Al final, no es el tiempo, no es el espacio. El tiempo sobra, se desalienta en la inmensidad del universo. Me da la sensación que en los momentos claves, «le queda grande la camiseta».
Por el contrario, en el instante se condensa la existencia, la razón de ser, la pasión que nos impulsa, la felicidad fugaz, la ausencia de dolor. Un roce ajeno e inesperado, el roce embriagador de tu presencia, y el mundo se transforma.
Basta una mirada, un gesto apenas esbozado, en ese momento, lo he sentido todo: la plenitud de la vida, el escalofrío ante la muerte.
Luego de ese instante, me he detenido a pensar, a divagar y a cuestionar, incluso me he llegado a plantear que quiero estar allí para ayudarte a estacionar.
Es asombroso como todo lo demás se convierte en contexto, una escenografía cuidadosamente orquestada para albergar ese instante único. Esa singularidad puntual, ese momento Boltzmanniano e inconfundible.
Solemos buscar el infinito en sus extremos inalcanzables, alzando la vista, en la vastedad del cosmos o en la profundidad de los abismos. Sin embargo, el infinito se hace tangible en el centro, en ese punto preciso donde convergen todas las posibilidades. Y sólo así se entiende el amor, en ese preciso momento.
El infinito es infinito en su esencia e inherencia, no en su dimensión. Es un concepto introspectivo, íntimo y preciso, pero irracional.
Si tuviera que explicar dónde se encuentra, diría que reside en tus ojos, allí, más precisamente, al final de tu mirada.
——–2da parte
Ya comencé con la kinesiología del olvido, hay avances, pero aún te escribo.
Finalmente, la kine del olvido renunció, alegando que no hago los ejercicios y que no pongo nada de mí para avanzar. Y es verdad, es muy simple reconocerlo.
Así como el tiempo se aflige al intentar dar sustento al instante, casi que no lo reconoce como propio, con su paso, el tiempo, va disponiendo con sabiduría cada pieza en su sitio. Ahí radica uno de sus dones más preciados.
Hoy, con mas lucidez, tengo tan claro que si algo no quiero olvidar es ese, no tan preciso, momento figurado quizás en esa brisa que acarició tu pelo, o en ese gesto de tu sonrisa, en fin, ese instante infinito tan poco frecuente, tan poderoso y hermoso que, con seguridad, en más de 15 años nunca había sentido.
Dicen que en ese instante, que se abre en dimensiones insospechadas, se reconocen dos almas.
Al final, no es el tiempo, no es el espacio. Es el susurro del tiempo detenido, un destello de vida que embriaga el alma. Es eso que no quieres que se acabe nunca, es una misteriosa inyección de vida. Y por ello quedas eternamente agradecido, porque ese éxtasis efímero no se puede construir en soledad.
Esa poesía, esa melodía solo se puede componer de a dos. Gracias.
«Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida» Mario Benedetti
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