Abrí la puerta y entré.
Había una mesa en el centro, una pila de recuerdos, una silla y una botella de licor.
Encendí la radio y me senté. El ambiente estaba opaco, hacía un frío penetrante.
El eco de la habitación retumbaba en mis oídos
Empecé por destapar la botella y bebí un trago, no es posible enfrentar sobrio a la muerte.
Leí unas cuantas palabras y empezó a llover.
Masoquismo, confieso.
Debí salir de allí en ese momento, sin embargo, me quedé sabiendo que se aproximaba una sombra oscura, de la cual sería difícil escapar.
Leí, lloré, escuché y memoricé.
Releí, bebí y me embriagué.
Llovió torrencialmente, la luz se apagó, debió ser un rayo en medio de la tormenta, la causa de total oscuridad.
Quise salir y me levanté, pero esta vez caí. Intente otra vez y escuché su voz, la canción en la radio me nubló.
Lloré amargamente esa noche y varias noches más.
Asumí que lo única forma de salir de allí era viviendo está vez mi dolor, sin intentar tapar con un dedo el sol.
Ahora regreso frecuentemente a esa habitación.
Leo, lloro, escucho, memorizo.
La sombra oscura se ha hecho mi amiga, a veces llora conmigo.
Sigue lloviendo, pero le he cogido cariño al frío, ya no se me hace tan lejos la puerta, cuando busco aire y debo salir.
Seguramente tardará un poco el olvido, pero cuando llegue será certero y no habrá ninguna duda en querer regresar.
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