Todo da vueltas. Una pelota de cuero naranja da vueltas sobre un césped sintético con exceso de caucho. Las agujas del reloj dan vueltas y con esos giros interminables sentencian el inexorable paso del tiempo. Las hojas de mi calendario daban vueltas, año tras año sin que me sucediera nada extraordinario. La vida da vueltas. Nosotros damos vueltas.

Me encontraba transitando mis días sin penas ni glorias. La rutina me limitaba la imaginación y me impedía añorar cosas imposibles. Sin esperar nada, un día decidí emprender camino hacia el norte y tuve la suerte de cruzarme con un ser que hace varios años atrás, supo encender en mí la llama del amor adolescente e inalcanzable. Para mi sorpresa, tras el saludo descubrí que el fulgor que supo invadirme el cuerpo tiempo atrás, se había esfumado. Claramente había sido obra del paso del tiempo y las vueltas de la vida.

Mientras que en mi cabeza vuelan un centenar de pensamientos, conversaciones que jamás surgieron, respuestas que nunca dije e ideas creadas por mi imaginación, logro atrapar algunos axiomas que me sirven como hilos conductores para manchar con tinta esta hoja y así poder dejar escrito lo que experimenté. Porque si el día de mañana mi recuerdo es traicionero y me abandona, quiero contar con un lugar a donde pueda recurrir para recordar ese maravilloso encuentro.

Unas simples idas y vueltas, encuentros, saludos y mínimos acercamientos me bastaron para que se vuelva a avivar en mí la llama del deseo. Aunque debo admitir que un mensaje suyo me dio el pie para que destile optimismo y con mi seguridad arraigada busqué generar un encuentro. Así fue como dimos inicio a un camino zigzagueante. Como todo, que da vueltas.

Después de un domingo violento y electoral, estábamos embarcados y naufragando por el mar de la rutina. Mi impaciencia hizo que apure los tiempos, como un niño quemando etapas de su juventud. Con mi histeria a flor de piel, decidí mandarle un mensaje para ver si corría con la suerte de adjudicarme por un rato de su perfección. Él con más nervios y yo con menos mansedumbre, fuimos dando vueltas en redondel, hasta que logramos juntarnos. Sus ganas de verme -pese a mi insistencia- nos llevaron a la misma esquina, con unas vueltas previas (obviamente).

Camine 3 cuadras con la convicción como estandarte, sabiendo que en cuanto lo fuese a ver y lo saludara, íbamos a chocar nuestros labios. Pero fui tan impúber que ni siquiera pude mirarlo a los ojos para decirle un simple: “hola”. En cuestión de segundos reprimí todos mis sentimientos, se me distorsionó el latido de mi corazón y se ausentó mi respiración.

Tengo los recuerdos obnubilados. No recuerdo mucho más. Solo logro rememorar que el cielo se encontraba repleto de nubes grises que nos hacían compañía y miraban expectantes. Mientras que la lluvia se hacía presente en el momento exacto que logré darme cuenta que él sentía lo mismo que yo cuando me miraba. Pese a tanta nubosidad, pude viajar a la luna con unos simples besos y unas charlas superfluas que tenían como objetivo cortar con tanta tensión que se respiraba en el ambiente.

Y si bien no puedo detallar a fondo lo sucedido, en un par de párrafos atrás me atreví a escribir algo cargado de sentimientos que, si no se dio cuenta hasta ahora, paso a repetirlo y fundamentar: su perfección. Sobre esto sí quiero escribir, conversar y hasta me animo a debatir con argumentos fehacientes, que aseguro, que me llevarán a ganar dicho debate.

Ahora sí, sin más vueltas prefiero comenzar hablando de su nariz, ya que la única descripción que se puede utilizar es que es perfecta. Puedo asegurarlo. Tengo pruebas y ninguna duda. Y si hablamos de la perfección, no puedo dejar de mencionar su sonrisa. La curva en la que cualquier mujer quisiera morir y con la que yo tuve el agrado de chocar. Si tan solo supiera lo bien que le sienta, haría desastres sonriendo a diestra y siniestra.

Quiero escribir un párrafo aparte para sus ojos marrones, que se expresan por sí solos. Logran hablarme, besarme y abrazarme en tan solo tres segundos de contacto visual. Una simple fricción de miradas, alcanza para que me pierda en un viaje sin sentido y termine hallándome en el centro oscuro de sus ojos. Además puedo afirmar con violencia que jamás en mi vida tuve la suerte de cruzarme con una mirada tan penetrante, que logra acariciarme todo el cuerpo, desnudarme, hacer el amor y volver a vestirme para mirarme con ternura una vez finalizado semejante acto vehemente.

Pero como todo en este mundo, que ha de dar vueltas, de un lado es de día y del otro hay oscuridad. Este caso no fue la excepción. Su único defecto fue haberme contado que se había enamorado de mí, pese a mi soberbia y mis otras imperfecciones (pondría mis otros defectos pero se me acalambraría la mano de tanto escribir -espero que si está leyendo esto, haya sonreído al recordar mis puntos débiles-).

Ahora que lo pienso tranquilamente mientras escribo estas líneas, me doy cuenta que la persona errante fui yo. Porque decidí imaginarlo en un centenar de escenarios (im)posibles, busque la forma de materializarlos y llegue a exigir cosas que no correspondían, cuando en realidad tendría que haber buscado refugio en la prosa de Joaquín, en la voz de Serrano, en las rimas de Arjona y los arpegios de Silvio para no agobiarlo con mis innecesarias histerias.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS