Había una vez en un pequeño pueblo perdido entre montañas y bosques, un chico llamado Mateo. Mateo tenía trece años y vivía con su abuela en una casa pintoresca al borde del bosque. Desde que sus padres fallecieron en un accidente cuando él era pequeño, Mateo se había vuelto muy solitario.
A pesar de tener algunos compañeros en la escuela, Mateo prefería pasar la mayor parte de su tiempo solo, explorando los rincones del bosque cercano. En sus expediciones solitarias, descubría plantas extrañas, ríos secretos y animales curiosos, lo cual lo hacía sentirse más en casa que en cualquier otro lugar.
Un día, mientras caminaba por el bosque, Mateo encontró una pequeña cabaña escondida entre los árboles. La cabaña estaba cubierta de musgo y parecía abandonada, pero algo en su interior llamó la atención de Mateo. Decidió entrar con cautela y descubrió que el lugar estaba lleno de libros antiguos y polvorientos.
Entre los libros, encontró un diario viejo con páginas amarillentas. Al abrirlo, descubrió que pertenecía a un niño que vivía en el pueblo hace muchos años. El niño, llamado Lucas, también era solitario y encontró consuelo en la naturaleza y en la lectura. Con cada página que Mateo leía, sentía una conexión especial con Lucas. Ambos compartían la misma sensación de soledad y la misma pasión por explorar el mundo que los rodeaba.
Mateo decidió llevarse el diario a casa y leerlo en privado. Con el tiempo, Mateo descubrió que Lucas había dejado pistas en su diario sobre lugares ocultos en el bosque y aventuras por descubrir.
Animado por la idea de seguir los pasos de su nuevo amigo, Mateo comenzó a explorar el bosque con renovado entusiasmo. Poco a poco, Mateo se fue abriendo más a los demás y encontró amigos que compartían su amor por la naturaleza y la aventura. Juntos, exploraron cada rincón del bosque, desenterrando secretos y creando recuerdos inolvidables. A medida que el tiempo pasaba, Mateo dejó de sentirse tan solitario. Aprendió que la verdadera amistad y la conexión con la naturaleza podían llenar el vacío que sentía en su corazón. Y aunque nunca olvidó a Lucas y su diario, sabía que ahora tenía un nuevo capítulo en su propia historia por escribir.

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