Si bajo por alguna cosa a la cocina, a calentar algo de comida, a por algo de agua, o cualquier motivo que me lleven al primer piso, el animal está allí, bien cerca de la puerta principal de casa, o en el sofá naranja de la sala que está en el primer piso, o es ese mueble grande que da contra la ventana al lado de la puerta principal. Supongo que se trata de una espera, una larga espera, que se lleva prolongando casi un mes entero.
El animal fue un encargo de la tía que se fue de viaje, a pasar el fin de año lejos, sin preocupaciones de ningún tipo, ni siquiera de carácter animal.
Yo acepté la petición a regañadientes, más por mi tía, antes que el animal. Porque conozco a mi tía, sus costumbres, hábitos y malas costumbres.
El animal, dada su naturaleza, prefiere estar solo y lejos de mi presencia. Yo lo dejo estar, en las ocasiones en que estoy en casa. No sabría decir si para su fortuna o no, ya que ocurre con frecuencia, porque tengo trabajo, porque tengo ánimos de divertirme, o porque simplemente quiero dar un paseo. Así pues, el animal se la pasa solo en casa la mayor parte del tiempo. De la misma forma, mi labor se limita en alimentarlo y tener su arenero limpio y fresco.
Resulta que el tiempo pasó y pasó. No sé decir si el animal extraña o no a mi tía. Por su comportamiento constante cerca de la puerta, me atrevo a decir que así es. Una que otra vez se acerca a mi cuarto, o a la cocina, o al baño, dónde yo estoy. No sé si a acompañarme o procurarse él mismo compañía, porque hay una diferencia muy grande entre decir que el animal me hace compañía o que el animal se procura compañía. Puede que gramaticalmente signifiquen lo mismo, pero emotivamente no. Una que otra vez me acerco para acariciarlo, pero en la mayoría de las ocasiones no se deja. Solo encuentro una ocasión propicia para hacerlo: Cuando se acuesta en el sofá naranja del primer piso. Me siento al lado de él, con sumo cuidado y reserva, para no espantarlo. Al estirar la mano, el animal se sobresalta, pero le digo tiernamente que tranquilo, que no le haré daño, y paso tranquilamente mi mano por su cabeza, acariciándolo, consintiéndolo. El animal recibe el gesto con cariño. Cerrando sus ojos, pareciera que intensifica la sensación que recorre desde su cabeza a lo largo de su cuerpo, ¿Imaginará que es la tía quien lo acaricia?
Después de la larga caricia el animal me observa, como solo los gatos saben hacer. En éstas ocasiones el corazón tiende a encogérseme, porque pareciera que en su actuar, en su forma de recibir mis caricias, en su forma de mirarme, pareciera que extraña a la tía.
Mientras tanto el tiempo sigue pasando y de la tía nada de nada. Ni siquiera una llamada, un mensaje para preguntar por el animal, saber si está bien o si al menos está, porque el animal no hace ruido alguno. Su ausencia es lo que más se siente, y en más de una ocasión me a pegado un susto de película en las noches, cuando cierro ligeramente la puerta de mi cuarto para mayor concentración, el animal se cuela en mi dormitorio, moviendo ligeramente la puerta y haciendo sonar sus goznes, como en las películas o secuencias de terror. Allí caigo en la cuenta de que el animal está, de que yo soy el encargado de ese animal. Si el animal descubriera una forma de escapar de casa, seguramente yo no me enteraría sino tiempo después, cuando por alguna razón recuerde a la tía, su ausencia, y mi encargo.
Hace poco, después de dos o tres semanas de la ausencia de la tía, escuché por primera vez el maullido del animal. Estaba yo en mi cuarto, concentrado en ciertos relatos en los que venía trabajando. Era de noche, así que la puerta de mi cuarto estaba ligeramente cerrada, pero no lo suficiente para que el maullido se filtrara por allí. Era ciertamente tierno, suave y delicado, nada comparado con la fuerza y potencia del maullido de los gatos de mamá. Yo me levanté de la silla y abrí la puerta. El animal estaba allí, así que había aprendido llamar antes que asustarme metiéndose a las malas por la puerta. Me mira con sus ojos grandes y penetrantes. ¿Qué desea el animal? Yo no sé entender esa mirada, y tal vez el animal espera que yo lo entienda, pero parecemos dos desconocidos que no se entienden ni por sus gestos. El animal mueve ligeramente la cabeza, con ese don de ternura que solo los animales saben desarrollar. Camina a mis pies y restriega su cuerpo contra estos. Yo no sé lo que eso significa, tal vez le hace falta comida, o agua o algo en el arenero. Subo al tercer piso, su hogar, el hogar de la tía, y encuentro todo en orden. El animal me vuelve hablar con su maullido y sale corriendo por el cuarto de la tía.
¿Por qué la tía demora tanto?
De cierta manera yo sabía que esto iba a pasar, pero lo que no sabía es que llegaría a este nivel de indiferencia y desentendimiento. De seguro el animal sabe, o conoce, o tiene una forma de reconocer el tiempo, porque ahora come más de lo debido y, en consecuencia, caga más de lo debido. La comida se le acaba, el arenero está constantemente sucio y oloroso. Yo me esfuerzo lo más que puedo por mantener todo como se debe, o al menos su comida en regla. Pero con el arenero es cosa diferente. Es generalmente en las mañanas, cuando salgo del cuarto temprano para el trabajo, que el animal me espera en la puerta, me habla con su maullido y me invita a que lo acompañe al tercer piso. Ya en las escaleras se siente el penetrante olor del arenero sucio. Yo le doy de comer y dejo el arenero para después. Cuando vuelvo del trabajo y subo al tercer piso, el arenero no hace más que confirmarme el desprecio que de cierto modo he desarrollado para con la tía. ¿Por qué se fue y dejo al animal así?
Así que, con una la palita, saco todos los residuos y desechos del arenero, los dejo en una bolsa y el olor se disipa, al menos un poco. De nada sirve abrir la ventana o prender una barrita de incienso. De esta forma, el arenero se va desocupando progresivamente y tarde me vine a dar cuenta que la tía no dejó más arena para el arenero. Lo mismo ocurre con la comida, que se va agotando mañana tras mañana. ¿Qué pasará cuando el alimento o la arena se acaben?
Pues nada, que tendré que ir a la tienda veterinaria a por comida y arena. Este hecho me exaspera, ya que, reconociendo mis responsabilidades como encargado del animal, no encuentro en consideración la compra de comida y arena. Eso debe ser responsabilidad del propietario del animal, ¿O me equivoco?
Si la tía tenía la certeza de que se demoraría, debió prever la demora. Pero conociendo a la tía como la conozco…
¿De qué sirve llamar a la tía y preguntar o siquiera avisar? Su naturaleza ligera y despreocupada la llevan a adoptar hábitos irresponsables. No es la primera vez y no será la última. Dicen que hierba mala nunca muere, pero esto es algo más que malo.
De seguro el animal sabe que la tía se demora más de lo debido, y como forma de queja o reclamo, o simplemente por el hecho de que encuentra el arenero lleno de suciedad, el animal se ha orinado y cagado en el sillón naranja del primer piso. Esto fue el colmo de mi paciencia, que la tengo corta. Tener que limpiar los desechos del animal fuera de su arenero… Al menos se hubiera orinado en el sillón de la tía.
Sabrán ustedes adivinar que ocurrió primero entre la llegada de la tía a casa o el agotamiento definitivo del alimento para el animal y la arena para el arenero. La dificultad que se presentaba a éste respecto correspondía al hecho de que el nombre del alimento lo desconozco. De seguro lo compra en algún almacén especializado y de seguro debe ser caro, y a juzgar por la presentación del paquete. Al corroborar el precio, no me quedo más opción que comprar lo más baratico y asequible a mi economía. Pero todo esto es lo de menos, el animal es la único y real víctima de todo el asunto. Me compadezco ante su paciente espera y lo menos que podía hacer por mi parte es alimentarlo y tratar de cuidarlo. Mi problema resultará el día en que la tía llegue. Lo imagino fácil y claro: La tía cruzando el umbral la puerta, muerta de la risa, preguntando si se ha demorado mucho y excusándose socarronamente. Yo no sé qué le diré cuándo el momento llegue. Tal vez no le diga nada, tal vez le informe que el animal se a cagado en el sillón del primer piso, o tal vez le diga que yo ya no volveré a cuidar el animal en su ausencia. Ella, por su parte, tratara de disculparse y yo le diré que no, que no se disculpe conmigo, sino con el animal.
Últimamente, el animal se deja ver más y me procura más compañía. Parece que ahora intercala su espera en la puerta principal de la casa con la compañía de mi persona. Al parecer, se está resignando, o se está haciendo a la idea de que la tía, finalmente, nunca llegará. Cosa que no es de extrañar, conociendo a la tía como la conozco…
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