LA BIBLIOTECA ATENEO

Tras antes de ayer, luego de subir mi último post, Filadelfia, me quedé recordando la continuación de ese mi fantástico encuentro con el amor (que fue como una emoción…, una energía que me envolvió por completo sin ninguna explicación)…, y todo lo que pasó después. Por supuesto que esa fue mi experiencia personal, cada uno vive a su manera sus propios encuentros con lo que busca, y nada mejor que compartirlos para retroalimentarnos mutuamente, digo…

También se me vino a la memoria la vida (un poco desoladora) de María Callas (1923-1977). Le decían “la divina”, al igual que a la actriz sueca Greta Garbo (1905-1990). A María le decían “la divina” por su voz y actuación, y a Greta por su belleza y actuación… Luego, no podía faltar el recuerdo de mi madre, cuando con ella conversábamos de estos temas…, ella me ponía al tanto de la vida real y de su propio mundo y yo le revelaba los míos, mientras me zambullía por los ocultos laberintos de las bibliotecas y museos. 

Por eso me identificaba con Borges; porque laberintos, bibliotecas, infinitos, tiempo… eran temas recurrentes en él y… en mí. Borges me ayudaba a encontrar muchas respuestas valiosas…; pero las que yo encontraba, gracias a él…, ¿cómo compartirlas con él?… Por ejemplo, yo quería decirle lo que estaba significando para mí el Asterión, así también se llama al Minotauro, según la biblioteca mitológica de Apolodoro de Atenas, historiador (180 a.C.-120 a.C.). 

Fue en la Biblioteca Ateneo de la ciudad de Arequipa, calle Álvarez Thomas 312, que lo descubrí… cuando me internaba en su bosque profundo de frondosos árboles; ausentándome del mundo por largas y largas horas…, intentado encontrar ese misterioso método con el cual transmutar las energías humanas en divinas…; mientras transitaba por su temeroso laberinto de infinitas páginas de saberes ancestrales. Digo “temeroso” por su infinitud… y porque en todo laberinto existe un minotauro, ese misterioso guardián mitad toro y mitad hombre, que impide a los profanos llegar al primer templo sagrado de la Divinidad Suprema, el de Atenea, diosa griega de la sabiduría, adorada por los romanos como Minerva. 

Yo quería llegar al centro de ese famoso laberinto, tesoro de toda sabiduría, no había otro camino para mí…, la periferia no…; yo caminaría hacia el centro de ese enorme laberinto, aunque me produjese terror… y solo hubiese una opción: matar a ese minotauro o ser muerta por él. Y desde entonces vengo librando esa lucha feroz… En una de ellas (porque venimos librando varias batallas), le descubrí el rostro con un fuerte golpe de suerte que lo hizo tambalear, sin imaginar jamás lo que yo vería en su rostro… ¡Su rostro! ¡Ese rostro! ¡Ese rostro era el mío propio! ¡Era mi propio rostro! ¡Ambos estábamos mirándonos como en un espejo!… Este impacto fue tan fuera de toda lógica que hizo que yo rodara por el suelo… esquivando, a la velocidad de un rayo, su rudo golpe mortal… Aún me siento aturdida de sentir que ese minotauro es parte de mí, que ese minotauro soy yo, que él es mi otro yo…, justamente es el que no es…, es ese “ego falso” que me impide llegar al que verdaderamente es mi auténtico yo: el alma… o atma… o atman.


EL MINOTAURO

De George Frederic Watts (1817-1904), pintor y escultor inglés victoriano asociado con el movimiento simbólico.

Pintó el Minotauro en una mañana de 1885 y, diez años después, donó la obra (que es un óleo sobre lienzo, de 117 cm x 93 cm) a la Galería Tate, de Londres.

Por la forma como aparece el Minotauro en el cuadro, el observador queda forzosamente ubicado en el interior del laberinto.


EL MINOTAURO DE WATTS

Este es uno de los espléndidos óleos del pintor español José Ramón Díez Rebanal (1940) de su colección de Laberintos, quien dijo: “Este es el minotauro de G. F. Walls, el más patético y triste minotauro que jamás se haya pintado. Lo he colocado contemplando esta ciudad laberinto, pues quería simbolizar la soledad de esta desgraciada criatura”.

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