La luz de Michelle

Conocí a Michelle en una de mis noches en las que salía a buscarme para nunca encontrarme. Siempre iba al mismo bar, que a día de hoy miro con nostalgia al verlo convertido en una tapería. En aquella época era pequeño, oscuro y con la clientela lo suficientemente callada como para saber que cada uno estaba librando su propia batalla interior allí mismo.

-¿»Mijito, le negarás una cerveza a esta señora tan cansada»?- dijo mientras se sentaba en el taburete de mi lado. Esa fue su frase de presentación y el inicio con el cual, las dos siguientes horas ella hablaba y yo bebía.

Había venido a España desde la República Dominicana hace 4 años, huyendo de un marido que la maltrataba cada vez que la luna acampaba en el cielo.

-Cuando te miras al espejo y ves que has llegado al punto en el que tienes más moratones en la cara que dientes en la boca, mijito, sabes que el día de hoy puede ser el último- me decía apurando los últimos sorbos de su cerveza.

Durante los meses siguientes nos veíamos tres o cuatros noches a la semana. Ella hablaba y hablaba mientras yo la escuchaba en silencio. Pocas veces la interrumpía. Sus movimientos desgarbados y su sonrisa a la hora de explicar sus anécdotas denotaban que era una persona a la que nunca la habían dejado hablar durante más de cinco minutos. Había abierto la compuerta de una presa y disfrutaba enormemente con esos baños de verborrea.

Le encantaba la música en directo. Algunas veces íbamos a Jam Sessions donde ella se quedaba absorta escuchando y sintiendo los acordes de unos instrumentos que podía tocar si estirara el brazo. Yo la miraba de reojo y veía como se acariciaba lo que quedaba de su dedo anular derecho.

-¿Qué te pasó en el dedo?

-Esto me lo hice yo el día que me marché de mi tierra, Mijito. No quería seguir con nada que tuviera que ver con ese desgraciado que me pateó como una perra. Me quité la alianza y la tiré al lago más profundo, pero aún sin ella me sentía parte de él. Por lo que decidi cortar por lo sano- dijo acabando con una carcajada que me estremeció por completo.

Una noche de música, al salir e irnos cada uno para nuestra casa, ella me dijo con una sonrisa que aparentaba sin éxito sonar feliz:

-Algún dia, yo brillaré como esos músicos, Mijito. Algún día.

Esa fue la última vez que la vi. Volví al bar noche tras noche pero nunca más nadie me llamó de nuevo «mijito». Con el paso del tiempo dejé esa vida canalla y conseguí encauzar mi rumbo.

Muchos años más tarde, mientras estaba en una cafetería haciendo tiempo a que acabaran de pasar la revisión a mi coche, ojeando el periódico me encontré con la noticia de que un edificio abandonado había explotado al parecer sin motivos aparentes. Daños materiales mínimos pero una víctima mortal totalmente calcinada. No había forma de localizar a familiar alguno y al ser un edificio abandonado no había registro de empadronamiento.

-Algún vagabundo que estaría de ocupa ahí.- me dijo el dueño del bar al ver que me había puesto pálido..

Y es que la noticia acababa diciendo que solo se sabía que la víctima carecía de dedo anular derecho.

Cerré el periódico, pagué mi consumición y fui a recoger el coche mientras encajaba las piezas de aquella noche en la que Michelle me dijo que conseguiría brillar.

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