LA CASA DE MIS PADRES
Siempre he considerado que tengo un buen manejo de las matemáticas, mi guía era la colección de Baldor: matemáticas, álgebra, trigonometría, geometría, etc., etc. Desde mi niñez he pasado por el ábaco, el tablero y la tiza, los apuntes, y otras más, aun así, mis cuentas no cuadran.
Hoy en día, después de muchos años de vivir en este mundo sideral, continuo más intrigado que antes, he realizado los más insólitos cálculos Baldorianos, buscando soluciones a dichos interrogantes que me he planteado, sin tener una solución a la vista.
La casa de mis padres, estaba conformada por una sala, un comedor, una cocina, un patio con su palo de mango respectivo, un baño dotado con un tanque de cemento para acopio del agua, y tres cuartos. Entiéndase, dejo claro que jamás lo corrobore, pero el área total de la casa podía ser de unos sesenta metros cuadrados.
Si hacemos un desglose de la casa, observaremos que:
- El primer cuarto era ocupado por los consortes, a los que llamábamos los viejos, donde no se admitía ninguna otra persona para dormir.
- El segundo cuarto era exclusivo para las muchachas, número que fluctuaba entre siete y nueve.
- El tercer cuarto, el cual se identificaba por el horrible olor a sudor y medias sucias, era ocupado por el gremio de los muchachos, número que oscilaba entre seis a ocho personas.
La familia arraigada en dicha casa, o sea, mi familia en primer grado, estaba constituida por nuestros padres y mis hermanos; siete niñas y tres varones, sumábamos, entre todos, 12 personas.
Luego se le adicionaban los primos que no bajaban de tres, los tíos(as) que aumentaban la cuenta a tres más, sin dejar de sumar aquellos que llegaban del pueblo, o compañeros de estudio, que se quedaban a pasar la noche.
Según mis cálculos Baldorianos, esa población diaria era de unas diecisiete personas humanas, que en las noches se refugiaban en los brazos de Morfeo en la casa de mis padres, aunque existían otros habitantes de la casa no humanos, como eran el perro, el gato y el loro.
Lo más increíble era, cuando llegaba la madrugada, una romería de muchachos y muchachas, todos en edad escolar hacíamos fila frente a la puerta del baño, en cuyo interior estaba el tanque de cemento lleno de agua, cuando uno salía, el otro entraba, y todos nos bañábamos sin agotar el agua del tanque. Realice cálculos sobre la cantidad de agua del tanque para bañar diecisiete personas, y tampoco encontré una solución que me convenciera.
Cuando todos estábamos bañados y presto para ir al colegio, nos sentaban en la mesa de la sala, iniciando mi madre la repartición de los alimentos o desayuno, y todos, sin excepción, nos íbamos con la barriga llena para nuestros respectivos colegio, realice otros cálculos para determinar cuánta cantidad de yuca, plátano, queso y otros alimentos se utilizaban en la casa para que nadie se fuesen sin comer a su colegio, y recordaba que yo la noche anterior solo había comprado una libra de queso, tres plátanos, dos libras de yuca y cinco huevos.
Pobrecitas mis matemáticas, siendo un adorador de Baldor, me ponía a contar los platos, a observar que comían cada uno de los comensales, y tampoco encajaban mis cuentas.
Ya estoy en la rueda de los setenta, y aun mis cuentas no cuadran, lo he intentado con todo tipo de fórmulas Baldorianas, que dominaba a la perfección, sin ninguna solución posible. En la actualidad me he apoyado en las tecnologías modernas, he estudiado las teorías de la relatividad, la física cuántica, la inteligencia artificial, y tampoco he podido resolver nada.
Dentro de todo este dilema existencial, lo único que se me ocurre es que mi madre debía tener una varita mágica, o algún conjuro para organizar en las noches a todo ese grupo de población, ubicándonos de tal manera que todos cupiésemos en esos dos cuartos, el tanque de agua del baño debía ser mágico, ya que nunca se agotaba, y la comida que nos proporcionaba la multiplicaba, como una vez hicieron con los panes.
De lo que sí estoy seguro y he podido entender es el poder, a pesar de la adversidad, que tenían mis padres para lograr tanta tranquilidad y felicidad en mi casa.
GUSTAVO HERRERA BOBB
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