Miércoles a media mañana, pocos clientes en el banco, era el momento ideal para cometer el atraco. Mi último asalto fue catastrófico; esta vez creo la suerte estará de mi lado, lo he planeado todo al mínimo detalle, nada puede fallar.
Entré encapuchado al banco y, antes de todo, eché un vistazo al lugar para verificar las rutas de fuga y para localizar al guardia de seguridad que hacia su ronda de vigilancia. Luego me dirigí hacia el cajero y, sin perder más tiempo, saqué mi arma, le entregué mi mochila pidiéndole que rápidamente la llenara con el dinero de la caja fuerte y grité para que todos me escuchen: «¡Que nadie se mueva, esto es un asalto!».
Un cliente que esperaba su turno en la fila comenzó a gritar apavorado y, sin saber qué hacer, ignoró mi orden arrojándose detrás de una vasija de barro que decoraba la sala. Para mi suerte, al caer la persona se golpeó la cabeza con el tiesto y se desmayó. «Un problema a menos», pensé. Con el guardia mi suerte fue diferente, él intentó detenerme luego que anuncié el asalto. Infelizmente, un disparo se escapó de mi arma en el forcejeo hiriéndolo de raspón en la pierna.
Luchar con el guardia no estaba previsto en mis planes, sin embargo, para mi fortuna la herida no fue grave y la alarma no fue activada. Ahora tenía que huir lo antes posible: me dirigí hacia el cajero, le arrebaté de sus manos la mochila llena de dinero y emprendí la fuga. Al salir, el cliente que se había desmayado volvió en si vociferando: «¡Esto es una pesadilla!». Entonces, no tuve más remedio que tomarlo como rehén para escudar mi huida.
Al salir corrí hacia mi coche que estaba aparcado a unos cuantos metros del banco, liberé al rehén y sin demora arranqué el vehículo saliendo a toda velocidad para huir lo más distante posible de la escena del asalto. Estando ya lejos, sano y salvo, y con el botín en mis manos, me dije a mi mismo: «a pesar de todo, el asalto fue un éxito».
Al día siguiente, el noticiero televisivo mostraba un reportero entrevistando al ex rehén del asalto al banco. En la entrevista, él decía que el guardia había identificado el vehículo que el asaltante había usado en la fuga y que él, estando como rehén, había visto el rostro del bandido. ¡Es verdad!, yo me había quitado la capucha en el coche y él era el único que podía haberme visto sin ella. Ahora la policía podrá tener un retrato hablado del asaltante y descubrir mi identidad. «¡Que mala suerte la mía!», pensé.
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