El conticinio es el momento que más disfruto del día. Encontrarme conmigo mismo, inmerso en el silencio, no tiene desperdicio. Me arrullo y me acurruco, melifluo, en las redes de mi subconsciente. Tendido en el verde césped en medio del alto bosque, cierro los ojos y dejo que la luminiscencia de las estrellas impregne mi ser. Mi mano se humedece con el rocío nocturno. La sensación de lisura me recuerda su fina piel. Entonces me reconozco en la cima del universo. Soy, y seré siempre un nefelibata. Confundo una luciérnaga con mi estrella favorita. Me alimento del petricor que purifica mi cuerpo y la ataraxia me invade. Deseo solo un Merlot, y me embriago con un Dom Perignon. Aquí en las alturas más nada ya importa. Me embelesa la nostalgia. Atrapo un cometa y mi piel se eriza. Su tacto es ahora un fino terciopelo. Recuerdo su piel y la mía reacciona. No existe mayor placer que acariciar una medusa. Sentir su respiración secuestrando mis anhelos. Movido por el viento su pelo golpea mi cara, y una lágrima se asoma humedeciendo mis mejillas. No hay dolor más sublime que sentir sus tentáculos exprimiendo mis deseos. Una sonrisa aparece y despierta mis instintos. Me abraza, me asfixia, doblegando mi pasión. Entre Marte y Júpiter me detengo y saboreo sus mieles. Su ombligo me seduce pero no logra atraparme. Continúo mi viaje por la Vía Láctea. La luna se sonroja y a mi ser somete. Las yemas de mis dedos recorren su frágil cuerpo. Escalan su Venus y en sus labios se esconden. Atrapan a los forasteros en busca de lo prohibido, haciéndolos prisioneros. No hay retenes más allá; todo está permitido. Cálido recinto me ofrece una bienvenida.Trato de contenerme pero es ya demasiado tarde. Un fugaz torrente empapa mi ardiente cuerpo. La pasión florece y a mi voluntad somete. Dos cuerpos se entrelazan olvidando las fronteras. Se confunde el fin de uno con el principio del otro. Sincrónico aullido alaba al Ser Supremo, implorando que ese instante sea más que sempiterno. Todo es en vano. La suerte ya está echada y el tiempo no se detiene. Lo efímero del momento recuerda la condición humana. Una mariposa se posa en su cabello y al tratar de atraparla transmuta en luciérnaga. Despavorida, escapa hacia el universo y, mezclándose con las estrellas, deja una estela de incienso. Solo el Hanami se le asemeja, aunque presagie la muerte de una y mil flores del sakura. Nada es inmarcesible. Toda vida tiene su ciclo. El ocaso se aproxima y el sol enfrenta a la luna. Un combate se desata y solo el más fuerte permanece. Pero eso ya no importa. El tiempo pierde sentido y un solo corazón late. Ambos sudores se mezclan convirtiéndose en un perfume que se esparce por el recinto, aunque al no existir techo alguno, se mezcla con el aire provocando un suspiro. Un solo latido se escucha, un mismo gemido. Dos almas gemelas se unen dando vida al amor eterno.
–FIN–
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