Cincuenta años antes, la mujer había volado de regreso a su casa con el féretro donde venía su marido, muerto de un infarto cuando estaban de vacaciones en Egipto.
Desde ese acontecimiento se acostumbró a resolver los problemas por si misma, sola crió a su hija y sola vivía desde que la hija se casó y se fue al extranjero. Ahora a sus 90 años, con el cuerpo encorvado y las manos temblorosas, Marie batallaba para arrancar las ramas secas del naranjo en su jardín.
Su casa estaba llena de libros que ya no leía por falta de vista, pero que la acompañaron cada vez que se mudó que fueron muchas. Después de que su hija se fue de casa, decidió probar un estilo de vida más tranquilo y peregrinó por diferentes lugares alejados del ruido y la prisa de la vida urbana. Cuántas cosas se perderían, cuántas vendería y regalaría en cada cambio, pero no sus libros, ni las viejas fotografías que colgaban en la pared. Se la veía de niña con sus padres, de joven montando un caballo en albardón, luego varias con su hija y finalmente con dos niños que serían sus nietos.
Aunque sufría achaques y su energía física estaba disminuida, Marie se mantenía activa y con una mente ágil y lúcida. Sus amigas la llamaban “la maestra” del bridge que jugaba dos veces por semana. Diariamente, escuchaba las noticias y se ocupaba de alguna labor doméstica. Por la tarde, veía algún documental o se entretenía haciendo crucigramas o navegando en internet, hasta que llegaba la hora de merendar.
Platicaba mucho de su juventud y era fácil imaginarla montando a caballo, jugando golf con su esposo, Pierre, o buceando en algún lugar de la Costa Azul. Toda esa actividad era historia y ahora su mayor placer era cuidar su jardín donde todos los domingos podaba las plantas, desyerbaba y regaba.
También disfrutaba la compañía de los estudiantes de francés que hospedaba en su casa con quienes platicaba a sus anchas. Yo fui su inquilina durante tres meses y aunque nos comunicábamos a medias porque yo apenas empezaba a estudiar el idioma, nos entendíamos.
Del que nunca hablaba era del difunto marido, de quien encontré una solo foto arrumbada y empolvada en el fondo de un armario. Era un hombre atractivo, vestido muy elegantemente, con expresión de arrogancia. Solo lo mencionó una vez cuando se refirió a su muerte y de inmediato se quedó ensimismada en silencio.
Cuando traté de contactar a Marie tiempo después, su hija me contestó que había fallecido al caerse de una escalera mientras podaba un árbol. En su epitafio debe haber dicho algo asi como “Hizo y dijo sólo lo que quiso, hasta morir”. “C’est la vie” como hubiera dicho Marie.
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