Corría tras aquel conejo, con morral colgando y la gomera en mano. Le asesté una piedra y el animal corrió hacia un tunal. Yo lo seguía emocionado, pensando en que estaba herido e iba a poder completar su cacería.
Luego detallé el sitio donde se escondió, queriendo no perderle el rastro. Avancé entre las tunas y ya lo veía claro y entonces apunté.
Cuando iba a asestarle la piedra final en la cabeza, escuché una voz desde un micrófono que decía mi nombre.
Volteé y vi una puerta hexagonal, corrí asustado y sin poderlo evitar caí en la vieja quebrada.
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