La conferencia que nunca terminó.

La conferencia que nunca terminó.

Juan, como buen y responsable abogado se despertó con el sonido del despertador. Era una mañana fría y gris, típica de invierno. Se levantó de la cama y se dirigió al baño. Se duchó, se afeitó y se cepilló los dientes.

Luego se vistió con un traje oscuro, una camisa blanca y una corbata roja. Se miró al espejo y con certera precisión se ajustó el nudo. Estaba listo para su gran día.

Bajó a la cocina y se preparó un café. Lo bebió de un sorbo mientras revisaba su agenda. Tenía que dictar una conferencia sobre el nexo causal en la Universidad Nacional. Era una oportunidad única para demostrar su prestigio y conocimiento.

Había trabajado duro en su presentación, repasando cada detalle y anticipando cada pregunta. Estaba seguro de que iba a impresionar a todos. Salió de su departamento y caminó hasta la parada del colectivo.

El tráfico era intenso y el ruido ensordecedor. Esperó unos minutos hasta que llegó el bus que lo llevaría a la universidad. Subió y buscó un asiento. El colectivo estaba lleno de gente, la mayoría estudiantes. Algunos leían, otros escuchaban música, otros charlaban en modo de parloteo.

El joven abogado se sentó y sacó su carpeta con sus apuntes. Los repasó una vez más, memorizando cada dato y cada cita. Llegó a la universidad con media hora de anticipación. Bajó del colectivo y caminó presuroso hacia el edificio donde se realizaría la conferencia. Entró y se dirigió al auditorio.

Era un salón amplio y luminoso, con capacidad para unas doscientas personas. Había un escenario con un atril, un micrófono y una pantalla. Juan se acercó al organizador de la conferencia, un profesor de la facultad de derecho. Lo saludó con un formal apretón de manos y una sonrisa acartonada.

– Buenos días, doctor. Bienvenido a la Universidad Nacional. Es un honor tenerlo aquí.

– Buenos días, profesor. Gracias por la invitación. Es un placer para mí compartir mis conocimientos con ustedes.

– Estamos ansiosos por escucharlo. Su conferencia ha despertado mucho interés. Tenemos un público muy variado: profesores, alumnos, abogados, jueces, periodistas…

– Me alegra saberlo. Espero estar a la altura de sus expectativas.

– No lo dude, doctor. Usted es una autoridad en la materia. Su trayectoria es admirable.

– Muchas gracias, profesor. Es muy amable.

El organizador le indicó al abogado que lo esperara en el escenario. Le dijo que en unos minutos comenzaría la conferencia.

Juan subió al escenario y se sentó en una silla. Miró al auditorio y vio que se iba llenando de gente. Reconoció algunas caras conocidas: colegas, amigos, clientes. También vio a muchos desconocidos: jóvenes, adultos, ancianos. Todos lo miraban con curiosidad y respeto.

El abogado sintió una mezcla de orgullo y nerviosismo. Quería hacerlo bien, quería demostrar su valía, quería dejar una huella. El organizador tomó el micrófono y se dirigió al público. Hizo una breve introducción sobre el tema de la conferencia y el currículum del abogado. Luego lo invitó a pasar al atril y le entregó el micrófono.

El público aplaudió con entusiasmo. El abogado se puso de pie y caminó hasta el atril. Agradeció al organizador y al público por su presencia. Luego comenzó su conferencia. Habló con fluidez y seguridad. Explicó los conceptos básicos del nexo causal, antecedentes históricos e importancia para la dogmática penal. Ilustró sus explicaciones con ejemplos, casos e imágenes. Usó un lenguaje claro y preciso, sin tecnicismos ni ambigüedades.

Su voz era firme y modulada, sin titubeos ni vacilaciones. Su gesto era sereno y expresivo, sin exageraciones ni rigideces. Su mirada era directa y atenta, sin distracciones ni evasiones. Su conferencia era un modelo de rigor y claridad.

El público lo escuchaba con atención y admiración. Asentía con la cabeza, tomaba notas, hacía preguntas. El abogado respondía con solvencia y cortesía. Había un clima de interés y participación. Todo iba bien, todo marchaba según lo planeado.

El abogado estaba satisfecho y confiado. Se sentía cómodo y seguro. Se sentía el dueño de la situación. Pero algo empezó a cambiar. Algo empezó a fallar. Algo empezó a salirse de control.

Juan notó que el público se ponía pálido. Luego, verde. Luego, gris. El público dejó de moverse. Dejó de respirar. Dejó de pestañear. El público dentro de un tiempo estacionado se convirtió en piedra.

El joven expositor no lo podía creer. No lo podía entender. No lo podía aceptar.

– ¿Qué pasa? ¿Qué les pasa? -preguntó con voz temblorosa. Nadie le respondió. Nadie le hizo caso. Nadie le prestó atención.

El abogado se sintió solo. Se sintió perdido. Se sintió preso de una realidad carente de sentido. Se sintió aterrado.

– ¿Es una broma? ¿Es una trampa? ¿Es una pesadilla? -preguntó con voz angustiada. Nadie le contestó. Nadie le ayudó. Nadie le despertó de esa pesadilla.

El abogado se quedó paralizado. Se quedó mudo. Se quedó petrificado. El abogado,  sin existir algún nexo causal, se convirtió en piedra. 

Aldo Rojas Padilla. 

Etiquetas: cuento suspenso

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