María termina la llamada y estrella el teléfono contra la base. Se toma la cara y descendiendo su cuerpo hasta desplomarse en el sillón, llora a moco tendido. Su hermana Josefina se levanta de la cocina y acude rápidamente a atenderla. Se sienta a su lado y le intenta quitar las manos que le cubren el rostro, tapando su vergüenza y su intenso llanto derrotado. No encuentra las palabras. No sabe como preguntarle si lo que temían es real. Si aquel rumor que le llego por Matías, el hijo de la mejor amiga de María que trabaja en el juzgado que atiende la sucesión de sus padres, no eran simples habladurías y temores que podían llegar a ser fundados por los muchos antecedentes de su hermano mayor. Cuando le quita las manos del rostro y ve las lagrimas correr a toda velocidad por el rostro de María, como si estuviesen regando un campo que sufre de una sequia galopante, junto con unos sollozos profundos que la hacen estremecerse en un horripilante escalofrió, termina de hacer contacto con que si, lamentablemente el rumor es real.

“Nos cago, Jose. Este hijo de mil putas nos cago”. Ahí estaba, las palabras que terminaban de condenarlas a ambas. ¿Cómo no lo vieron venir? Tantos años yendo detrás las miradas y las acusaciones cruzadas por ser las hermanas de. Su hermano era la peor escoria que había pasado por sus vidas. Un eterno chantajista y extorsionador que amarroco su fortuna cagando a dios y a maría santísima. ¿Y no se la vieron venir? Al final entendía que el llanto de María – y teniendo en cuenta los ojos vidriosos y la mandíbula temblante, el camuflado llanto de Josefina – No era una simple tristeza por perder la herencia de sus padres, sino también un llanto dedicado a su propia estupidez. A la estupidez que desemboca en la benevolencia. Esa benevolencia que una ama de casa y una maestra de primaria tuvieron hacia el chanta de su hermano mayor. En el que creían que no iba a hacer ninguna de sus horribles maniobras para cagarles ni un centavo de lo que debían cobrar de la sucesión. Claro, como a ella las balas nunca le pasaron ni cerca, solo tenían que fumarse los señalamientos. Pero un día cayeron ellas también. La peor parte es que necesitaban el dinero. El marido de María había sido despedido de su trabajo hacia pocos meses y la indemnización estaba desapareciendo poco a poco. Porque claro, una indemnización de unos pocos años de antigüedad de un obrero metalúrgico, no alcanza para cubrir el día a día una familia de 4 personas, y menos en el país en el que se encuentran. Josefina tampoco se la llevaba de arriba. Una maestra vive totalmente al día, y la plata de la sucesión iba a ser como una enorme isla en el mar turbulento en el que se sumía su subsistencia económica. De todas maneras, esto ya no corre más. El único que cruzará los brazos detrás de la nuca y se recostará en el living de una de sus casas en Miami será Ernesto. Ese hijo de puta, que, sin necesidad alguna, las dejo sin un centavo de toda una vida de trabajo de sus padres. Fue mas inteligente y perdieron. Pero todavía les queda una última ficha por jugar.

“La cosa era clarita. La sucesión tenia que hacerse por la casa de Ituzaingó y por el departamento de Castelar. Además de los autos, que no era un dineral, pero podíamos sacarle unos mangos también. El hijo de puta falsifico las firmas y vendió todo. Hizo todo por atrás. Claro, con los bochos que debe tener asesorándolo y que seguro le debe dar una enorme tajada de todo lo que nos afano, supo como hacer todo sigilosamente para que nosotras ni nos enteremos. Y ahora que esta por salir los bienes en la sucesión, resulta que quedan dos o tres pelotudeces para nosotros que no nos sirven de un carajo. Encima el hijo de puta se quiere hacer el benefactor y no se presenta como heredero. Pero claro, que se va a presentar si nos afano todo ya.” Cuando María termina su discurso, vuelve a caer rendida en el sillón y pierde su mirada en la de su hermana. Se miran un largo rato, acompañadas por una vieja canción de Sinatra que suena con un volumen bajísimo en la televisión. Josefina es la primera en hablar cuando el tema esta terminando. “Ya sabes lo que tenemos que hacer” le dice a su hermana, inclinando su cuerpo hacia adelante en actitud avasallante y determinada. Su hermana actúa distinta, niega con la cabeza y se tira más hacia atrás en el sillón hasta quedar completamente parapetada en los almohadones de seda verde. “No, Jose. No se si voy a poder. Yo…” arranca María, pero la voz de Josefina la interrumpe en un grito de furia: “María, déjame de romper las pelotas. Este sorete se cago en nosotras. Si es por él, podemos morirnos en la calle como dos perros y su mundo repleto de lujos va a seguir girando igual. Nos miraría de costados para asegurarnos de que estamos muertas y brindaría con champagne esa misma noche.” Termina su arenga parada enfrente de su hermana, que cuando Josefina enuncia la manera en que su hermano tomaría su muerte, vuelve a romper en llanto escondiendo el rostro en el cuenco que forma con sus manos. Esta vez el llanto es mas fuerte y se inclina hacia adelante, apoyándose con los codos en los muslos de las piernas. Josefina se vuelve a sentar, respira y se calma, esperando que su hermana haga lo mismo para poder tomar una decisión de una vez. María termina su llanto y se incorpora. Yergue su figura, y aspirando un par de mocos sueltos que le impiden el habla, mira fijo a su hermana y le contesta lo que Josefina esperaba oír. “Esta bien, si no queda otra.” Josefina le sonríe, se para y se sienta a su lado, acariciándole el pelo y el rostro le dice que estar todo bien. Ambas hermanas se miran con descontento. Están seguras de lo que tienen que hacer, pero el miedo es mas fuerte. Se funden en un abrazo y vuelven a llorar. Pero esta vez no por decepción o estupidez. Lloran aceptando su desafío.

María vuelve a levantar el teléfono. Pero esta vez no es para recibir malas noticias. Es para hacer una invitación. Lo cuelga y descuelga varias veces. No encuentra el valor para hacer la llamada que tiene para hacer, mucho menos para hacer brotar las palabras de su boca. ¿Cómo hace para fingir una charla amena con la persona que acaba de hipotecar su futuro? Tiene que intentarlo. Es parte del plan y la mirada fulminante de Josefina enfrente de ella la obliga a serenarse y a diagramar paso a paso que es lo que va a decir. Porque claro, tiene que ser ella quien invite a Ernesto a comer esta noche a su casa con la excusa de charlas sobre la sucesión. No puede ser Josefina, que ya tuvo varios chispazos con el y que la ultima vez que discutieron le pidió que no le dirija nunca mas la palabra. La conciliadora siempre era María. Era la que luego de unos días hablaba con cada uno por separado para ablandarlos y luego hacer que se amiguen en la próxima reunión familiar. Por lo menos ese era su rol cuando su padre vivía, que fue el ultimo en morir. “Hola” La voz ronca de un hombre le resonó en el parlante del teléfono. Se sobresalto de pronto y agito la cabeza para clarificar las ideas, repaso el discurso en una milésima de segundo y enuncio palabra por palabra. “Hola, Ernesto. ¿Como andas?” inicio la conversación María, actuando una cordialidad que le era muy propia. Que el trabajo, que los clientes, que los problemas con el divorcio y bla bla bla. Ernesto la aburrió durante un par de minutos, en donde ella solo pudo decirle que su marido y sus hijos se encontraban todos bien, y María ya no aguantaba escucharle la voz. Deseo gritarle “Hijo de mil putas, ojalá te pudras en el infierno” y por momentos se apoderaba de ella un nudo en la garganta que le daba ganas de preguntarle “¿Porque nos hiciste esto, Ernesto? ¿Qué te hicimos nosotras?”. Pero no dijo nada. Sabia que la naturaleza de un tipo como el, no discriminaba lazos afectivos y parentescos familiares. El solo corría detrás de la plata. Mientras haya más, pisaría la cabeza del que tenga que pisar. Por fin encontró un espacio para decirle lo que le tenia que decir. Lo invito a cenar a su casa, y luego de una larga pausa en la que trato de recordar si no tenía un compromiso, Ernesto acepto. María miro a Josefina y le levanto el pulgar, lo tendrían esa misma noche en su casa, sentado en la mesa que ahora estaba a las espaldas de María y que Josefina veía de frente. Observaba la cabecera. Allí se sentaría ese mal nacido. Allí lo tendrían a tiro durante toda la noche. Hasta que llegue el momento.

Su plan resulto a la perfección. Durante todo el día lo estuvieron repasando de principio a fin. Deambulaban por la casa de María, analizando cualquier situación o elemento que pueda llegar a turbarles el plan. María era la más dubitativa de las dos. “¿Y si se tiene que ir rápido? ¿Y si justo esta noche no quiere tomar nada? ¿Y si nos equivocamos de vaso? Josefina resoplaba y ponía los ojos en blanco frente a cada pregunta y le ofrecía una solución rápida frente a cada escenario. “Vos confía, va a salir todo bien” le repetía al final de cada solución. Esperaron. Cerca de la noche su esposo se fue a lo de Pedro, su mejor amigo, y los chicos estaban en el cumpleaños de Adela, una chica del barrio. Se fueron puntuales, como estaba acordado en los horarios prestablecidos que tenían con Josefina.

Paso una hora. Dos. Tres. Y las nueves y media sonó el timbre y una silueta esbelta se recortó en el vidrio translucido del alto de la puerta. María abrió y recibió con un beso a su hermano Ernesto, que de manera cínica la envolvió en sus brazos y la beso en la mejilla emitiendo un “hermanita” alargado, como si le estuviese hablando a una pequeña niña. A Josefina la saludo de manera mas fría, pero sin evitar la falsedad camuflada en un saludo enérgico de alguien que parece contentísimo de verlas. Se sentaron a la mesa y comieron como si nada. Hablaron de bueyes perdidos y de asuntos sin importancia. No tocaron para nada el tema de la sucesión, era un asunto cerrado para los tres. Como era de esperarse, Ernesto tomo vino. Demasiado. Sabían ambas que era la bebida favorita de su hermano y que no podía resistirse a un par de copas, si pasaba de la tercera, ya no tenia final. Siguió tomando hasta que las palabras se le resbalaron un poco y las oraciones tardaban mas y mas en formularse. Cuando deslizo uno o dos comentarios disparatados, Josefina falseo una risa estridente y miro de reojo a su hermana. Levantaron los platos y fueron para la cocina, dejando a Ernesto solo sentado en la cabecera de la mesa. Allí en la cocina actuaron rápido. María asomo la cabeza por la puerta y le pregunto a Ernesto si no quería un poquito de whisky. Después del vino, el whisky ocupaba el segundo puesto en la pirámide de bebidas alcohólicas de Ernesto Martínez. “Si como no” respondió Ernesto, acompañando sus palabras con un fuerte aplauso burlesco. “Esta borracho” pensaron ambas. Ese era el momento final para su plan que tanto habían repasado una y otra vez en el living de la casa de María. “Cuando este borracho le ofrecemos whisky, va a decir que, si no me cabe duda, varias veces lo escuche decir que un buen whisky aminora los efectos de varias copas de vino. Ahí agarramos tres vasos y a el de el le echamos el cianuro. Dos cucharaditas y listo.” Las palabras de Josefina se repetían como un eco en la cabeza de María. Tomo tres vasos y los lleno hasta el tope, le puso dos hielos a cada uno y a otro le agrego dos cucharadas bien cargadas del potente cianuro. Volvió a entrar en el comedor. Ernesto revisaba el celular y volvió a aplaudir cuando las vio venir con los vasos de whisky. “El de la derecha” se recordó María y se lo dejo primero a Ernesto enfrente. “Espectacular” dijo Ernesto, que volvió a alargar la palabra, para agregarle más entusiasmo a su agradecimiento. Josefina y María agarraron los suyos y se sentaron tranquilamente de nuevo. Ernesto estaba por dar un sorbo cuando freno la carrera del vaso hacia su boca y dijo “¿Saben que, chicas? … Creo que no se los digo muy seguido, pero las quiero muchísimo”

Elevo el vaso al aire y lo bebió hasta el fondo.

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