EL CONDUCTOR DEL CAMIÓN
Nubarrones se acumulaban sobre la carretera, un trueno se escuchó a la distancia, era el presagio de un fuerte aguacero, el hombre tenía unos cincuenta años, mediana estatura, y algo de obesidad. Llevaba muchas horas conduciendo, no había descansado en toda la noche, a las nueve de la mañana cruzó el peaje, estaba cerca del puente metálico, frontera de dos departamentos.
Su última detención la hizo unos doscientos kilómetros atrás, donde fue al baño, ingirió algo de comida, se hidrató y fumo un cigarrillo. Al pasar el peaje, sintió un pequeño dolor en su hombro izquierdo que se irradió a su pecho, lo percibió como un dolor opresivo. Acostumbrado a esos largos viajes pasó por alto el malestar, bajó la velocidad del camión, movió el brazo izquierdo, y siguió conduciendo.
Al llegar a la cabecera del puente se escuchó un golpe seco, el camión se había estrellado con una de las barandas del puente. El vehículo quedó colgando en el lado derecho, el conductor estaba atrapado en la cabina, no podía moverse, la ambulancia de emergencias, del peaje, recibió la llamada de ayuda, saliendo de inmediato, eran las nueve de la mañana, a las diez lograron sacar al conductor del camión, donde le prestaron la ayuda inmediata, iba consciente, el recorrido era de unos treinta kilómetros hacia el hospital superior.
Habían recorrido unos quince kilómetros, cuando el conductor del camión, perdió la conciencia, entró en paro cardíaco, su respiración se hizo lenta, se les moría, voces se escuchaban dentro de la ambulancia, y por el radio de la ambulancia, se comunicaban en forma constante con la central de emergencias de la ciudad.
En ese terrible aguacero, después de cuarenta, interminables minutos, giraron a la izquierda, calle que llevaba al hospital, paquearon la ambulancia en la portería principal, los dos paramédicos, trasladaron al conductor del camión, a la sala de emergencia, llevaba casi treinta minutos en paro cardíaco.
Al entrar a la sala de emergencia, un grupo de médicos esperaban al conductor del camión, el cual fue ubicado en una cama, donde le evaluaron, y determinaron realizar la desfibrilación; con la primera desfibrilación el corazón no tuvo ningún cambio, por lo cual realizaron una segunda desfibrilación. Un murmullo se escuchó en la sala de emergencias, el corazón del conductor del camión, empezó otra vez a funcionar, las órdenes no se hicieron esperar, entonces, una voz grave resonó.
—Lo tenemos, vamos a estabilizarlo y esperemos cómo reacciona. —Era el especialista quien hablaba, el conductor del camión, abrió sus ojos, no fue necesario llevarlo a cuidados intensivos, lo trasladaron a cuidados intermedios, y allí le hicieron el tratamiento.
Hacía unos meses atrás había notado que un dolor constante se le movía, como decía él, desde su hombro izquierdo hasta su pecho, era una persona descuidada con su alimentación, su obesidad se notaba a simple vista, el cigarrillo, un compañero permanente, y aunque hacía poco, se le había realizado un examen médico, se desconoce porque su problema no fue detectado a tiempo.
Ya estando bastante recuperado, un día cualquiera llamó al enfermero jefe, al que de manera cariñosa le decían “Jefe”, manifestándole que quería hablar con él.
—Jefe, lo que voy a relatarle fue lo que me sucedió durante mi periplo en la ambulancia y luego en el hospital —dijo en voz baja, el Jefe, había puesto una cara musical, escuchando en forma atenta lo que decía el conductor—. En la ambulancia, cuando entré en ese paro cardíaco, sentí que algo se desprendía de mi cuerpo, era como si no tuviese densidad, observé toda la lucha que presentaban los paramédicos intentando reanimar mi cuerpo.
Sin emitir una sola palabra, el Jefe, navegando en sus propios pensamientos, caviló…
—Esta historia, ya la he escuchado muchas veces, no es el primer paciente que me cuenta acerca de sus vivencias en ese estado, todas tienen algo en común. —Y con una señal le dijo al conductor del camión que prosiguiera.
—Jefe, no deseo que me crea lo que le estoy contando, pero quiero aclararle que su duda no desvirtúa en absoluto mi relato. —Otra vez, el Jefe, puso esa cara musical donde no afloraba ningún sentimiento, y el paciente continuó—. Observé todo lo que sucedía a mi alrededor, puedo identificar a la muchacha y al muchacho, los paramédicos, que me atendieron, aunque jamás los vi en forma consciente, los puedo describir como eran, también puedo identificar al conductor de la ambulancia, a quien aconsejaba, intentando ayudar en el transitar de su vehículo.
El Jefe fue solicitado por otro paciente, se levantó y después de asistirlo regresó al lado del conductor del camión.
—Jefe, yo seguía aquel cuerpo por todo el hospital, sabía que los médicos lo estaban esperando, los vi dando órdenes, sobre todo al especialista, quien, con una calma estoica, dirigía su fabuloso grupo. —La voz del conductor del camión, bajó un poco, observando el rostro musical del Jefe, sin notar nada en absoluto en su rostro—. El Médico Especialista, fue quien dijo, ¡lo tenemos!, en ese instante fui arrastrado a mi inerte cuerpo, como si este me hubiese succionado.
El Jefe, después de escuchar el relato, se levantó de su silla, y con su cara musical, se retiró pensativo, preguntándose.
—¿Qué tan creíble era la historia, contada por el conductor del camión?
GUSTAVO HERRERA BOBB
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