A chilling carol

A chilling carol

DaelBeek

12/01/2024

El brillo de la luna aluzaba de forma lúgubre el pueblo de los Sieben. Sumergidas en un quisquilloso silencio, las calles por las cuales Micah transitaba temblaban de miedo por la malvada criatura que acechaba a sus habitantes, especialmente a los niños; pues días atrás habían encontrado varios cuerpos con las entrañas desparramadas en el suelo, y para rellenar la cavidad vacía, paja y piedras usó Frau Perchta, criatura responsable de tales atrocidades. Los días felices de navidad se habían convertido en una terrible pesadilla. 

A Micah le habían encomendado la misión de acabar con la criatura y así restaurar la paz en el pueblo, pero el mago sabía que una vez que algo lograba perturbar la tranquilidad de una comunidad, era difícil recuperarse del trauma, y aquellas secuelas ya comenzaban a divisarse en los adornos navideños alicaídos y fracturados en las casas de los Sieben. 

Recordaba de sus clases de criaturas mágicas que Frau Perchta tenía la apariencia de una espeluznante mujer vieja y demacrada, aunque también tenía la habilidad de transformarse en lo que ella deseara, inclusive en un gato negro con el ojo tuerto que en preciso instante observaba al mago desde la penumbra de un pilar. 

—Podemos hacer esto de la manera fácil o difícil —Micah se dirigió al gato mientras desenvainaba su espada, ninguna criatura se iba sin antes pelear—. Créeme, la difícil no será placentera, al menos para ti. 

De pronto, el gato saltó hacia el rostro del mago, dejándole un rasguño en el pómulo. Irritado ante la idea de que esa marca le afectara en su trabajo como modelo, Micah dio media vuelta y blandió la espada contra la criatura, ahora ya en su verdadera forma.

La horripilante mujer gruñía con enfado mientras esquivaba las estocadas de Micah, pero el mago resultaba ser prodigiosamente hábil con la espada y sus poderes otorgados por Auryn le daban una ventaja por encima de la criatura. Así que, cada vez que ella trataba de huir, Micah la obligaba a regresar usando un remolino de viento, una barrera de hielo, hasta una profunda zanja en el suelo. 

Entre torpes huidas y tajos finamente atezados, ambos se sumergieron en una sangrienta batalla. Micah sabía que si le cortaba la cabeza y luego usaba el fuego para incinerar a Frau Perchta, todo acabaría para antes de medianoche; sin embargo, no podía recurrir al Hwansu, puesto que se encontraban en una zona poblacional donde existía el riesgo de ocasionar un incendio. 

En el siguiente instante, la mujer logró derribarlo, haciéndole caer boca arriba contra la gélida alfombra de nieve. El mago trató de bloquearla con ayuda de su espada, pero ella daba mordidas al aire como un perro rabioso que se moría por clavar sus dientes en la piel de su víctima.

El aliento putrefacto, aunado a la mugrienta cabellera de la criatura, hicieron que Micah se retorciera por las insoportables náuseas, y a continuación, disparó una iracunda ráfaga de viento contra su adversaria quien salió expedida hasta lo más alto de los pinos. En su inminente caída, Micah blandió la espada y le atravesó el estómago con ella. 

Por un momento pensó que la batalla había terminado, así que le sacó la espada y contempló cómo se desplomaba sobre la nieve que había dejado atrás su color inmaculado. El carmín no tardó en expandirse y el mago se acercó a Frau Perchta para comprobar su fallecimiento. Pero grande fue su sorpresa al descubrir que la horripilante anciana se había transformado en una hermosa joven. La sangre le escurría a borbotones por las comisuras de los labios y la herida en su abdomen le dificultaba la respiración. 

—¿Quién eres tú? 

Micah seguía consternado, pero nunca bajó el filo de su espada. 

—Soy Frau Holle…—respondió ella entre jadeos —. Solía ser la Diosa del invierno, pero las creencias y el miedo de los hombres me convirtieron en un espíritu malvado. No podían aceptar que una mujer tuviera poder, así que me degradaron y me comenzaron a usar como una leyenda para asustar a sus hijos. —la mancha de sangre era cada vez más grande, la joven hablaba en un hilo de voz—. Les di lo que querían y ahora envían a otro hombre para matarme. 

El mago se quedó sin palabras, una gruesa capa de sudor y suciedad resbalaba por su frente. El objetivo de su misión había perdido sentido, sin embargo, sabía que Frau Holle ya no tenía salvación alguna, y aquello anidaba en él una inmensa culpa. 

—Termina lo que viniste a hacer, mago. 

En seguida, Micah le atravesó el cuello con la espada, robándole así el último suspiro de vida. 

Sus acciones en esa lúgubre noche navideña lo atormentarían por el resto de sus días. Había sido injusto: la muerte de una inocente mujer contaminada por el miedo y la soberbia de los hombres; una injusticia en la que él había participado. Micah comprendió entonces que no podía dar por sentado todas las “verdades” en el mundo; comprendió que todos, incluso los monstruos, podían ser víctimas de los humanos.

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