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Érase una vez una caja de metal. Allí vivía un niño tímido y sensible, que soñaba con volar como Campanilla, ser como Peter Pan y con vivir en el País de Nunca Jamás.
Pero en su mundo no tenían cabida los sueños, y los hombres y mujeres sabios, quisieron protegerle olvidándose en el camino, de ver su luz. En la caja, pensaron, estará protegido del mal del mundo.
El exterior está lleno de crueldad, así que para sobrevivir le enseñaron que los hombres son seres duros y rígidos. Los hombres valientes visten uniformes, se defienden con armas, no juegan, no muestran la debilidad de las emociones, no lloran, no ríen, no abrazan ni besan. Pueden solos contra el mundo, y no tienen colores, son grises, grandes y pesados.
Y poco a poco ese niño olvidó sus sueños de color naranja y verde, olvido los caramelos, las risas, los juegos, olvido el País de Nunca Jamás, y olvido vivir.
Fortificó su casa con murallas, para esconderse, para no
ser visto, amurallando el dolor de sentir. Y esas murallas, iban dejándole cada vez menos espacio para mover sus brazos y sus piernas, así que fue encogiéndose, con dolor, hasta que no pudo respirar, pero se comenzó a sentir cómodo, ya que ni respirar necesitaba. Sin puertas ni ventanas, ya no llueve ni hace sol, no huele ni nada sabe a nada, pero no siente frío. Un día no más gris que cualquier otro, puso rejas doradas y comenzó a llenar su caja de cosas inservibles en esencia pero que llenaban los vacíos. Allí creció, creyendo que era grande y valiente, mostrando su sombra gris. Un puesto importante, ser escuchado en sus discursos huecos, ser un guerrero gris, respetado por las armas y la fuerza, basando su fortaleza en la posibilidad de sobrevivir sin amor, solo en un cajón.
Continuo y continuo construyendo muros con gran determinación, creyendo que podría seguir llenando su reflejo y su gran vacío interior. Se fue enterrando a sí mismo, su esencia, su belleza, su autenticidad, la humildad, la compasión, la honestidad, la alegría, sin percatarse de su
soledad. Ese niño dominado por el miedo al abandono, se negó a si mismo las emociones, y su
dolor, y decidió abandonar primero para evitar ser abandonado. En ese largo letargo emocional decidió pasar sus días de sombras, tristezas y enfados.
Un día cualquiera, Campanilla encontró un pequeño resquicio, y curiosa como era, entró. Al principio al niño le pareció una bonita y fresca compañía, un regalo. Fue amable porque quería tenerla cerca pero pronto sintió miedo y quiso ponerle cadenas doradas para que nunca pudiera escapar. Campanilla educada en la compasión, a pesar de todo, le amo.
Ella, si podía verle, mirándole desde la compasión y la generosidad, renunció a su libertad. Pero el no era feliz, sentía miedo, la mirada que traspasaba sus tinieblas le asustaba. Ella que inundó su casa de colores le enfurecía. Ella le mostró que los hombres grandes de verdad, son de mil colores, admiten su vulnerabilidad y no tienen problema en mostrarla, son los que hacen frente a sus miserias y dolor, los hombres que saben amar. Esos que ganan admiración, respeto y paz.
El se enfurecía cada vez más y mas. Quien se creía ella para querer cambiar su mundo, para no seguir sus normas, acaso era necia y estupida?. Quiso hacerle daño, destruirla. Ella con su luz, le mostró un viejo arcón lleno de polvo y olvido, en el que descubrió su viejo martillo de Thor, naranja y verde. Quiso golpearla lanzándolo con furia contra su frágil figura. No le importo el daño que la podía causar porque no sabía amar y no podía ver. Pero el martillo mágico golpeo contra un muro y
fueron cayendo unos tras otros y se fueron derribando, rompiendo todo a su paso, incuso a sí mismo. Entonces la luz le cego, se dio cuenta que llevaba años sin ver la luz del sol y que ya no recordaba a que olía el mar. Y tras la ira desatada sintió la calma.
Comenzó por estirar sus piernas y manos, intentó ponerse en pie, torpemente y cayó, pero la
luna que lo había visto todo, extendió sus brazos para sostenerle y le acarició. Una lágrima emano de su más hondo sentir, nacieron gritos de su dolor. Comenzó a llorar y llorar y lloró tanto que sus lágrimas saladas inundaron su caja, y sintió por primera vez su libertad.
Hoy su casa es el mar, el mar donde vuela en las olas. Y en su mirada se refleja su alma, portando el arma de los guerreros de verdad, el amor. Porque por fin pudo volver a verse, allí en su interior,
donde reside la magia de verdad. Y al fin, dejo a Campanilla volar.
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