Otra vez me encuentro transitando por los callejones del anhelo, con su recuerdo grabado a fuego en mi memoria. Por momentos me atormentan las ideas y la lapicera pesa lo mismo que un lingote de oro macizo. Salgo a la calle buscando excusas para verlo y lo único que encuentro son motivos para escribirle un centenar de microrrelatos.
A su merced, lo único que puedo hacer de forma cíclica es evocar cada momento que viví a su lado. Pese a la fluidez del tiempo, me di cuenta que mi reloj funciona diferente al de los demás. Cuando cuento con la fortuna de tenerlo al lado, las horas se transforman en segundos. En cuanto nos despedimos y cruzo la puerta de su auto, mi reloj corre en cámara lenta y los segundos se transforman en horas.
El último mes del año se convirtió en un letargo desde el preciso instante en el que sus finos labios se posaron en mis párpados. Sin darme cuenta me introduje en una pausa constante, con el único fin de recordar a cada rato ese momento sublime. Jamás hubiese sospechado que iba a tener semejante superpoder en su boca.
Si bien él en su totalidad ya resultaba ser mi criptonita, esa tarde pude comprobar el verdadero filo de sus labios. Teniendo tantos puntos débiles, me atacó por un lugar neurálgico. Para colmo, hace unas semanas atrás había escrito que su boca me aniquila y claramente no estaba equivocada.
Por momentos me enojo conmigo misma y me canso de vivir en una pausa eterna. Recuerdo sus besos. Mi corazón late de forma ambivalente. Me siento débil ante su boca, pese a la distancia que nos separa. Vuelvo a introducirme en la pausa que guía mi vida, esperando a que se rompa cuando lo vuelva a ver. Aguardo con ansias que las horas se desvanezcan y se conviertan en segundos para poder vivir otro encuentro efímero y lleno de pasión.
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