preguntó a mí, y sentí como que lo dijo con más autoridad. Este malparido me va a volver a pegar, pensé.
—No.
—¿Entonces usted pa’ qué sirve pues?
—En estos días me mandan plata.
—¿Es en serio?
—Sí.
—Vea, Andrés, vaya y compra un salchichón y bastantes papas y una premio litro y medio.
El guardaespaldas, que se llama Andrés, estiró la mano, y él le pasó dos monedas de 500.
—Deme cinco —le dijo a Briam.
—Dos —y le estiró un billete.
—No sea chapa, usted sabe que cuando yo tengo le doy.
—¿Ufff, pero eso cuándo ha sido? Una vez, si acaso.
—Hágale.
—No puedo.
—Pero entonces este parcerito no come.
—Dos mil es la parte mía y la de él… y sobra.
—Hágale pues.
—Mejor compre pan y agua —concluyó Briam; no lo dijo como orden, pero al guardaespaldas le tocó asumirla así.
Después del almuerzo, Briam dijo que tenía que ir a ayudarle a una tía con una rifa y que se veían en la nochecita. Briam me invitó. A Eliecer se le notaba mucho que no le gustaba la música, ningún tipo de música.
—¿Usted es cojo? —me preguntó Eliecer.
Había que ponerle número a mil boletas y salir a perifonear por todo el pueblo. La tía era como loca, vestida como con ropa muy vieja, el pelo largo como el de una bruja y se notaba que había tomado. Uno siempre veía un cunchito de guaro por ahí. Salimos pues como tres horas a recorrer el pueblo, él era el que decía: “Ya llegó la rifa, señora, señor, no pierda la oportunidad, qué número va a llevar”. Se rifaba una licuadora y un ventilador y yo me reía de la voz de locutor que ponía Briam, que normalmente hablaba pasito. La última media hora, me dijo que yo perifoneara, que él estaba seco, a mí me daba pena, pero me dio más pena no ayudarle, entonces empecé, como muy suave, muy lento: “La rifa, llega la rifa”, luego me volvió a repetir lo que él decía y yo repetí, pero los últimos diez minutos ya estábamos los dos cansados, entonces era puro: “La rifa, la rifa, la rifa, compre la boletica”.
Descargamos en la casa y volvimos al parche. Ya estaban dos con Eliecer, el del día anterior y el de ese día. Se quitó las gafas y los dos ojos eran dos pepas que no enfocaban nada, también la boca parecía que no perteneciera al cuerpo, uno no sabe si a la gente que está muy drogada le estorba la lengua o los dientes, pero la saliva ya es de otro mundo. El güiro con el tal Jhony era que se le había robado la novia. Yo no sé bien de eso, apenas ahora que tengo mujer es que estoy comprendiendo lo que son los celos, pero en esa época me parecía una pérdida de tiempo eso de andar sufriendo porque una no le paró bolas y está con otro. Si el man sabía que tenía novio, no debió haber gusaneado, sino esperar a que terminaran, pero si la pelada se aburrió, algunos podrían decir que un poquito brincona, pero ya perdió, a llorarla en un rincón oscuro y silencioso de la noche, sin chismosos.
Ese día escuchándole el rollo a Eliecer, nos trabamos, pero no mucho. A mí ya no me importaba volver a ser adicto, por lo que le digo de que ya solo era presente, un presente diminuto, donde uno no cabía, ni en una hora, todo el disfrute eran minutos, mientras taz, pasaba algo, el nuevo güiro. Yo lo sabía y nada malo me iba a volver a sorprender.
Esa noche ni me tuvieron que proponer, ni yo tuve que preguntar: me fui a vivir a la casa de Briam, más exactamente en su cuarto. Sin palabras. La colchoneta era vieja, con un parche café, pero se notaba que ya era algo muy viejo que no me podía ensuciar o enfermar. Esa noche todavía hubo energía para escuchar unas canciones, yo no las había detallado bien, eran corridos, música que para nada era de gomelitos, sino de gente de hacha y machete, sí me entiende, el descomplique total; entonces uno siente que están cantadas por gente que entiende la situación de uno, andar por ahí a la ley del monte. Briam me explicó que esa gente de verdad vivía eso, entonces ya yo le empecé a poner mucho cuidado a las letras y como una filosofía para no dejarse achantar de nada. Briam no cantaba, pero escuchaba.
Yo les tengo que decir que al otro día probé el sacol, porque era pa’ lo que me alcanzaba con la plata de Briam. Ese man Eliecer metía un poco de sacol, pero se mantenía era empepado. Por ahí póngale a los diez días mi mamá me empezó a mandar plata, la tranquilicé y le hablé lo mejor que pude de la tía de Briam. Allá no había mucha comida, pero la cucha no nos cobraba, ni fregaba la vida, entonces la plata que me mandó la gasté en crema de dientes que le ofrecí a Briam, que también se le había acabado y compré desodorante. Briam alcanzó a hacerme el chiste de que por fin ya no iba a oler a chucha. Luego el resto de la plata la gastaba en drogas, porque yo no era capaz ni con media cerveza, menos con aguardiente, me sabe muy maluco. Qué pecao de la cucha pensando que era pa’ comida. Si mi cucha me volviera a dar plata ahora, aunque ustedes no saben cuál ahora, sería para un plante, para mi negocio de entrenador canino. Aunque yo ya con dieciocho años no le voy a volver a pedir plata a la cucha.
A veces nos invitaban a cumpleaños o a quinces, fiestas así de cuadra, pero cuando íbamos de polizontes, se armaban peleas; ese Eliecer se ponía a pelear, la mayor parte del tiempo no pasaba de empujones, pero un día sí fue mera pelea, y cogió a un pelado muy bobo y lo reventó, algunos cuchos viejos se iban a meter, pero estábamos ahí tres de respaldo, y nos pusimos en el camino. Yo no estaba interesado en peladas o en conseguir novia, estaba tranquilo; Briam lo mismo, pero Eliecer, y otro pelado al que no me le sabía el nombre, estaba desesperado, pero muy mala suerte. Volví a caer duro en las drogas, pero desde ese momento sabía que si pasaba algo muy chimba en mi vida, ya sabía cómo volver a salir de las drogas. Por ahí a los seis meses me enteré de que mi mamá había tenido una bebé, con el nuevo marido. Al poco tiempo ese man también se abrió, por eso luego, y sobre todo ahora, yo pienso mucho en darle cosas a mi hermanita.
Ya había pasado un año desde que no oía el nombre de Jhony, pero a las semanas volvió ese tema porque Eliecer apareció con una pelada, muy normal, más bien feíta, pero ese man estaba embobado, estallado, tragadísimo; la trataba como si se la hubiera encontrado en una mina o fuera una princesa. Yo ahora que tengo mi mujer lo comprendo, pero en ese entonces yo todo lo veía como mera exageración. El tronquito ese de asiento era para ellos dos, no se drogaba en frente de ella, se quedaban ahí, hasta nos echaba de a poquitos para quedarse solos. Nos estábamos quedando sin parche. Pero como ella se quedaba hasta temprano, luego sí le servíamos, porque no tenía nada para hacer, ni nadie que lo entrara, y no se quería quedar solo. Un par de veces fue con una prima, pero la prima nos miraba como si estuviéramos sangrando o pudriéndonos, como leprosos, hasta ponía la nariz como si algo estuviera oliendo maluco. Yo ni la detallaba, aunque era más bonita que Leidy, la novia de Eliecer, exnovia de Jhony y ex-casi-novia de Eliecer. La segunda vez, a los diez minutos que nosotros prendimos un bareto, empezó con mero desespero para irse con la prima, y ya nunca más volvió. Pirobita.
Por esos días, Eliecer empezó a hacerle mandados a gente caliente, le tocaba era como mover una plata de extorsión, pero yo creo que él no era el que vacunaba. Empezó a tener un poquito más de plata, y un cuchillo que lucía como si se lo hubieran dado por empezar y terminar la guerra de Vietnam.
—Muchachos, lo que tengo que contarles es muy serio, esa gonorrea del Jhony está otra vez poniendo problema, y tratando mal a Leidy. Esa pelada es muy seria y se ha portado como es conmigo, entonces yo sé que ella no me va a traicionar con él, pero a mí me da miedo que le llegue hasta a hacer algo. Ustedes saben que yo soy capaz de poner a ese man donde es, pero ese man tiene su respaldo, muchos primos, pero no las fieras que yo tengo, ¿sí o qué? —dijo eso, y se inclinó hacia Briam y le sobó la cabeza, como si estuviera intentando prender fuego. Así empezó ese nuevo güiro, que nunca pensé que se iba a salir de las manos.
—Cuento con ustedes, ¿sí o no? Ustedes son mi familia.
Briam como siempre cauto, sin gestos y sin decir palabra, y yo de sapo hablé de una, porque es que Eliecer era muy alebrestado, como brusco o violento, pero yo no le tenía miedo, le había era como cogido cariño. Y esta era mi gente, y a mí me gustaba que uno con él no se aburría. Yo me imaginé también que él tenía poquita familia y lejos, como yo.
—Hágale que sí —fue lo que dije.
Eliecer fue tan bruto, y todos, porque nadie le dijo nada, que le caímos al cumpleaños a Johny con un chuzo y el cuchillo. Me impresionó ver a Jhony casi igual de bajito y delgado que yo, yo creo que se veía más niño que yo. Lo que sí tenía era como cara de muñeca. Apenas medio reviró Eliecer, se dejaron venir dos pelados igual de altos que Eliecer, pero con machete, nos fuimos retirando, hasta que vieron que no teníamos nada con qué responder y nos corretearon como seis cuadras.
Al otro día, Eliecer llegó con machete para cada uno, yo creo que se los robó, puede que con esos mandados le hubiera alcanzado, pero yo no creo, porque eso mucho tiempo ponen a trabajar gratis. Yo estaba viendo la huerta de los cuchitos, que cada vez salían menos y Briam y yo siempre los saludábamos. Esa huerta tenía ahí para tender la ropa y yo no sé bien qué tenían sembrado, puede que tomate, pero por ahí la tercera parte era una polvareda. En las otras dos partes había como un cable para colgar la ropa, pero yo solo recuerdo haber visto un vestido naranja clarito, de la cucha. Y aunque el pueblo era naranja y crema, la casa de esos cuchos era amarilla, pero un amarillo muy desteñido, casi crema.
—Vamos a entrenar —Eliecer nos mostró inclusive un video, pero no videos de gringos o de japoneses, sino de niches aquí en Colombia peleando con machetes.
Yo sí me paré y empecé a coger y a hacer girar el machete; el que siempre seguía pa’ todo a Eliecer hizo lo mismo. Tuvo que volverle a decir a otro y rogarle mucho a Briam, casi cogerlo del hombro.
—Esto no me gusta —dijo Briam, con su seriedad de siempre.
—Bra, se nos van a meter y ellos tienen machete. Nosotros no nos la podemos dejar montar, ni dejar que le vaya a pasar algo a mi novia, a una pelada buena. ¿No viste cómo nos corretearon el otro día? Eso fue porque ellos tenían la indumentaria y nosotros no, pero nosotros somos hombres como ellos, ¿no?
Briam, como pudo, empezó a seguir la corriente, con un poco de risa y mucho desgano. Eliecer se puso como a simular combates y tocaba parar el machete para que no le fuera a dar a uno. Cuando tocó el turno de joder a Briam así, de amagarle que le iba a dar su machetazo, Briam se corrió pa’ atrás, tiró el machete y se fue. Me miró y yo me fui detrás con el machete.
—Suerte —le dije a Eliecer.
Llegamos y al lado de la casa había una caja con unos cachorritos, se veía que iban a ser grandes, color chocolate rojizo.
—¿Esos cachorritos qué?
—¿Usted no sabía que la perrita de nosotros estaba preñada, mijo? ¿Se van a quedar con uno? Vea, son tres machitos y una hembrita —dijo una doña que empezaba a distinguir del lado. Una doña redondita, con pelo recogido en moña y con vestido gris con morado, pero poquito morado.
Miré a Briam, se me debieron haber puesto los ojos grandes, como si se fueran a beber un lago, entonces él asintió.
—¿La hembrita?
Tanto la doña como Briam dijeron que sí con la cabeza. Esa era la única, la elegida. Me puse a buscar periódicos y ahí terminé de conocer a los vecinos.
—Se llama Eba.
—Sí —confirmó.
Esa noche no pude dormir de la emoción de jugar con esa cachorrita, mordisqueando, jodiendo, acomodándose para jugar a la cacería y yo la volteaba, la acariciaba, le tocaba la nariz con mi nariz.
Al otro día, se demoró en llegar Eliecer, y yo estaba empezando a pensar que pasábamos mejor sin él, con Briam y con Eba. Yo pa’ arriba y pa’ abajo con esa perrita. Estaba venteando bueno. Yo en ese momento normal con Eliecer, pero hubiera sido bueno, sin peleas y sin desearle mal, cambiar de parche, de pronto nos hubiera encontrado. No era tan fácil hacerle el feo. Ya son sueños bobos, haber cambiado de pueblo, haber armado un parche solo con Briam, pero donde Eliecer se cansara de buscar.
—Vengan, vengan —llegó Eliecer con dos machetes y le entregó un machete a Briam y yo recuerdo que Briam lo recibió como si lo fuera a dejar caer. Lo seguimos cinco pasos y me dijo: “¿Dónde está su machete?”. Yo ni me acordaba de ese hijueputa machete. Es que yo pa’ agricultor más bien poquito. Ya estaba encartado con la perrita.
Yo de bobo fui corriendo, también porque me imaginaba los enredos de Eliecer y que de pronto le pegaran una patada a Eba. Casi no los encuentro, pero estaban cerquita, es decir, los dos minutos se me hicieron eternos. Estaban como por la parte de atrás de un colegio que parquean motos y uno que otro carro, pero a esa hora, ya no. Pero ya estaba Eliecer sacándole chispas a ese machete en el suelo y el otro bobo, el guardaespaldas, tratando de imitarlo, y el que no era tan regalado ahí más atrás con el machete medio escondido. Pero Briam casi al lado de Eliecer sosteniendo el machete como una bandera o algo en una procesión. Ahí ni siquiera estaba Jhony, pero había dos peladitos que yo no distinguía y eran chiquitos, y ni siquiera tenían nada, estaban entre asustados y sorprendidos con ese loco enfrente soltando chispas, flexionando una rodilla, las dos, dando zancadas. Pero muy rápido, de más atrás, llegó uno de los pelados grandes, estaba como atrás en unos árboles o trayendo algo y ese se vino con toda, sin el visaje de Eliecer, y con machete mejor manejado, a darle con toda, y Eliecer dio tres brincos para atrás, empezó a insultar y Briam ahí como una estatua, entonces le mandó el machetazo como al pecho y Briam, que estaba ido, se agachó y a la garganta. Lo que tenía que hacer era como encorvar el cuerpo pa’ dentro, tirarse pa’ atrás, pero sacando los hombros, no con las piernas, para alcanzar y, sobre todo, para seguir el baile.
Otra vez la misma escena, escena repetida, el cuello y el chorro de sangre, pero Briam se desplomó diferente. Mejor dicho, no se desplomó, yo vi una golondrina detrás de él volando pero sin aletear y pensé que era una bala. Brian se cogía el cuello, se quitó la mano y se desangró de una y se fue quedando dormido, en uno, dos, tres, al segundo tres llegué yo y medio lo cogí y comprendí que no había nada qué hacer, le di unas palmadas en el hombro y miré pa’ arriba haciendo que el ojo se tragara una sola lágrima, la lagrimita sola pa’l parcero. Yo solo veía bultos y sombras huyendo. Eso fue al segundo que Eliecer con su guardaespaldas detrás se me acercó y me dijo: “Vámonos antes de que llegue la Policía”.
—No, yo no me voy, yo no voy a dejar al parcero aquí tirado.
—Ese man ya está muerto.
—Por lo mismo.
—Entonces deme el machete yo me lo llevo.
Se lo di.
Llegó la Policía, primero dos, luego otros dos. ¿Usted qué parentesco tiene? Que si fue testigo. Me dijeron unos nombres de bandas y me preguntaron el nombre del grupo, nosotros no teníamos ningún nombre, pero ya nos habían puesto uno, muy bobo, La Ye.
—¿Usted sabe quién lo mató?
—Sí.
—¿Cómo se llama?
—No sé.
—¿Dónde vive?
—Tiene que vivir aquí en el pueblo, pero no sé exactamente dónde. Vamos casa por casa que yo sé quién lo mató y quiénes son cómplices, inclusive un Jhony.
Le preguntaron a mucha gente que estaba ahí, si yo lo había matado, la mayoría no sabían, pero un cucho, que no sabía qué estaba viendo, cogió y dijo que yo no fui.
Yo fui viendo cómo la cara le fue cambiando, una cara sin aliento ya le pertenece al asfalto, ya es otra vuelta. Eso demora mucho, sobre todo esperando o haciendo nada, pero finalmente ya de noche se llevaron al parcerito.
Esa noche la pasé por ahí chupando sacol. Tenía poquita plata, pero al otro día me alcanzó para una gaseosa y dos buñuelos y para un bareto y más sacol. Ya por ahí a las tres, volví al parche y estaban Eliecer y al que yo le digo el guardaespaldas o la sombra de Eliecer. que “Esto no se queda así”, que “La van a pagar cara”. Yo no opinaba mucho, estaba muy trabado y ese man, que nunca me había ofrecido nada, me ofreció una pepa y también mariguana, también trago, pero trago no le recibí. Luego me dio otra pastilla y me la metí al bolsillo.
Esa noche, como un sonámbulo, me fui detrás de Eliecer y por primera vez llegué a su casa, creo que vivía con una hermana porque ahí todo el mundo era muy joven, pero al rato me despidió y yo le dije que no tenía donde dormir. Entonces me sacó una cobija vieja y me dijo que durmiera ahí en el antejardín, prácticamente en la calle, mera gonorrea. Yo me puse a pensar en la cachorrita, pero no era capaz de darle la cara a la tía de mi amigo, me sentía muy culpable, me sentía una mierda. Yo no fui mala influencia, pero tampoco buena, entonces ante tanta gravedad yo no impedí que lo mataran.
Eliecer al otro día me regaló un pan y se fue y me dijo que lo esperara en el parche. Yo todo obedientico, mentiras, desparchado, y como fregado más que siempre, me fui pa’ allá. Por la tarde llegó Eliecer y me dijo que ya se iba a matar a la gonorrea que había matado a Briam, pero se quedó ahí como una hora y no hacía sino darle a un árbol con el machete, yo hasta pensé que le iba a quitar el filo. Yo no me acuerdo, porque no lo acompañé, no me acuerdo de la reflexión, pero tiene que ser que yo tenía el instinto de que era un bobo hijueputa. A ese paso nos iba a hacer matar a todos.
Esa noche me fui para la casa de Briam, para la casa de la tía de Briam, y eso estaba lleno de cuchas y de cuchos y tres o cuatro personas jóvenes, ahí estaba Briam en un ataúd y yo lo fui a ver. No vi nada que no hubiera visto en la calle, aunque ya sin tanta sangre y sin sangre seca. Briam sin Briam. Qué pena y todo con el parcero, pero estuve como veinte minutos distraído pensando si podía ir al cuarto a buscar la cachorrita. Miré, eché ojo, luego me dije, ya la volvieron a regalar. Me puse a pensar que estaba bien, mejor cuidada, con alguien que le pudiera comprar más comida.
Era mi primer velorio, me quedé un rato y cuando pedí un café y no me lo dieron, entendí el mal ambiente y ya empecé a escuchar rumores y a imaginarme el resto: “Por culpa de ese pelado”, o de esos pelados, “mataron a Briam”.
—Ese es uno de los pelados viciosos con los que andaba. Ni pena le da aparecerse por acá.
Ya me iba a ir, pero me tocó el escándalo de la tía, la gritería, y con coros y todo:
—¡¿Por qué dejaste que lo mataran?! ¡Él como se había portado de bien con vos! ¡No seas malparido! ¡Malagradecido!
Tenía hasta razón, pero no me tenía que gritar. A la final, la cucha rara y hasta loca, pero entendía las vueltas, no lo mataron por mi culpa, pero sí lo dejé matar. Me faltó categoría ahí, aunque yo espero nunca tener que tener categoría para esas cosas, mejor otro mundo, donde la categoría sea comercial, y no gaminería. Que la categoría de uno sea, como a lo correcto, con cosas de elegancia, del buen servicio, del trato al cliente, eso quiero yo. Ese día dormí ahí en el puro parche de nosotros, pensando unos ratos en la cachorra y otros ratos en Briam, pero era la misma foto, como una medio familia.
Al rato de despertarme, de que me despertara como mi pegote y mal olor, llegó el otro pelado, el guardaespaldas se borró o se escondió de totazo; ese otro pelado que no le copiaba tanto a Eliecer, se llamaba Danilo.
—Parce, mataron a Eliecer.
Yo pensé, nos están matando como ratas, pero qué importa, antes había durado mucho este presente, como un año medio relajado.
—¿Un machetazo?
—No, nada, dos pepazos. Se metió a la pura casa del pelado que mató a Briam, que no resultó ni siquiera primo de Jhony, sino primo del mejor amigo de Jhony. El mejor amigo de Johny se llamaba Carlos. —El que mató a Briam no había sido ni Johny, ni Carlos, ni el primo de Carlos, sino el papá del primo, o sea el tío, o sea nada con Jhony. Mera bobada, ¿no?
—Me va a acompañar a darle a esos malparidos —dije, como si ya fuera medio patrón.
—Toca esperar hasta mañana, porque hoy van a estar guardados.
Dormí en la casa de Danilo, él sí me dio posada como era. Esa noche estaba como en blanco, sintiendo un zumbido, era el vacío, el presente sin comisuras ni pa’ atrás, ni pa’ delante. Ahora yo comprendo más a Eliecer y yo creo que era un pelado que también merecía vivir, pero sobre todo Briam, y obvio al peladito que maté, qué cagada. Pero en ese momento sentía fastidio por Eliecer y cariño por Briam, pero envuelto en una cáscara de plátano de tristeza y ese plátano envuelto en un montón de alambre, puntudo, filoso, que era la pura rabia, así que lo vuelve a uno vinagre, no gritón, sino puro silencio rencoroso. Algún valor tenía que tener no servir para nada, ser un caso perdido o alguien ya descartado. En ese momento no tenía otra forma de no dejar pasar la muerte de Briam, para que no desapareciera así en ese absurdo, que reventar junto a alguien.
Yo no estaba pensando, porque no estaba para pensar, pero yo creo que el regalo para el parcero no era matar, sino hacerme matar, no alargar más las cosas, sino encontrar ese momento y hacer parte de su misma novela. Pensaba mucho en la desaparición de eso que le daba forma a su rostro, lo inútil y estorboso de un cuerpo. A los cuerpos sin vida los deberían de disecar y ponerlos a hacer cosas, con motores, como robots, para que no sea como tan fácil vaciar un cuerpo, tan desperdiciado, por lo menos quedaría el consuelo de que le diste agua, comida, sol a ese cuerpo, y ahí está, dando vía o arrancando una yuca. No sé. De pronto sale más barato una persona que las pilas o la gasolina para que eso funcione.
Danilo averiguó un poco y yo me tomé la pastilla que tenía guardada. Les llegamos a la salida del colegio; estaba Johny, Carlos, con otro man grande, pero no el que mató a Briam, puede que el otro primo. Yo llegué y sentí un corrientazo que era adrenalina, pero también miedo, mostré el machete, y lo agarré duro para no empezar a temblar. Eso fue de una que ese man grande me mandó el machetazo y yo sentí que se me clavó en el hueso del antebrazo, Jhony estaba cerquita de ese man, pero no tenía machete, y yo ahí mismo le volié, y puso la mano y le volé dos dedos. No sale mucha sangre de los dedos mochados, pero algo ya había de sangre en el aire, suspendido.
Aliento, jadeos, y metales pesados en el aire de esa tarde, pero como mi aire es parte de un derrumbe, todo lo suspende, para que ahí sí no haya flujo, sino que todo se joda del todo en el estancamiento llamado por los griegos “tragedia” y por los colombianos “cagada”. Entonces yo vi que ese otro man, venía y vi que Carlos también tenía machete, y yo pensé, ese man me va a matar, pero me llevo a otro y me fui como si fuera un caballo, pero con el machete por delante y le abrí la barriga a Carlos, el otro man me alcanzó a dar un machetazo en la pierna, pero yo no sentía dolor y corrí como endemoniado, más que la otra vez. No sé por qué corrí si quería que me mataran. Tal vez no o tal vez me daba rabia que el otro se sintiera chimba por matarme. Pero corrí como pa’ dentro del pueblo, con un machete, todo ensangrentado. De las tripas si sale sangre, uno creería que untado de tripas, pero las tripas no untan.
Me apuntaron dos policías, luego llegaron cuatro, y una mujer policía, y dijo que yo era menor. Ni siquiera me esposaron, pero me llevaron a la estación y me cogieron duro como de la ropa, pero eso no importa. Maluco, muy maluco haber matado a alguien. Pero estoy convencido de que soy otro, que puedo ser otro. Cuando la adrenalina se me bajó a los dos o tres días, otra vez volver a vivir el desespero de dejar las drogas, pero ya sabía cómo, aunque también tuve por ahí un año de mucho aburrimiento, hasta que le cogí otra vez el tiro a esto. Esa primera noche en la estación tuve dos pesadillas muy diferentes, más bien un sueño y una pesadilla: soñé con Briam y comprendí que ese man me iba a acompañar en toda mi condena, así era él. Ya no hubo más espacio para soñar con Maicol. Pero entonces llegó la pesadilla, muy simple: Carlos se reía y luego empezaba a llorar y yo siempre sueño que no puedo dormir porque Carlos está llorando.
En el sueño no hay cárcel o cosa parecida, él está afuera y yo adentro, pero el afuera de él no es bueno o es peor aún que el mío. Yo creo que es más que una pesadilla, es un fantasma de cama que se me mete en la cabeza y en el pecho. Que solo puede entrar un ratico y me mira todo el día desde un afuera desde el que me puede ver de cerquita, pero lo hace sentir muy lejos. Pero yo de eso no hablo ni por el putas.
Lo que haría distinto es, primero, no matar, no estar en una situación donde en medio de la trifulca uno corte o chuce a alguien, así no sea grave. Lo segundo es ser mejor amigo. No tanto por Maicol y Briam, sino porque durante mucho tiempo yo no quería conectar con nadie, nada, cero. Uno va desenredando la vida como en dos direcciones: lo que fue y el arrepentimiento, y lo que puede ser y está siendo.
Lo mejor fue subir arriba, al otro sitio pa’ pagar la condena. Abajo es muy aburridor, pero es fácil aprender a que no le peguen a uno, a mí nunca me pegaron. No falta el desatinado que sí se hace pegar.
Muchos años me acompañaron mucho los corridos; yo también me pensé algunas canciones, después de escribir todas las letras de ese man que yo escuchaba, pero que salió igual de despreciativo que todos, que cualquiera. Pero arriba empecé a cuidar los animales, y sobre todo unos pastores viejos, y ahora quiero ser educador canino. Prácticamente ya lo soy, lo que tengo es que encontrar quién me contrate y use mis servicios. Se me ocurre poner un aviso en la radio o hacer esa cosa que se me olvida cómo se llama, pero es la misma radio pero en internet, con un link.
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