LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ


(Mis locos tiempos en la G.U.E. “Miguel Grau de Abancay)

Corrían los años 60’ del siglo XX y por esos tiempos escuchaba a mi padre cantar este tango con mucho sentimiento y sólo para él: “¡Siglo veinte cambalache, problemático y febril! El que no llora no mama y el que no roba es un gil…..¡Dale nomás! ¡Dale que va! ¡Que allá en el horno no vamo’ a encontrar!…..¡No pienses más sentate a un la’o que a nadie importa si naciste honra’o!…. Es lo mismo el que trabaja noche y día como un buey que el que vive de los otros que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley”. Ahora que lo recuerdo después de 60 años me parece que todo sigue igual.

Por esos años era presidente del Perú el arquitecto limeño Fernando Belaúnde Terry que ganó las elecciones de 1963 para gobernar hasta 1969. En Roma el sumo pontífice de la Iglesia Católica era el italiano Giovanni Montini que asumió su papado con el nombre de Pablo VI. En Estados Unidos de Norteamérica gobernaba el presidente Lyndon Johnson que asumió el cargo tras el asesinato de su predecesor John F. Kennedy en noviembre de 1963, para entregarlo al presidente Richard Nixon en enero de 1969.

En el año 1966, como seguramente lo habrán hecho varios compañeros de mi promoción, llegué a la Gran Unidad Escolar “Miguel Grau”, para terminar la primaria y allí mismo empezar la secundaria. Por suerte me tocó llegar a las manos del profesor Efraín Viladegut Gutiérrez que además era su Director, quien me hizo entender que el arte de enseñar y aprender podía ser un juego que solo necesitaba prestarle la máxima atención.

Mi nuevo colegio era el más grande y nuevecito de la ciudad, aunque un poco más lejos, porque mi anterior escuela “La Prevo” estaba a la vuelta de mi casa, pero eso no importaba, pues todo aquello desconocido que me rodeaba era completamente nuevo y en todo sentido más extraordinario, ya que tenía un local más amplio formado por dos grandes pabellones de dos pisos cada uno con muchas aulas y un formidable patio de cemento y varios más pero en estado natural. También tenía varios profesores y un montón de alumnos de todas las edades superiores a la mía y los más veteranos eran los de quinto de secundaria a quienes yo los veía viejos, como a señores.

Lo más increíble era que no tenía paredes y estaba rodeado de un enorme bosque de eucaliptos. Para llegar hasta ahí debía pasar por la puerta de la capilla del Señor de la Caída y cruzar un puente sobre el río Olivo.

Lo primero que hicimos los más palomillas y acostumbrados a pasearnos por la campiña abanquina, fue investigar qué había bosque adentro. Así supimos que hacia el Norte uno se tropezaba con una enorme acequia que se llamaba Chamanayarcca. Pasando ese canal no convenía ir más arriba, porque había algunas chacras donde ladraban feroces perros.

Hacia el Oeste se podía llegar a un enorme reservorio de agua que quedaba al pie del Sector Pucapuca, donde según una vieja leyenda era muy peligroso bañarse en sus aguas, porque del fondo de ese estanque podía salir una desdichada mujer, que en medio de una locura de amor se había matado en ese pozo, y sin ningún aviso “jalarte de las patas” hasta el fondo, pensando que eras uno de los hijitos del amante traicionero.

En el sotobosque de aquel eucaliptal crecían pastos naturales y muchos arbustos y matorrales de huaranguayes, tucnaes, chamanas, lenguaywacas, pikipichana, anispampa, higuerillas, tunales, molles, etc., y algunas pencas de maguey, matas de retamas y en los lugares húmedos y los cercos unas cuántas ciracas y maticos, por donde correteaban nerviosas las lagartijas ya casi al borde de la extinción por culpa de los mocosos que las perseguían para matarlas.

También y según la estación había muchos jesjentos, huayronccos, chillicos, tancayllos, ninacaras, pachacchaquis, wilcas, avispas, langostas, hormigas como las sisis que eran pequeñitas y picaban muy fuerte, las negras que andaban sobre los arbustos, y por los suelos trajinando sobre sus propios caminos las grandes hormigas marrones trasladando su carga de pastos y yerbas cortadas hasta su hormiguero y muchas mariposas que revoloteaban de flor en flor y sin que lo notáramos algunas hacían su metamorfosis en nuestras propias narices. Y por los días del inicio de la temporada de lluvias se aparecían algunas apasancas negras y una que otra de color marrón.

Sobre las ramas de los eucaliptos y los altos molles se posaban y cantaban muy temprano en la mañana y al atardecer muchos pichincos, cuculis, urpis, chaiñas, tuyas, chihuacos, checcollos y revoloteaban velozmente algunos picaflores.

Por el Sur estaba el barrio y el estadio “El Olivo” y le seguía una ciudad que iba creciendo a toda prisa, gracias a la expropiación de la hacienda Patibamba. Por el Este corría el río Olivo que aun venía todo el año y en tiempo de lluvias se tornaba peligroso para los pikis. Allí construíamos nuestras pozas para bañarnos en calzoncillos en el “tiempo de baños” que empezaba después de las vacaciones de medio año hasta la clausura del año escolar.

Lo que más nos emocionaba era que dentro del bosque existían montones de grandes piedras calcáreas por todos lados. Esos eran los lugares perfectos para encontrarnos y jugar sin descanso. Más tarde cuando nos llegó la adolescencia se convirtieron en nuestros escondrijos para hablar de la vida, las muchachas, escuchar música y fumar.

Por aquellos tiempos sucedieron muchos acontecimientos económicos, políticos, sociales y culturales que cambiaron la historia del Perú y del mundo y todo eso podíamos saberlo gracias a la onda corta de las radios a tubos que teníamos en casa. Inquietos por saber algo más allá de todo lo monótono que pasaba en Abancay que por ese entonces solo alcanzaba a ser un pueblo que crecía.

Y como ya sabíamos en qué punto del dial podíamos sintonizar las trasmisiones en español de Radio Francia Internacional, la BBC de Londres, Radio Nederland de Holanda, Radio La Voz de América y otras, podíamos conectarnos con el mundo exterior. Por las noches sintonizábamos Radio Miraflores que llegaba con todas las novedades musicales de Lima y el exterior.

Otro acontecimiento que estaba sucediendo fue que en esos tiempos nuestro departamento ya se encontraba conectado por carretera con muchos lugares de la Sierra y con todas las ciudades de la Costa. Bueno pues, por esas carreteras se fueron y se estaban yendo a buscar mejor porvenir los colonos de las haciendas de todas partes, de modo que en los años 60’ del siglo pasado ya no producían como antes porque ya no tenían colonos y sus dueños comenzaron a venderlas por parcelas a quienes podían pagar algún precio por esas fracciones.

Eso estaba sucediendo por estos lares, porque hacía buen tiempo había llegado la idea de que para hacer dinero y lograr preminencia social, ya no servía la economía agraria basada en las prestaciones personales a cambio del uso de las tierras del latifundio, sino a través de un sistema económico y social basado en la propiedad privada de los medios de producción, la fructificación del dinero y la concurrencia de sus actores en el mercado. Esa herramienta se llamaba capitalismo.

De otra parte, por esas mismas carreteras llegaron a estas tierras las doctrinas políticas del Marxismo, Leninismo y Maoísmo que preconizaban la propiedad conjunta de los medios de producción y la eliminación de las clases sociales, la dictadura del proletariado en la etapa socialista y la eliminación del Estado en la fase comunista. Y que la religión era el “opio de los pueblos” y los curas eran los cómplices de la desigualdad y la injusticia social que alentaba el capitalismo, pero a nuestra edad eso todavía nos tenía sin cuidado.

Por esas mismas emisoras también nos enteramos del nacimiento en los Estados Unidos del jipismo que era un movimiento contracultural, libertario y pacifista. Los jipis escuchaban rock psicodélico, groove y folk contestatario, abrazaban la revolución sexual y creían en el amor libre. Por esos años miles de jóvenes norteamericanos y particularmente los jipis se rebelaron contra el estado de cosas y contra la guerra en Vietnam, para no ser usados como carne de cañón en un conflicto que consideraban, absurdo. Muchos de ellos buscaron formas de experiencia poco usuales en esos tiempos, como la meditación.

Debido a su rechazo al consumismo optaron por la simplicidad voluntaria, ya sea por motivaciones espirituales, religiosas, artísticas, políticas y ecológicas. Algunos participaron en el activismo radical y en el uso de la marihuana y otras drogas “pesadas” con la intención de alcanzar estados alterados de conciencia. Por esos años veíamos que algunos jipis pasaban por Abancay con rumbo al Cusco. Cuando sabían hablar castellano nos decían que estaban yendo a Machupicchu, porque allí se estaba trasladando el nuevo centro magnético de la tierra y será por eso que incluso ahora se le considera un lugar energético a nivel mundial.

Por ese medio también nos enteramos de la intervención de Estados Unidos en la guerra de Vietnam apoyando al régimen de Vietnam del Sur, en guerra contra el Vietnam del norte apoyado por la ex Unión Soviética. Otra cosa que supimos y esta vez por los periódicos también, es que en Inglaterra y el mundo entero se desató la beatlemanía con el rock de The Beatles, conformada por John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr.

Por esos años también llegamos a enterarnos de la llamada “Guerra de los Seis Días” entre Israel y los estados árabes vecinos, mientras en Bolivia, militares capturaron vivo y mataron al guerrillero Ernesto “Che” Guevara, que en su juventud había pasado unos días en Abancay según su libro de notas llamado “Diarios de Motocicleta”, mientras que en Sudáfrica el doctor Christian Barnard realizaba el primer trasplante de corazón de la historia.

También supimos que en Francia se produjeron las revueltas estudiantiles de mayo del 68 iniciada por grupos estudiantiles contrarios a la sociedad de consumo, el capitalismo, el imperialismo, el autoritarismo que en general desautorizaban los partidos políticos, el gobierno, los sindicatos o la propia universidad. También nos llegamos a enterar que en Memphis (Tennessee) fue asesinado el ganador del premio Nobel de la Paz de 1964, Martin Luther King, activista que desarrolló una labor crucial en EE.UU. al frente del movimiento por los derechos civiles para los afroamericanos y que protestó contra la guerra de Vietnam y la pobreza en general.

En el Perú, el día 03 de octubre de 1968, el general Juan Velasco Alvarado derrocó al presidente constitucional Fernando Belaunde Terry, y en junio de 1969, promulgó el Decreto Ley Nº 17716, “Ley de Reforma Agraria”, con el que puso fin a las haciendas y al gamonalismo. En Apurímac se expropiaron 116 haciendas y revirtieron a propiedad del Estado varios fundos considerados como predios abandonados o de tierras eriazas, en total se afectaron más de 600,000 hectáreas. Dentro del proceso de Reforma Agraria en las tierras de las principales haciendas se crearon 25 Cooperativas Agrarias de Producción que luego de fracasar estrepitosamente, finalmente acabaron siendo parceladas y adjudicadas como Unidades Agrícolas Familiares o convertidas en Comunidades Campesinas.

Fue particularmente emocionante escuchar en directo la llegada del primer hombre a la Luna a cargo de la misión Apolo XI y cómo el 20 de julio de 1969 el astronauta Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre en pisar la superficie lunar pronunciando su célebre frase: “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

Lo que nos gustó mucho a algunos de nosotros y fue motivo de una tarea para Ciencias Sociales que lo desarrollamos en una chichería, bebiéndonos unos “bayos” y jugando al “tejo”, es que en el Estado de Nueva York, del 15 al 18 de agosto de 1969 se realizó el Festival de Woodstock, considerado el festival hippie de rock más grande de la historia mundial, que fue registrado en un documental titulado “Woodstock: 3 días de paz y música”, ganador de un premio Óscar.

De ese festival se quedó grabado en mi mente y en mi corazón la canción With a little help from my Friends (Con una ayudita de mis amigos) interpretada por Joe Cocker. Seguramente en homenaje a todos mis verdaderos amigos que en mis momentos de necesidad supieron darme una mano, como algunos que aún hoy saben hacerlo, pero de modo espiritual, que a estas alturas de la vida es lo que más falta nos hace.

Y así nos íbamos enterando de muchos acontecimientos trascendentales de la historia mundial, aunque sólo después entendí en qué dirección y medida habían afectado mi vida, pero la más inmediata fue mi vivo deseo de salir, salir y salir del pueblo.

Lo que sí nos alcanzó y afectó ahí mismo fue el movimiento musical y cultural denominado la Nueva Ola, que derivado del rock and roll y de los patrones de la cultura pop de Europa fue un creciente fenómeno hispanoamericano. En nuestro país, las primeras bandas de rock surgieron a finales de los años 50’. Pero las bandas más importantes de los años 60’ fueron Los Saicos, Los Shain’s, Los York’s, Los Silverston’s, Los Doltons, Los Belking’s, Los Datsuns (Huancayo) y Los Spectros (Cusco), etc.

Aunque decir Nueva Ola era para denominar a los artistas de la escena beat, pero casi de inmediato se usó también para involucrar a los baladistas, pues sus letras románticas aparecían en las listas de los éxitos musicales del momento, porque muchos de ellos tenían una influencia directa de Los Beatles. Los baladistas que más escuchamos en nuestros tiempos de estudiantes del “Miguel Grau” fueron Palito Ortega, Leo Dan, Sandro, Roberto Carlos, Nelson Ned, Nilton César, Los Ángeles Negros, Los Cinco Latinos, Los Galos, Los Golpes, Jimmy Santi, Los Pasteles Verdes, César Altamirano, Pepe Miranda, Gustavo Hit Moreno, Joe Danova, Los Iracundos, Los Shakers y muchos otros más.

A esa pléyade de “nuevaoleros” se sumaron los españoles Julio Iglesias, Marisol, Raphael, Rocio Durcal, Nino Bravo, Jeanette, Massiel, Mari Trini, Miguel Ríos, Los Brincos, Los Diablos, Los Bravos, Los Pasos, Los Gritos, La Formula V, Santabarbara y otros. Aclarando que a todos no les gustaba los mismos. También nos llegaron los éxitos de otros artistas europeos que cantaban en español como Adamo, Nicola di Bari y Charles Aznavour y Albert Hammond.

Seguramente a muchos de mis compañeros les gustaban nuestros huaynos y en general la música folclórica nacional, pero en esos tiempos y en la ciudad era muy difícil que te confesaran esa afición.

Algunos comenzaron a mostrar con mucho orgullo su gusto por la música “chicha” que era una mezcla de música tropical (la cumbia, el son, el mambo y la guaracha) y la música andina principalmente el huayno, que con mucha “pegada” estaba surgiendo en los barrios populares y barriadas de Lima, de la mano de Los destellos, Los ecos, El grupo maravilla, Los girasoles y otros.

Felizmente la juventud actual tiene menos prejuicios y más libertad para asumir, consumir e interpretar nuestra música autóctona, y eso: “¡No le importa a nadie!”.

En aquellos tiempos te vestías como podía vestirte la economía de tu familia. Como fuera, la ropa tenía poca importancia porque las principales horas de los días más importantes de la semana te la pasabas enfundado en el bendito uniforme kaki y los sábados y domingos, sino estabas ayudando en la casa, andabas en trusa por las piscinas y los ríos, jugando al futbol o caminando en ropa vieja por la campiña.

Aun así, no nos faltaron las ganas de vestir algo peculiar y si lo permitía el presupuesto familiar podían darte algunos gustos que se reducían a mandarte confeccionar unas camisas de colores llamativos algo cercanos a la psicodelia, eso sí de manga larga. Pantalones de boca ancha y sacos de paño cuyo borde inferior debía llegarte a la altura de la punta de tus dedos, o sea a medio muslo. Debía habernos quedado muy bacán porque nosotros andábamos muy felices con esos trapos.

Antes de nuestra adolescencia las únicas fiestas que existían eran la que se hacían en casa para festejar los cumpleaños de los adultos. Se suponía que estas debían ser la “fiesta” para todos los miembros de la familia, desde el más pequeñito hasta el más anciano.

Pero de pronto por todos lados comenzaron a celebrarse las fiestas de los quince años de las chicas. Esas fiestas, como lo son ahora, eran bastante ceremoniosas y su fin era presentar en sociedad a una petiza que estaba dejando de ser una niña para convertirse en una señorita. Creo que de ahí surgió la necesidad de vestirnos de un modo menos cotidiano y más formal, porque si estando invitado querías asistir como te diera la gana, simplemente no te dejaban entrar y “a llorar al Mariño”.

Como algunas veces no eras invitado a esas fiestas porque el hermano de la quinceañera te odiaba o porque no éramos del agrado de sus padres o simplemente porque no nos conocían, o habiendo sido invitados no asistíamos porque a veces esas fiestas eran demasiado aparatosas, donde con mucha alharaca, igual a una gallina clueca, la madre de la cumpleañera se pasaba dando órdenes por todo sitio, o también porque la música seguía siendo la de siempre: Celina y Reutilio, Los Compadres, La Sonora Matancera, Hugo Blanco y su Arpa Viajera y la infaltable música criolla, etc., entonces resultaba que la fiesta no era de tu agrado y siendo así no valía la pena gastar en un regalo.

Así que, gracias a la generosa modernidad de algunos padres y sin supervisión, porque éramos unos jovencitos “responsables”, en las salas de sus casas comenzamos a organizar nuestras propias fiestas “psicodélicas” con música nuevaolera, rockera y algunas baladas de moda para bailar pegaditos. La música salía de nuestros propios discos, la comida era bastante misionera: chicha morada (a veces limonada nomás) y unas cuantas empanadas callejeras. Los focos de todas partes estaban forrados con papel celofán de varios colores y por ahí sobre una mesita una calavera sobre la que ardía una vela y otros estrambóticos adornos más. Esas fiestas acababan a las diez de la noche en punto, porque era la hora en que las madres de nuestras invitadas las venían a rescatar.

Felizmente nuestro futuro ya lo habíamos decidido como a nosotros se nos había ocurrido. El mío era salir de Abancay apenas acabara la secundaria. A dónde, cómo, con qué, no sabía. Pero el para qué si estaba muy claro, vagar por el mundo. “Libre, como el Sol cuando amanece, Yo soy libre, como el mar. Libre como el ave que escapó de su prisión y puede al fin, volar. Libre como el viento que recoge mi lamento y mi pesar, camino sin cesar detrás de la verdad y sabré lo que es al fin, la libertad…” Eso se lo contaba a todos mis amigos, pero las que más se admiraban y hasta envidiaban eran mis amigas.

“Si yo fuera hombre” solían decir suspirando, para hacerme saber que siendo así, harían mucho más que yo. Algunas llegaban a renegar que la moderna “libertad” que ya estaba brillando en todas partes del mundo fuera para un solo género. ¡Querían también ser libres! Entonces hacían lo único que podían permitirse sin pedirle permiso a nadie y era enamorarse, pero “enamorarse hasta las patas” y terminar embarazadas y metidas en algo más grande y de mayor compromiso, la maternidad. Esa fue su salida al exterior, si no era de su casa, por lo menos fuera de las reglas que había dictado para el beneplácito de su familia, la educación religiosa. Otras se metieron en la cabeza aquella frase que proclama: “Sólo hay un bien: el conocimiento” o algo así por el estilo y se hicieron profesionales.

Por esos años no solo las fiestas psicodélicas se pusieron de moda, sino los clubes de jóvenes. Uno que recuerdo era un círculo que los curas de la parroquia de Abancay habían organizado en torno al coro y los acólitos de la catedral y tenían su local en la avenida Lima, donde había una mesa de Pingpong, solo para los socios, una guitarra, un banyo, una pandereta y una flauta y un tocadiscos donde sonaba y no dejaba de sonar “El último beso” de los Doltons, que tampoco podías tocar. Otro club que los curas organizaron estaba en la capilla del Señor de la Caída, al que ni siquiera llegué a acercarme porque sus socios eran algo más silvestres.

Lo que sí estaba de moda, como en todo el Perú, era el club de admiradoras del cantante español Raphael, formado por las chicas del Santa Rosa. Nunca llegué a enterarme si allí se hacía algo más que chiflarse por su ídolo, hasta que se nos ocurrió formar un club mixto en torno a las fiestas, la nuevaola y el rock para diferenciarnos del resto. Aunque no fue precisamente por eso, sino por lucir a nuestra regalada gana, comenzamos a vestirnos con pantalones hechos de bayeta, coloridas camisas y ojotas de jebe de la calle Miscabamba y llamarnos la “Generación 2000”.

La primera reacción de simpatía y admiración a esa rebeldía vino de algunas chicas del colegio Santa Rosa, pues pintaron en sus maletines de lona con letras grandes y bonitas “Generación 2000”, como señalando que eran o querían ser nuestras socias. El local de este extravagante club era la calle, la Plaza de Armas, las fiestas que organizábamos, los cines y la piscina Cristal. No sabíamos exactamente porqué, pero nuestros contemporáneos comenzaron a hacer correr en el colegio el chisme de que nosotros éramos unos jipis borrachos y fumadores de marihuana junto a nuestras socias que bailaban desnudas frente a nosotros y que después hacían el amor con todos.

¡Bueno hubiera sido!, pero ese rumor llegó al colegio donde los profesores y auxiliares, que desde siempre nos tenían ojeriza, se lo “creyeron” a pie juntillas solo para fregarnos más. Pero ahí no quedó todo, algunos padres de familia de los adolescentes de ambos sexos también se lo creyeron y hasta la policía nos puso en su radar.

Una noche cualquiera. Como siempre estábamos en la Plaza de Armas escuchando nuestra música en un tocadiscos portátil de plástico que tenía la forma de un libro cerrado cuando estaba apagado y de uno abierto a la hora de funcionar. Cuando de pronto se aparecieron cuatro policías que amablemente nos invitaron a acompañarlos a la Comisaria, muy bien, fuimos y cuando llegamos nos dijeron que en cualquier momento el Mayor (no recuerdo su apellido) vendría a calificarnos y después nos iríamos a nuestras casas.

Después de morirnos toda la noche de frio, el Mayor se apareció a las ocho de la mañana con la camioneta de la policía a la que nos hicieron subir y nos llevaron directamente al colegio que estaba en plena formación de la mañana. Nos condujeron hasta el proscenio y nos entregaron al Director y se fueron. El Director nos hizo una señal para que lo siguiéramos a su Despacho y fuimos tras él, de allí salió a terminar la rutina de la formación y cuando los alumnos ya estaban en las aulas se apareció y quiso amonestarnos muy severamente.

Fue entonces cuando nos salimos de su oficina alegando que lo que nos había pasado no fue dentro del colegio y que teníamos que ir a nuestras casas, para quejarnos a nuestros padres por el abuso que habíamos sufrido siendo menores de edad y que después vendríamos al colegio a asistir normalmente a nuestras clases.

Quiso decirnos algo más, pero lo miramos con tanto odio que se refrenó, porque estábamos seguros de que esta trampa nos lo había tendido él, contando con la complicidad de ese “tombo” abusivo, porque casi siempre que pasaba por las inmediaciones de la Plaza de Armas, no nos interesaba su presencia y al parecer eso no le agradaba, seguramente porque estaba acostumbrado a que los alumnos le tuvieran miedo en cualquier sitio. “Si no traen a su padre o su apoderado, no ingresarán al colegio”, nos amenazó.

Mi madre que era enemiga de los abusos y la mejor amiga de sus hijos, después de escuchar nuestras quejas se fue a la Comisaría a pedirle una explicación al policía. Cuando se entrevistó con él, ella con la voz amable y firme que tenía le dijo que era esposa de un buen ex Guardia Civil y hermana del Oficial fulano y después le preguntó por qué motivos nos había secuestrado toda la noche sabiendo que éramos menores de edad. “¿No correspondía llamar a sus padres para decirnos qué estaba pasando? y no llevarlos hasta la formación del colegio para hacerles pasar la peor vergüenza”.

También nos contó que el Mayor le dijo que él no tenía la culpa, sino los policías que nos habían detenido y sin que él lo supiera nos habían retenido toda la noche. Cuando le pidió el nombre de los policías para denunciarlos ante el Juez de Menores, por fin y lleno de cólera y vergüenza le contó que ese pequeño incidente había sucedido solo por haber atendido la súplica del director del colegio y solo con el sano propósito de que los alumnos se dedicaran a hacer sus deberes, estudiar y dormir temprano y no estar andando en la calle hasta altas horas de la noche.

Para calmarla le mostró el Cuaderno de Ocurrencias de la Comisaría, donde no aparecía ningún reporte de nuestra detención y que gracias a eso no tendríamos antecedentes. Mi madre le refutó: “¡Qué bien! Habrían podido matarlos y como eso no estaba escrito en ese cuaderno, ¡no pasaba nada!”. Nos contó que el oficial no supo que hacer y se limitó a disculparse de todo corazón y hasta le devolvió nuestro tocadiscos y los discos, que ya estaban sonando en el dormitorio de los policías.

Cuando fuimos al colegio el director había desaparecido, probablemente porque el Mayor le contó por teléfono lo que había sucedido. Por ahí se apareció el auxiliar que más nos odiaba para decirle. “Señora no pasó nada, ni va a pasar algo. Los chicos tienen que atender sus clases”. Después me enteré que estaba escondido en la Dirección. Más adelante la “maestra vida” me enseñó que todos los abusivos son cobardes.

Para despedirse mi madre nos dijo que todo debía quedar tal y como estaba, porque todavía debíamos estar en el colegio para acabar la secundaria, no sin dejar de regañarnos por todas nuestras chifladas ocurrencias y que si no habríamos pasado otras noches fuera de la casa ella habría adivinado que estábamos en la Comisaría. Después de eso le supliqué “Vámonos a casa mamá. No hemos dormido nada y tenemos hambre”.

El rumor que desató aquel suceso se convirtió en un colosal chisme de alcohol, drogas y muchachas desnudas bailando para nosotros en la Plaza de Armas y otras tantas versiones más. Hasta hubo una muy graciosa que decía que mientras nosotros estábamos en plena orgía, temblando y en pijamas con un candelabro encendido en la mano salió de la parroquia el Obispo de Abancay para suplicarnos que lo dejáramos dormir, pero nosotros le respondimos arrojándole una botella de vino vacía que le reventó justo delante de los pies y por eso el buen hombre de dios no tuvo más remedio que llamar a la policía.

Más adelante ya lejos de estos lares me vino a la memoria ese episodio, cuando escuché una canción de Joan Manuel Serrat que en sus últimos versos decía: “…Escapad gente tierna que esta tierra está enferma y no esperes mañana lo que no te dio ayer. Que no hay nada que hacer. Toma tu mula, tu hembra y tu arreo y sigue el camino del pueblo hebreo y busca otra luna. Tal vez mañana sonría la fortuna y si te toca llorar es mejor frente al mar.”

Cuando por fin acabó la secundaria con todo y su fiesta de promoción, nos despedimos de Abancay, según nosotros para siempre. Por mi parte, gracias a los conocimientos de mis profesores del “Miguel Grau” y a mi afición de leer bien y bastante, sin necesidad de ninguna academia ingresé a la Universidad Nacional “Federico Villarreal” a Estudios Generales en el primer intento junto a mí entrañable amigo Alberto Gonzales Infantas “OA”. Cuando un día nos encontramos en el patio de la “U”, se reía de un auxiliar que le había preguntado. “¿Vas a ir a Lima? Mejor por qué no te quedas en Abancay, aquí la cárcel es más tranquila”. Y acotó. “¡Puta madre! ¿En el colegio creerán que estamos en la universidad?” Yo le respondí. “!Ni cagando!, creerán que estamos en la universidad del Frontón o Lurigancho” y nos reímos a pierna suelta.

Cuando acabaron los cuatro ciclos de Estudios Generales, confieso que me hubiera gustado optar por estudiar medicina, pero eso requería que viviera en mi casa y que mi mamá me esté esperando con la comida calentita. Al final me decidí por Derecho, porque es una carrera de leer y escribir, perfecto para un estudiante misio.

Solo había que comprarse unos cuadernos, convertirse en un ratón de bibliotecas y prestarse algunos libros que la hemeroteca de la universidad me los facilitaba y leer, leer y leer en el ómnibus, en los parques, en las colas y en todas partes donde había que hacer una parada. Esa carrera me gustó desde el principio por su lógica para resolver situaciones humanas en medio de conflictos de toda naturaleza, aunque sinceramente tengo más inclinación por la investigación jurídica para asesorar con fundamento, que andar metido en la teatralidad de los pleitos.

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