Le he hablado tanto de ti a mis amigos
que hasta ellos ya sueñan contigo.
¡Pero si no les ponéis cara! – les digo.
Me responden que no hace falta,
que te imaginan tal y como les he descrito.
Me pregunto si te parecerá bonito ese gesto.
Lo siento mucho, ni yo mismo me comprendo.
Si es que hasta me da vergüenza al leerlo.
Ya van seis meses sin verte y me da miedo
pensar que sólo yo te llevo en mi recuerdo.
Olvidar tu rostro no supondría un problema,
pues creo que ya comienzo a hacerlo.
Pero aún conservo este poema,
que contiene las letras que me hacen amena la espera
de un momento que nunca llega.
Si te digo la verdad,
creo que me gustas más
cada vez que veo lo enamorada que estás
de una ciudad que tanto anhelo.
Por fin alguien que sabe valorar
la suerte que tenemos los malagueños
de pasarnos las tardes viendo el mar
mientras las olas del Mediterráneo suavizan nuestros dedos.
Hasta caer el Sol,
que tiñe el agua de un naranja intenso.
Y después de quitarnos la sal,
esperando que no haya terral,
nos arreglamos y salimos juntos a pasear
por las calles de nuestra ciudad,
llena de historias por todos sus recovecos.
Primero pasamos por la Aduana,
palmeras recostadas cubren su entrada,
mientras gaviotas planeaban sobre la Alcazaba.
En mi cabeza sólo planeaba cómo alcanzar(la)
la luz de Luna que iluminaba sus palabras.
Llegamos a mi calle favorita,
la famosa Alcazabilla.
De fondo despuntaba la «Manquita».
Hasta que en la esquina,
paramos en Casa Mira,
donde ella captó mi mirada.
Yo permanecía absorto ante semejante situación.
En mis ojos se reflejaba el temor,
al saber que debía reunir el valor.
«No te preocupes, no pasa nada».
Se sonroja y me sonríe avergonzada.
Trataba de dar pasos más cortos de vuelta a casa,
como si así evitara que esa noche se acabara.
Ya de regreso,
las luces de la «Farola» iluminaban el muelle.
Nuestras confidencias se guardaron de la mejor manera posible,
entremezclándose entre el murmullo de la gente,
que a pesar de las tantas seguía presente.
Huyendo del calor de sus techos,
abrazando la brisa de la noche.
Y es que tanto me contagié de sus gestos,
que hasta se me olvidó que allí estabas tú.
Transformándote en parte del entorno,
en todo lo que adoro, aquello que más añoro.
Porque curiosamente todos compartís la M,
la misma que siempre será mi hogar, por mucho que me lastime.
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