El gato

A raíz de tantos problemas que se me han presentado en mi cotidianidad, aprendí a comuflajearme de gato, eso sí, de un gato común y silvestre, no muy excéntrico, nada del otro mundo. Eso surgió un día de manera espontánea, mientras sostenía un diálogo un poco tenso con una señorita medianamente adulta en la galería gastronómica del Costanera Center. Ella muy amable se sentó frente a mí después de preguntarme si la silla vacía de mi mesa estaba desocupada, y yo sin dudarlo le permití usarla, y así lo hizo. No se porqué presentí en ella algo diferente, andaba con un montón de bolsas en sus manos de marcas de ropa, quien sabe, quizás se sentía algo solitaria y tal vez paleaba sus vacíos con compras innecesarias, claro está, que yo estaba pensando todo esto mientras degustaba de un delicioso sushi de salmón. Ella se veía muy rara, tenía en su mano un paraguas de cuero color verde, cargaba encima un gran sombrero panameño bordeado con flores y una bufanda en su cuello estampada de culebras, también con otro tipo de adornos que sentía que no encajaban para nada con su imagen. Yo no es que sepa de moda, a lo mucho cada vez que salgo de mi casa, si acaso, me visto de jean y camisa unicolor para no generar ningún tipo de impresión al respecto de mi imagen, con el único fin de pasar desapercibido en cualquier lugar que me encuentre. De repente esta señorita sin mediar palabras, ni dar previamente aviso, se quita el sombrero que haría entrever su extraña calvicie a medio camino. Yo me puse muy nervioso, me empezaron a temblar las manos, tanto así que se me hacía casi imposible remojar mis rollos de arroz sobre la salsa de soya, ya no estaba disfrutando a plenitud ese momento culinario. Ella se dio cuenta inmediatamente de mi tensión, a lo que me pregunta sin vacilar:

– Disculpe señor ¿Le parezco que soy una mujer fea?

Yo le contesto con una seguridad inquebrantable:

– No, en lo absoluto señorita. Pero lo que me parece es que usted puede qué esté pasando por alguna situación muy terrible en su vida, y le sugiero que por favor se calme.

Ella replicó

– ¿Cómo que me calme? ¿Te volviste loco? ¿Que me calme de qué? Usted no me conoce !!!Cómo se atreve a decirme tal barbaridad!!!

Su semblante cambió por completo, como si quisiera ensañarse en mi contra. Mis manos vibrantes sudaban y empezaba a notar que cambiaban su aspecto, hasta que poco a poco veía como mi piel se volvía mas belluda de lo normal, tomando un color café con manchas blancas, mis uñas eran pequeñas garras negras; no era el mismo, me había convertido en un indefenso gato. No podía seguir degustando de mi suculento sushi, ya qué se me hacía imposible usar los hachis o sostener con mis patas el plato asiático. Efectivamente, la mujer horrorosa tiraba de su bastón sobre mi espacio esparciendo todo lo que había en la mesa, buscando en lo posible como agredirme y eliminarme. Yo enseguida me escabullí huyendo muy asustado, trepando lo mas que pude sobre el toldito del restaurante japonés, mientras ella, la señora calva me increpaba con cualquier tipo de palabreria absurda, subiendo a la mesa, tambaleando y alzando hacia arriba su bastón de paraguas. Yo solo la observaba desde arriba, esperando espectante que viniera seguridad y la sacaran del recinto. Es muy difcil tener que pasar por todo esto, creo que no debí haberle dado esa sugerencia a la señora, sobre su calma, o mejor aún, compartir mi mesa con ella y no estuviera aquí maullando como loco por mi pronto rescate.

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