Las cigarras y su monótono suspiro hacen añicos el silencio vespertino. La polvorienta vereda entristecida y azotada por la sequía se arrastra bajo una alfombra de los dioses hecha de maquilishaut y caraos.

Los ancianos feligreces se deslizan en silencio por las calles empedradas y las palmas de coco en sus manos muestran su fulgor en los rostros sudorosos.

Los corteses derramando su oro alardean desde las colinas resaltando sus mejores galas, mientras el verano con desesperante temperatura pone su espejismo en la distancia. Así hierve la vida en estos veranos cada día más ardientes. La vida del campo es más sencilla, más profunda, más cincera. Lejos quedó el bullicio, la arrogancia, la falsedad y las apariencias. Aquí la ambición y el egoísmo sucumben y las lágrimas del vecino son las mías y los triunfos del vecino son míos también.

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