Leo flotaba en la negrura del espacio, su traje ajustado a la perfección, cada respiración un eco en la vastedad. En una misión destinada a cartografiar los confines desconocidos de su sector, una anomalía gravitacional lo había atrapado, arrastrándolo hacia un agujero de gusano que se desplegaba como una herida en el tejido del espacio-tiempo. Al otro lado, se encontró en órbita alrededor de un planeta de apariencia serena, sus sistemas dañados más allá de la reparación inmediata. La única opción: un aterrizaje forzoso.

Despertó en el crepúsculo perpetuo de un mundo cubierto de junglas densas y ciudades en ruinas, vestigios de una civilización perdida en el tiempo. Los días se sucedían sin cambio, un ciclo continuo de penumbra. En este planeta, Leo experimentó visiones: flashazos de otra vida donde no era un explorador del cosmos, sino un guerrero en un conflicto ancestral, luchando por su tribu en un paisaje que mutaba entre la selva alienígena y los campos de batalla de su Tierra natal.

Con cada despertar en el planeta, Leo se encontraba más enredado en la vida de este guerrero, sus desafíos y amores, una existencia marcada por la lucha y la pasión. Simultáneamente, luchaba por sobrevivir en un mundo no solo físicamente hostil sino también espiritualmente desconcertante, sus noches llenas de sueños que eran recuerdos de una vida que no podía haber vivido.

La dualidad de su existencia comenzó a desdibujarse. ¿Era Leo el astronauta, soñando con ser un guerrero de una era olvidada, o el guerrero, soñando con las estrellas? La búsqueda de respuestas lo llevó a las profundidades de las ruinas, hacia una tecnología antigua que resonaba con la energía del agujero de gusano por el que había caído.

Allí, descubrió que el planeta era un nodo en una red de mundos conectados no solo por puentes físicos a través del espacio, sino también por hilos tejidos en el vasto tapiz del tiempo. Los habitantes de este mundo habían aprendido a navegar estas corrientes, viviendo vidas múltiples en una rica tapestría de experiencias.

En el momento culminante, enfrentado a la decisión de permanecer en este cruce de caminos de realidades o intentar regresar a su vida original, Leo entendió que la verdadera exploración no era solo atravesar el espacio, sino también las profundidades de la existencia misma. Escogiendo abrazar la multiplicidad de su ser, Leo se dejó llevar por las corrientes del tiempo y el espacio, convirtiéndose en un viajero no solo entre las estrellas, sino entre las vidas.

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